Cultura

El día en que Freud salió a comprar tabaco

El fundador del psicoanálisis y un aprendiz de estanquero coinciden en la Viena sobre la que se avecina la invasión del Tercer Reich en la novela 'El vendedor de tabaco' (Salamandra)

  • Sigmund Freud, fotografiado por Max Halberstadt, en 1921.

Sigmund Freud, un lector y un fumador de puros contumaz, acude a aprovisionarse de periódicos y puros en el estanco más cercano a la calle Bergasse, un lugar al que van a parar los individuos más variopintos de la Viena de los años treinta y en el que trabaja como aprendiz Franz Huchel, un chico de 17 años que acaba de abandonar su pueblo a orillas del lago Attersee y llega a la ciudad ávido de comprender todo cuanto lo rodea. Corren tiempos duros y el Tercer Reich está a punto de anexionar Austria. Ese es el telón de fondo de El vendedor de tabaco, de Robert Seethaler, una novela previa al superventas Toda una vida, que la editorial Salamandra publica ahora en español.

Día tras día, Huchel lee a fondo los periódicos que vende su jefe. Lo hace para comprender la realidad que lo rodea, al tiempo que sale a dar largos paseos por las cervecerías vienesas y contempla las norias y los jardines de una ciudad que para él inaugura el mundo. La Viena vibrante a la que llega Huchel posee al mismo tiempo algo crepuscular, que va revelándose en sus no pocas amenazas: el avance de los nazis, la persecución a los judíos, la lenta corrupción de la guerra obrando su oscuro efecto, un ambiente de tempestad que Robert Seethaler diseña con sencillez, sin concesiones ni truculencias, e incluso con un fino sentido del humor y belleza del que se vale para aguijonear al lector.

En esa ciudad sobre la que se cierne la invasión, este estanco hace las veces de una ciudadela de la razón. Mordido por la nostalgia y el amor no correspondido por una joven, Huchel acude a Freud buscando una solución a su voracidad juvenil. Aunque ya anciano y cansado, Freud cede ante la tenacidad de este impulsivo y curioso chico de pueblo, alguien tocado por un potente olfato e intuición. Hay implícita una metáfora de la educación política y sentimental, también la figura del profesor y psicoanalista como símbolo de una sociedad enferma, a las puertas de una debacle.

Emplazada en un mecanismo narrativo elegante, que procura no ceder al sentimentalismo ni al recurso histórico fácil, en El vendedor de tabaco, Seethaler consigue convertir en un hecho verosímil y literariamente efectivo el encuentro entre una figura como Sigmund Freud con un protagonista cuya juventud permite al lector adentrarse en un período que marcó de forma crucial el devenir de la historia europea y que sirve de ventanal para una época cuya vigencia resuena en los conflictos que aún irrigan el continente: esa ambivalencia entre el miedo y la necesidad del  otro.

"¿Es cierto que puede arreglar la cabeza de la gente? ¿Y luego enseñarle a llevar una vida ordenada?", interpela el joven Huchel en su primer encuentro con el profesor y más prominente figura del psicoanálisis. "¿Eso se dice en el estanco y allí en tu casa, en Salzkammergut?", contesta Freud, con un paquete de Virginias en la mano. El amor, o acaso su confusión, llevan a Huchel a la puerta de un aprendizaje que se verá marcado por la brutalidad del asedio político, un clima de constante tensión que el lector comienza a percibir, de a poco, a través de una prosa bien armada y precisa, pero no por eso despojada de poesía. La clave está en el uso del detalle.

"La gente está loca por ese Hitler y por las malas noticias, lo que en la práctica es lo mismo. En todo caso, es bueno para el negocio de la prensa, ¡y fumar siempre se fuma!", dice Otto Trsnjek, dueño del estanco, ese observatorio que permite al protagonista y narrador ofrecer una mirada sobre la Europa de esos años oscuros. El vendedor de tabaco resitúa y ofrece lo que Huchel consiguió con el Andreas Eggern de Toda una vida (Salamandra, 2017): encontrar en las historias más nimias un portal para retratar un episodio universal.

Un detalle de la portada del libro.

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