En el año 2005, en los inicios del medio de Federico Jiménez Losantos Libertad Digital, se publicó una foto reveladora. En ella el periodista Eduardo Haro Tecglen, antifranquista profesional en su cargada tribuna televisiva de El País, aparecía con la plana mayor del franquismo periodístico en el año 1952. No fue el primer descubrimiento sobre militancias reaccionarias de iconos de izquierdas y un año después el escritor tudesco Günter Grass revelaba su paso adolescente por el partido nazi en sus memorias Pelando la cebolla.
Estos dos ejemplos, que demostraban unas tempranas querencias conservadoras, son un modelo de cómo las biografías de los santones progresistas tienen mucho de cantar de gesta y han sido más bien inventadas por sus asistentes. El guionista y director Paul Schrader, en ese sentido, ha visto un potencial dramático en estos claroscuros y ahora adapta la novela Foregone de Russell Banks donde se narra la mentida vida de un realizador de documentales norteamericano. Afirmaba Schrader al periodista Jeremy O. Harris:
“Russell había escrito un libro sobre la muerte cuando él estaba bien de salud. El título era `Foregone´ e irónicamente acabó muriendo casi como lo había investigado y escrito: mismo tipo de cáncer, medicación y casi en un tiempo análogo. Él quería llamar a su libro `Oh, Canadá´ pero no pudo hacerlo ya que Richard Ford -otro tipo del norte de Nueva York- había sacado un libro llamado `Canadá´. Así que cuando le dije que quería adaptarlo me dijo `Por favor, pon el título que yo quería´”.
La película, más experimental que el libro, es una pieza de cierta gravedad y con una trama que remite a la confesión: el protagonista del filme, el documentalista de éxito Leo Fife -brillantemente interpretado por Richard Gere-, permite grabar en sus últimos días una serie de entrevistas a sus acólitos más fieles. Tenido por el mayor develador de embustes en su profesión, poco a poco descubrimos que toda su vida es un inmenso fraude.
Eduardo Haro Tecglen con periodistas franquistas
Un espejo para una verdad
El filme, en el comienzo, no parece ofrecer ninguna novedad respecto a otros trabajos recientes sobre moribundos como La escafandra y la mariposa de Julian Schnabel o incluso el trabajo de Almodóvar La habitación de al lado. Pero, al poco del metraje, vemos como Schrader comienza a introducir secciones en blanco y negro con la vista puesta en el estilo trascendental de Bresson donde se revela la verdad del protagonista en su máxima crudeza.
Este cambio, en consecuencia, tiene como elemento inicial la petición a los realizadores de las entrevistas que le graben mirando directamente la cámara. El objetivo, así, deviene en óptica / espejo donde se impregnan las verdades entre religiosas y psicoanalíticas de alguien cansado de ser un mentiroso profesional. Aunque el montaje no es especialmente feliz, tiende a la confusión al carecer de la férrea estructura de Mishima del mismo realizador, la contraposición entre el relato público blanquinegro y las vivencias privadas a todo color es devastadora.
Tenida como un documento de vida, un testamento a su próxima viuda Emma (una melodramática Uma Thrman), poco a poco nos damos cuenta de que su biografía pública es una completa invención. El icono progresista, así, fue un pijo mantenido por una mujer de posibles, nunca fue a la Cuba revolucionaria (se quedó en Florida) y sus primeros documentales que probaban el uso de agente naranja en plantaciones aisladas fueron fruto del azar (filmaba una pieza psicodélica).
Detrás de tanta mentira, decenas de mujeres abandonadas, vidas rotas e incluso un hijo desconocido. En el reencuentro de este con el padre, pieza de una crueldad ya difícil de ver en el cine norteamericano y propia del cine de los hermanos Dardenne, se da el giro final de la historia. En este un agonizante Fife devela su mentira más terrible: no huyó a Canadá para evitar ser reclutado para Vietnam, sino más bien para escapar de su convencional familia burguesa. Un “drop-out”, concepto clave en los años 60, que construyó un discurso épico para unas elites progresistas necesarias de mitos fundacionales.
Pieza síntoma
Aunque Schrader siempre se ha caracterizado por su fe progresista, su Facebook personal es una prueba honesta de sus ideas de izquierdas, ha hecho en este filme una historia que resulta claro indicio del cambio ideológico actual. De hecho, resulta sugestivo que su estreno haya coincidido con la dimisión de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá y apóstol progresista, en medio de acusaciones de los conservadores por “mentiroso”. Por otra parte, el guionista tiene el valor de atacar de manera frontal a su generación, la cual biografió con malicia Peter Biskind, al revelar las cesiones, mezquindades y azar que llevaron a muchos al éxito.
No casualmente el conservador 'Wall Street Journal' la ha llamado un “puzle de pasado y presente” donde se “evoca la confusión” para ver la vida como algo ciertamente inútil, mientras que Peter Bradshaw en el progresista “Guardian…” llegó a juzgar el filme con no poca soberbia como “nebuloso” y poco “iluminador”. Precisamente, el carácter aprovechado de un protagonista no poco inmoral permite así presentar al género humano como una caja de pandora llena de miserias y contradicciones. Esa es la verdadera luz de un filme que tiene algo de testamento de Schrader, ya que el propio director afirmó a 'Variety':
“Leonard Fife es develado como un hijo de puta narcisista, egoísta, mentiroso y poco empático. ¿Cuál es el problema? ¿No lo somos todos? Me gustaría aumentar la culpa de Leo, incluso. Él todavía no ha cruzado la línea más allá del perdón (…) Yo abandoné familias (…) El escritor Russell Banks también lo hizo. Eso es algo espantoso en el sentido bíblico: cuando esto sucede, el público se dará cuenta de que un tipo malvado”.
Decía el periodista Gregorio Morán en su célebre obituario del citado Haro Tecglen que “los hijos son el espejo cóncavo de nuestras vidas” a propósito del destino fatal de la progenie del periodista madrileño. El educado hijo de Leo Fife, mucho más vertebrado que su corrupto y talentoso padre, es esencialmente lo que habría sido el documentalista de no haber huido de su familia: un hombre responsable y aburrido. La imagen que queda de Fife en el filme así, parafraseemos a Morán, no es la de “un mentiroso” sino la de “un cínico”. Lo más lejano posible a los soñadores que evocaba John Lennon en "Imagine"; himno cursi de esa generación “baby boomer”.