Cultura

¿Por qué Pablo Iglesias y Pedro Sánchez deberían leer a Ramón y Cajal este verano?

Al poco tiempo de recibir el Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal escribió 'Los tónicos de la voluntad', un texto que influyó de manera abrumadora dentro y fuera de la comunidad científica. Desde Juan Negrín hasta Ortega y Gasset consideraron los consejos reunidos en aquel volumen como "luminosos e incomparables".

  • Santiago Ramçon y Cajal.

Toda investigación presenta problemas parecidos, por no decir el mismo: cómo no fracasar. Ese fue el punto de partida de Santiago Ramón y Cajal cuando, en 1899, publicó Los tónicos de la voluntad, una obra que ejerció una influencia tremenda no sólo en científicos, sino también en humanistas, literatos, políticos, poetas… Desde Juan Negrín hasta Ortega y Gasset, quienes consideraron estos consejos “luminosos e incomparables”.

La obra de Ramón y Cajal se considera un clásico de la literatura didáctica, pero también una especie de manual para darle método al emprendimiento de cualquier aventura en el espíritu humano. Si los principales representantes de la Generación del 14 echaron mano de sus páginas, no menos le queda a dos políticos, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, obligados a entenderse entre sí y con las personas a quienes desean representar. Queda un largo verano y una campaña no menos dilatada en la que convendría conocer el gradiente en el cual una ideología se evapora o a qué temperatura una promesa alcanza el grado de ebullición. Eso, por no hablar de las enfermedades de la voluntad y las flaquezas de las imaginación, de las que advierte Cajal.

Desde Juan Negrín hasta Ortega y Gasset consideraron estos consejos "luminosos e incomparables"

Esta obra, publicada en 1899 con el título de Reglas y consejos sobre la investigación biológica, tuvo como germen el discurso de ingreso que pronunció Santiago Ramón y Cajal en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la sesión del 5 de diciembre de 1897 sobre Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica. Desde ese momento su circulación fue incesante: en vida de Cajal tuvo seis ediciones y en 1995 se efectuó la decimotercera.

Encrucijada de géneros entre el ensayo, el manual, el texto autobiográfico y la reflexión científica, Los tónicos de la voluntad llega a mano de los lectores en una nueva edición de Gadir a cargo de Leoncio López-Ocón, autor de Breve historia de la ciencia española, quien añade documentación escrita y gráfica de Ramón y Cajal, así como una entrevista sobre la Primera Guerra Mundial en la que muchos ven algunas de las opiniones del invetsigador como verdaderas joyas premonitorias. Hace ya casi diez años, en ocasión del centenario de la concesión del Nobel, fue reeditada una nueva edición, que se agotó -otra vez- al instante.

Las empresas científicas, mejor dicho, las experiencias del conocimiento, exigen mucho más que genio, mucho más. Requieren voluntad, disciplina, paciencia, agudeza. La mezcla justa de todas esas condiciones aseguran una parte del resultado. La otra reside en la creatividad, en la curiosidad incesante. Ese es el punto de partida de Ramón y Cajal. El Nobel hace no menosprecia “la fe robusta en uno mismo”, pero no por eso deja de advertir cuan importante es conocer el conjunto de cualidades morales que deben acompañar a un investigador, así como la tipología de enfermedades de la voluntad a las que tendrá que enfrentarse en el largo proceso de encontrar una verdad, o al menos una evidencia de que ésta pueda existir. Después, sólo después, Ramón y Cajal refiere el método en sí y la manera correcta de redactar sus hallazgos.

Existe una tipología de enfermedades de la voluntad a las que tendrá que enfrentarse el investigador en el largo proceso de encontrar una verdad

Sin duda, el capítulo más interesante es ése: el de las enfermedades de la voluntad. En ese epígrafe quedan reunidas una serie de tipologías tan vigentes, que apuntan con el dedo al lector. Tan sólo leyéndolas, una pulsión de encender el ordenador y ponerse a trabajar se apodera de quien las repasa. La primera categoría es la de los contempladores o diletantes, siguen los simplemente eruditos; los megalófilos que se emplean en los grandes problemas en lugar empezar modestamente por los pequeños. Pero hay más: los organófilos o fetichistas de sus instrumentos de trabajos; los descentrados y finalmente los teorizantes, que se decantan por la idea buscada más que en el resultado.

Hay, todo sea dicho, algunas extravagantes recomendaciones que, teniendo que ver con la experiencia del conocimiento, no dejan de resultar un tanto estrambóticas. Por ejemplo, una clasificación de mujeres –creada por el propio Ramón y Cajal- de esposas ideales para un investigador. Pero lo importante, lo que deberían leer políticos o electores, investigadores científicos o sociólogos, filólogos, geógrafos, historiadores del arte es la idea esencial del conocimiento como geografía.

“Al abordar un problema, considerémoslo en sí mismo, sin desviarnos por motivos segundos, cuyo perseguimiento, dispersando la atención, mermaría nuestra fuerza analítica. En la lucha con la Naturaleza, el biólogo, como el astrónomo, debe prescindir de la tierra que habita y concentrar su mirada en la región de las ideas, donde, tarde o temprano, surge la luz de la verdad”.

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