Cultura

Iñaki Arteta: retratos de la anestesia moral vasca (I)

En el principio está la risa, y la risa está con Otegi.  Las primeras palabras que escuchamos en la película son las de África Baeta y Julian Iantzi, dos de

  • Entrevista a Otegi en ETIB

En el principio está la risa, y la risa está con Otegi

Las primeras palabras que escuchamos en la película son las de África Baeta y Julian Iantzi, dos de los presentadores más reconocibles de la televisión pública vasca. Hombre, Arnaldo, kaixo. Kaixo, Otegi jauna. Sonrisas, compadreo, conversación animada.

- Arnaldo, ¿por qué a los vascos nos tira tanto ir al monte?

- Porque ha sido buena parte de nuestro refugio durante muchas épocas que hemos pasado en este país, y hemos encontrado siempre la libertad en el monte.

Era buen momento para preguntarle cómo encontró la libertad Luis Abaitua, y sobre todo cómo Arnaldo, kaixo, encontró la convicción para mantenerlo secuestrado durante diez días. Pero se trataba de una entrevista amistosa, ya se sabe; un especial para las autonómicas de 2016, ‘La otra cara de l@s polític@s’. África Baeta ha indagado en los sentimientos del líder de EH Bildu Arnaldo Otegi, para conseguir su retrato más humano. Disfruta con el vídeo y sus vivencias'. Así es como se presenta la entrevista, que aún se puede ver en la web de EITB, y es un buen complemento al documental. Pocos minutos después, Baeta le lanza lo más parecido a una pregunta incómoda.

- ¿Y si te hubiese salido un hijo… (pausa de tres segundos) antiabertzale? ¿Qué hubieses hecho?

- Pues tratar de convencerle de que estaba equivocado.

- “Tú erre que erre”.

Y más risas.

Anestesia social vasca

Palabras sobre un fondo negro.

 2.500 actos terroristas, 858 asesinatos, 2.600 heridos, 10.000 extorsionados y decenas de miles de expulsados en los 60 años de existencia de la banda terrorista ETA.
Euskadi y Navarra 2020, 9 años después del final de la actividad terrorista.

Es éste el propósito de la película de Iñaki Arteta. Llevar la cámara al auténtico corazón de ETA. Mostrar a la gente, no a los pistoleros. Enseñar los aplausos, no las bombas. Dar al silencio el papel que realmente tuvo. Porque eso es lo que acompañó a los gritos, los llantos y las detonaciones: risas, aplausos y silencios.

Imágenes de un certamen de bertsolaris en Navarra, 2013. “Te han dado la señal, ya no hay vuelta atrás”. El bertsolari Xabier Silveira pasa a imaginar cómo sería. La adrenalina se dispara, aparecen las dudas. Pero “Dudar no me va a hacer ningún favor”. El público escucha en silencio, pensativo, hasta que el verso alcanza su sentido. “Ha llegado el momento y tengo que pegarle un tiro en la cabeza”. El público sonríe y aplaude.

El joven periodista Felipe Larach es el hilo conductor en este paseo por los silencios y las risas. Viaja a Irún y recoge testimonios cortos de los vecinos. 

Aquí se vive bien, ETA no se metía prácticamente con nadie", dice el amigo de un asesinado

- ¿Usted sabe que Irún es el pueblo en el que ETA mató a más gente?

- No.

El vecino tampoco recuerda que en la calle en la que están una persona fue asesinada hace años.

- ¿Aquí por ejemplo viven personas que han pertenecido a ETA?

- Sí viven, sí.

- ¿Y cómo se vive con ellos?

- Pues viviendo. Tampoco hay que hacer un drama de todo.

El siguiente testimonio es aún más interesante. Una pareja mayor, probablemente en torno a los 80 años.

Carniceros olvidados

- ¿Ustedes sabían que Irún es el pueblo donde ETA mató a más personas?

- Uno de ellos allí enfrente.

Probablemente el espectador recibe esta respuesta con algo de esperanza. No han pasado ni diez minutos de documental y ya empezaba a faltar el aire. Pero el hombre aún no ha terminado de explicarse.

- ¿Recuerda ese atentado?

- Era amigo mío. Era un amigo… y bueno… falleció.

- ¿Le pareció injusto?

- …no.

- ¿Ahora cómo se vive sin ETA, aquí en el pueblo?

- Bueno, se vive bien. Cuando estaba ETA también.

- ¿También se vivía bien?

- Sí, porque ETA no se metía prácticamente con nadie.

A continuación le da el dato a una mujer de unos 50 años. 

- Creo que fueron como 26 los muertos.

- No sé, o sea no me parece mal porque si hizo atentados es porque los otros hicieron algo.

- ¿Y el carnicero que mataron aquí también?

- Yo qué sé qué carnicero.

- Aquí mataron a un carnicero, en esta misma calle.

- Ni me acuerdo.

Es como ver una obra de teatro. Todo parece impostado, artificial, imposible, todos parecen personajes de ficción interpretando un papel demasiado exagerado, inverosímil. Resulta difícil asumir que todo eso existió -que existe-, a pesar de que no aparece nada distinto a lo que hemos conocido toda la vida. Afortunadamente, después de ese último testimonio hablan tres vecinos normales. No heroicos ni necesariamente lúcidos, sino normales. Y cuentan cómo lo vivían ellos. Había miedo, preocupación, pena, tristeza, amenazados, gente que se tenía que ir; y había otros que lo celebraban con champán. 

"Solo sufren los de un lado"

Lo siguiente es una entrevista a Fermín Muguruza en la radio. 

“¿Tú crees que tienen que salir libres los presos de ETA?” “Sí, sí, absolutamente. No es una cuestión solamente de que lleguen a las casas sino que salgan libres”. “¿O sea que aquellos que tengan delitos de sangre no tienen que cumplir sus penas?” “Tienen que salir todos”. “¿Por?” “Todo esto ya ha ocurrido, sí, pero resulta que nosotros seguimos poniendo los presos. Es que en este momento sólo están sufriendo los de un lado”.

Dónde está el límite, se pregunta un sacerdote cristiano cuando precisamente la cuestión fundamental del cristianismo es la de los límites

El párroco de Lemona entra en escena apenas superado el minuto diez, en una película que pasa de los 150 minutos; de tanto decirlo y leerlo parece ya un personaje de ficción. Felipe Larach le pregunta cómo se vivía el conflicto en pueblos como Lemona, en la calle. “En la calle no lo sé, pero sí sé cómo se vivía por ejemplo en los funerales. Se notaba que si el muerto o la muerta, el difunto o la difunta, fuera de un partido o de otro, aquel partido respondía pues con la afluencia de gente”. 

Muerto, muerta; difunto, difunta. Al cura no le da para escoger el sustantivo correcto, que es ‘asesinado’, pero al menos desdobla. Es un cura con perspectiva de género.


“Aquí quien más quien menos, el vascoparlante diríamos, el que habla euskera, se ha sentido coartado, y eso marca. Y se llegó también a lo que después vendría a llamarse terrorismo, que en principio no era terrorismo sino respuesta a una represión que se estaba viviendo, que es muy distinto, ¿no?” “Y aquella situación se aplaudía. Y la aplaudía toda la gente. Toda la gente autóctona, diríamos, ¿no?”

Lo más llamativo del cura no es que elija consciente y decididamente el mal, que decida que su bando es el de los asesinos. Lo llamativo en un párroco, en un cristiano, es que comienza equiparando los dos bandos. El periodista le pregunta si conoce el atentado que hubo cerca de la iglesia, en el 81. “Si te pones en un bando, por llamarlo de alguna forma… ‘Merecido lo tenía’, tenías que oír; aunque al mismo tiempo se decía ‘Jo, nadie merece una muerte así, que se le mate así’. Entonces, no sabes a qué atenerte”.


Si se hubiera parado ahí me habría costado mucho más seguir viéndolo. Un cura que no sabe a qué atenerse cuando se trata de asesinatos, de la vida arrebatada. De alguna manera irracional podría comprender que un cura justificara los asesinatos y a los asesinos, que considerase que esa “lucha” era la lucha buena. Pero un cura que se mantiene en el medio, un cura blando, informe, cobarde, habría sido demasiado. Lo opuesto a la imagen del pastor que arrastro desde la juventud. Lo opuesto al padre Barry de La ley del silencio, al reverendo Sykes de Matar a un ruiseñor.

Pero no, el cura de Lemona no se queda ahí. “Entonces, no sabes a qué atenerte. Por una parte te alegras de que, bueno, su merecido se lleva. Y por otra parte estás diciendo, ‘Claro, pero no está bien’”. “Cuando hay muertes y tal dices, hombre, a tanto no deberíamos llegar, pero dónde está el límite, ¿no?”. 

Distinguir el bien del mal

Dónde está el límite, se pregunta un sacerdote cristiano. Cuando precisamente la cuestión fundamental del cristianismo es la de los límites. La cuestión del cristianismo es que fundamenta la moral, seamos creyentes o no. El cristianismo establece una separación nítida entre el bien y el mal, nos reconoce la capacidad para distinguirlos y para elegir uno u otro. El bien y el mal no son palabras vacías, porque el hombre no es la medida de todas las cosas. El bien y el mal, el significado del bien y del mal, se le impone al ser humano. El cristianismo lo fundamenta, aunque esa fundamentación requiere una fe que no todo el mundo tiene, pero no es el primer intento de fundamentar la moral, de llevarla más allá de los vaivenes humanos. Platón ya lo intenta antes de Cristo, frente al relativismo de los sofistas.

El etarra no es un monstruo nihilista ni mata en el vacío; mata por la utopía, por la liberación, por la justicia...


“¿Dónde está el límite?”, se pregunta el párroco. Pues en el interior de cada ser humano, en la ley natural, en la ley de oro, en los mandamientos. Lo sé yo, lo reconozco yo, que no tengo fe, cómo demonios puede preguntárselo un sacerdote cristiano. El límite está en el respeto a la vida humana. No es el único límite, pero sí es el primero y también el último. El primero que se debe respetar, y el último que nos libra de la caída absoluta, ese que una vez se ha traspasado, se ha traspasado para siempre.

Le pregunta Larach sobre la marginación a las víctimas, a los familiares, cuando había un atentado en el pueblo.

“Si tú no has tenido relación con el vecino de enfrente, de pronto le ha pasado algo, te encuentras con que, ¿y quién soy yo para decirle ‘Lo siento’? O sea, son otras circunstancias”.

- ¿Uno no podría decir si lo que hizo ETA estuvo bien o estuvo mal?

- Todos dicen que estuvo mal, pero una cosa es que estuviera mal, y otra cosa es que pudieras admitir que no hubo otra forma de hacer.

Del cura pasamos a Iñaki Gonzalo, que al parecer aprovechó su estancia en prisión para estudiar filosofía, antropología e incluso teología. Se ve a sí mismo como una persona intelectualmente preparada, claro. Y da pie a una de las primeras preguntas: ¿Cómo una persona que usa la palabra acaba en una banda que usa la fuerza? “A ver, yo creo que una cosa no quita la otra, otros revolucionarios que han sido en la historia han sido gente muy preparada intelectualmente y han optado por un camino que es el más difícil en términos personales. Yo estaba convencido de que yo quería la independencia de mi país y el socialismo, entonces en aquella época estaba convencido de que había que dar un paso más para conseguirlo, y ese paso era militar en una organización armada”.

Gonzalo es uno de esos etarras que no han cometido personalmente ningún asesinato, dice que no quiere hablar de sus “acciones”, que ninguna fue importante ni tuvo consecuencias para terceros. Le pregunta quién era el enemigo, y responde: “los que nos impedían a nosotros poder decidir nuestro futuro”. La siguiente pregunta, con su respuesta, es muy interesante:

- ¿Por qué casi la mitad de las víctimas de ETA fueron gente vasca?

- Pues… surgió así.

Más adelante aparece la condena al etarra. Pertenencia a banda terrorista, tenencia de explosivos, también colocación de artefactos explosivos. El periodista le pregunta algo, después de que el entrevistado diga fuera de plano que fueron condenas por hacer política.

Y la respuesta, que revela un hecho importante y a menudo ignorado: el etarra no es un monstruo nihilista ni mata en el vacío. Mata por la utopía, por la liberación, por la justicia.

- Te condenan por poner unas bombas, eso no es política.

- Sí, pero por política. O sea, no por lucrarse, ¿sabes? La gente para hacer lo que hace tiene muchas razones, pero desde luego la de un militante de ETA o un militante político no es el lucrarse o el tener un estatus mejor, sino porque quiere conseguir unos objetivos, unos ideales.

Después de la condena

Larach se refiere en un momento al entrevistado como una persona que ha cumplido su condena, totalmente integrada en la sociedad. “Totalmente. Siempre lo he estado. Nunca me he sentido al margen de la sociedad, nunca, al revés. Cuando estaba en la cárcel es cuando más apoyado me he sentido. O sea, desde fuera dicen, siempre va estar estigmatizado; pues no. Entramos porque nunca hemos estado desarraigados de nuestra sociedad, nunca en la vida. (...) Desde que he salido no he recibido ni un solo reproche. Ni uno. Ni uno. Ni por la gente que no piensa como yo”. 

Le pregunta por el arrepentimiento.

“Es una pregunta que me han hecho varias veces y nunca la contesto. Si tú te arrepientes de tu vida, entonces tu vida a qué te lleva. O sea, si yo me arrepiento de la mitad de mi vida, qué consigo con decir ‘Me arrepiento de la mitad de mi vida’. (...) De qué me vale decir me arrepiento, pum. De qué, de qué me arrepiento, ¿de mi vida? ¿De mi pasado? ¿Pa' qué? O sea, yo me arrepiento de las cosas que he podido hacer mal, pero yo en aquel momento pensaba que era lo correcto lo que hacía, expuse mi vida por un ideal en el que yo creía”.

Sigue así durante varios segundos, y llega a una frase importante: “Yo no me creo peor que tú”. Y niega con la cabeza durante varios segundos, mirando al entrevistador. “O sea, tú no eres nadie, ni nadie que venga de donde sea, para juzgarme a mí, y para moralmente considerarse superior a mí”. “Yo no me arrepiento de mi vida, de militancia ni de mi pasado. No, porque entonces estaría amargado toda la vida”.

Mañana se publica la segunda parte de este artículo sobre el trabajo de Iñaki Arteta para recuperar la memoria de las víctimas de ETA

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