"A partir de la fecha del presente Real Decreto-Ley, la peseta es la nueva moneda nacional. Sustituye al euro como única moneda de curso legal. Se establece un cambio de 1 euro = 166,386 pesetas". Este pavoroso enunciado, leído por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, un sábado frente a las radios y televisiones de todo el país, sirve de espoleta a convulsiones sociales pocas veces vistas en España. Afortunadamente, el relato no es real, sino una fabulación con la que el periodista de El País, Ramón Muñoz, arranca su libro "España, destino tercer mundo", editorial Deusto, un ensayo en clave onírica sobre el futuro económico del país donde todo se ve negro o muy negro. Ya está a la venta.
"Para empezar, un relato de economía ficción que les hará temblar", reza el primer capítulo, y a fe que lo consigue, pues está narrado con un lenguaje periodístico hiperrealista que lo hace muy creíble. A continuación, ofrecemos un extracto de los párrafos más interesantes de dicho primer capítulo.
CAPÍTULO 1: Para empezar, un relato de economía ficción que les hará temblar
«Interrumpimos nuestra programación normal para conectar con el palacio de La Moncloa. El gobierno desea comunicar un mensaje institucional cuyo contenido no nos ha sido desvelado. Insistimos, se trata de un mensaje institucional cuyo contenido no nos ha sido anunciado pero, según fuentes de toda solvencia, tendrá un importante calado económico. conectamos… comparece el ministro de Economía, Luis de Guindos. Está solo, en un atril. Únicamente se ha permitido la entrada a informadores gráficos. Se nos ha informado de que no habrá rueda de prensa posterior. Les habla el ministro:
“Buenos días. comparezco ante ustedes, ciudadanas y ciudadanos, para informar de los acuerdos a que ha llegado el gobierno en una reunión extraordinaria del consejo de Ministros que ha tenido lugar en el día de hoy. En la misma, el Gobierno ha aprobado el real decreto-Ley 1570/2013 del que paso a informarles. Debido a la situación de alta inestabilidad en los mercados y los ataques especulativos contra nuestra deuda pública, agravado por la retirada de inversiones en los últimos meses, el Gobierno se ha visto en el deber y en la obligación de adoptar una serie de medidas temporales de limitación de la circulación de capitales, así como la restricción de la disponibilidad de fondos en efectivo, la implementación de nuevos requisitos para las transferencia de
fondos al exterior y las operaciones con divisas extranjeras. Se trata de una medida transitoria hasta que se completen las negociaciones que España mantiene con la Unión Europea, el Fondo Monetario internacional y otros organismos internacionales para la reestructuración de su deuda externa, así como la renegociación de las condiciones para el segundo bloque del paquete de ayuda adscrita al Mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede) destinado al saneamiento del sistema financiero español.
Con estas medidas se trata de frenar los efectos de esos movimientos especulativos que han disparado la prima de riesgo y situado la tasa de interés que España debe pagar por financiar su deuda a unos niveles insostenibles, que no tienen correlación alguna con la situación de los mercados ni la solvencia del Reino de España. (...) La Constitución, la legislación nacional y comunitaria autorizan al presente Gobierno, en situaciones como la presente, a que puedan restringirse por un breve período su uso y goce, limitando exclusivamente ciertos retiros en efectivo y algunas transferencias de fondos al exterior, que de ningún modo afectan al funcionamiento de la economía.
Por tanto (...) dispongo
Artículo 1.º — Se prohíben las retiradas en efectivo que superen los 400 euros por semana, por parte del titular o de los titulares que actúen en forma conjunta o indistinta del total de sus cuentas en cada entidad financiera. La medida afectará también a las retiradas en cajeros automáticos o por cualquier medio electrónico.
Artículo 2.º — Se prohíben las transferencias al exterior, con excepción de las que correspondan a operaciones de comercio, al pago de gastos o retirada de fondos que se realicen en el exterior a través de tarjetas de crédito o débito emitidas en el país, o a la cancelación de operaciones financieras o por otros conceptos, en este último caso, sujeto a que las autorice el Banco de España.
Artículo 3.º — El Banco de España podrá disminuir la estricciones establecidas en los artículos precedente cuando los saldos de depósitos totales del sistema financiero así lo aconsejen o las tasas de interés del pago de la deuda pública se normalicen.
Artículo 4.º — Se declaran intangibles los depósitos a vista o a plazo, las transferencias entre entidades financieras, las renovaciones, débitos en cuenta, los libramientosos o acreditaciones de cheques, uso de tarjetas de crédito y débito y, en general, cualquier tipo de operatoria bancaria que no implique disminución de fondos en el sistema financiero, aunque produzcan transferencias entre entidades financieras.
Artículo 5.º — Durante la vigencia del presente decreto, las entidades no podrán obstaculizar la transferencia o disposición de los fondos entre cuentas, cualquiera que fuere la entidad receptora de los mismos, y las comisiones por la transferencia electrónica de fondos entre ellas que se realicen por cuenta y orden de sus clientes será fijada por el Banco de España.
Artículo 6.º — Se prohíben las operaciones de exportación de billetes y monedas extranjeras y metales preciosos amonedados, salvo las que sean autorizadas por el Banco de España.
Artículo 7.º — El Banco de España será la autoridad de aplicación del presente real decreto-Ley, pudiendo dictar las normas necesarias para asegurar que todos los habitantes del país puedan usar y disponer de sus activos financieros abriendo cajas de ahorro y tarjetas de débito, u otros modos previstos en el presente decreto, regulando las condiciones y el coste máximo al que las entidades respectivas estarán obligadas a prestar el servicio.
Artículo 8.º — El Gobierno podrá dictaminar el fin de la vigencia de las restricciones establecidas en los artículos precedentes si las circunstancias del mercado de capitales así lo aconsejan".
Estupor tras la comparecencia
La comparecencia del ministro, retransmitida por todos los medios de comunicación al unísono, provocó al principio una reacción de estupor. El país se paralizó durante unos instantes, un minuto a lo sumo. Era la primera vez desde la muerte de Franco que todas las radios y las televisiones, incluyendo las cadenas autonómicas y las locales, habían emitido de forma conjunta un mensaje oficial del Ejecutivo. A todos les extrañó que no fuera el presidente Mariano Rajoy en persona quien comunicara un anuncio de tal gravedad. Precisamente, desde fuentes del Gobierno se filtró que habían preferido que saliera el ministro de Economía para quitarle hierro al asunto, para darle una imagen de normalidad, como si fuera otra medida económica más de urgencia, de las muchas que se habían tomado en los últimos meses. Desde la oposición, y en casi todos los medios, se ofrecía una explicación mucho más creíble: Rajoy no quería manchar su imagen con la del corralito, no quería pasar a la historia como el «presidente del corralito».
"El Gobierno había declarado el corralito, un gigantesco cepo sobre los fondos y los ahorros de millones de ciudadanos. Había esperado a un sábado, con los mercados cerrados"
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El Gobierno había declarado el corralito, un gigantesco cepo sobre los fondos y los ahorros de millones de ciudadanos. Había esperado a un sábado, con los mercados y los bancos cerrados, para anunciar por sorpresa una medida cuyos ministros, con el titular de Economía a la cabeza, habían negado hasta la extenuación pese a la fuga masiva de depósitos de los últimos meses.
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Nadie parecía estar a salvo de ese brutal portazo que dejaba atrapado el dinero de pobres y ricos, empleados y parados, ciudadanos ejemplares y villanos. Al letargo del inicio, sucedió el pánico. La gente que aún no lo había hecho encendió los televisores y las radios que pronto se poblaron de tertulianos y los consabidos expertos intentando explicar el alcance de la medida. Pero casi nadie les creyó. Cuando piensas que te están metiendo la mano en el bolsillo, ni el discurso del mejor charlatán profesional puede tranquilizarte. En las webs de los principales diarios también exponían las consecuencias de la medida con mayor o menor detalle. ninguna explicación parecía calmar a los ahorradores. La red de telefonía móvil se colapsó en varios momentos.
El tráfico, que los sábados por la mañana es el más bajo de la semana, se había multiplicado por cien, superando incluso el posterior a las campanadas de fin de año. Whatsapp y Twitter también se cayeron. En esta red social, el hashtag #spaincorralito fue trendingtopic mundial en apenas unas horas. Los tuits alternaban las burlas irónicas con mensajes dramáticos.
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De la indignación se pasó a la desesperación. Apenas una hora después de que el Gobierno emitiera a su anuncio, miles de ciudadanos corrieron hacia el cajero automático más próximo. no impor taba lo remoto que estuviera situado o la entidad a la que perteneciese, en todos se formaron largas colas. Pronto hubo altercados. La gente increpaba a los que veían retirar muchos billetes, temerosos de que cuando les llegara el turno ya se hubieran agotado las reservas de fondos. También insultaban a los que portaban más de una tarjeta, bien suyas o de un familiar, y
realizaban más de una extracción.
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Cuando fue evidente que los cajeros estaban exhaustos, los exasperados ahorradores la emprendieron con las máquinas. Golpeaban las pantallas con los puños, piedras o lo que tenían a mano. Algunos más radicales recurrieron al fuego. Prendían papeles en los teclados de las máquinas o los rociaban con gasolina y les tiraban una cerilla. En estos casos extremos, atribuidos a grupos antisistema, intervenía la policía que estaba desbordada por los avisos.
"El sábado por la tarde hubo manifestaciones en toda España, la más importante la de Madrid. A la noche, las protestas dieron un giro radical"
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A través de las redes sociales se emplazó a la gente a protestas callejeras. La que más poder de convocatoria tuvo fue la de Madrid. A las cinco de la tarde, una multitud creciente empezó a concentrarse en Cibeles. No eran seguidores del Real Madrid, desde luego. Daban la espalda a la diosa. El foco de su ira era el Banco de España. Algunos también increpaban frente a la sede del ayuntamiento de Madrid, en el antiguo Palacio de Correos, un símbolo del despilfarro con la firma del hoy ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. No tardó en colapsarse la plaza. La policía recibió órdenes de no intervenir salvo en caso de extrema necesidad. Los agentes no respondían a los insultos. Algunos se moatraban comprensivos con los manifestantes, que gritaban
consignas improvisadas: «¡¿Dónde está nuestro dinero?!», «¡queremos nuestros ahorros!», «¡son mangantes, no son gobernantes!». Una vez repleta Cibeles, la marcha instintivamente derivó hacia el Congreso de los Diputados. La Carrera de San Jerónimo estaba vallada desde el Hotel Palace hasta la Plaza de Sevilla. Los manifestantes se dividieron. Muchos subieron hasta la Puerta del Sol. No tardaron en aparecer algunos dirigentes del PSOE, IU y UPyD, así como de los sindica tos UGT y CC.OO, intentando capitalizar el malestar. pero eran abucheados en cuanto el público detectaba su presencia. Otaron por una prudente retirada. A la noche, las protestas dieron un giro radical o más individualista, para ser exactos. se disolvieron las multitudes y se desgajaron en pequeños grupos, que recorrían las calles en busca de oficinas bancarias. Al fin y al cabo, la gente, por primera vez desde el inicio de la crisis, no clamaba por algún bien colectivo, contra los recortes sociales o en defensa de la sanidad y la educación. Pedía su dinero, sólo su dinero, sin más. Ya no se trataba de un robo social, no. Te atracaban a ti mismo. El real decreto-Ley era como autorizar que el Estado te pudiera asaltar a partir del lunes, con total impunidad, en tus mismas narices, en la sucursal de tu banco, donde te ingresaban la nómina o la pensión, y pagabas la luz, el gas, el ADSL o el colegio de los chicos.
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El lunes, por fin, abrieron los bancos. Muchos ahorradores llevaban desde la madrugada apostados a las puertas de las oficinas. El grupo de los pensionistas era uno de los más numerosos. Los empleados que franqueaban el paso eran increpados, aunque ellos se defendían diciendo que no tenían la culpa de nada, y que las restricciones les afectaban como a los demás.
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Uno a uno los clientes penetraron en las sucursales. Todos ellos retiraron 400 euros, la cantidad máxima permitida por el banco, que tenía órdenes estrictas de no dispensar ni un euro más, aunque el usuario fuera titular de varias cuentas o estuviera autorizado. Los cajeros (los que no habían sufrido las iras de los ahorradores el día anterior) se reprogramaron para ajustarlos al fatídico límite. A lo largo de la mañana, también se agotó el efectivo en las sucursales. Tan rápido como se reponían los fondos, se agotaban. Lo mismo sucedía en las máquinas.
"Poco después de la instauración del corralito, la economía se paralizó. La prima de riesgo superó con creces los 1.000 puntos y la bolsa se desplomó un 31%"
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Poco después de la instauración del corralito, la economía se paralizó. La prima de riesgo supero con creces los 1.000 puntos. La Bolsa se había desplomado un 31 por ciento en la primera semana. Las multinacionales españolas y los grandes bancos estaban a tiro de opa. Sus directivos dejaron de hacer piña con la política del Gobierno y algunos manifestaron públicamente sus críticas. Eso sí, en nombre del liberalismo y la defensa de los ahorros de los depositantes.
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Desde el inicio de la crisis se rumoreaba que el corralito en realidad era sólo una medida preventiva que preparaba el terreno para una mucho más terrible: la salida del euro y la vuelta a la peseta. sin corralito había un serio peligro de que la fuga de capitales fuera general. Ya no sólo huían los fondos o los inversores foráneos o los grandes capitales. En la medida de sus posibilidades, el ciudadano de a pie había ido haciendo acopio de euros, en billetes contantes y sonantes, por lo que pudiera venir. pese a las restricciones, lograban ahorrar, sacaban cuanto podían de las cuentas y lo ponían en un lugar seguro, generalmente en algún escondite en sus casas. Algunos incluso dejaron de pagar la luz y el teléfono para conseguir así unos euros más en efectivo, mientras la compañía les reclamaba.
La salida del euro
Quien tenía un familiar o un conocido fuera, procuraba trasladar parte de sus ahorros al extranjero. En Alemania se registró un récord de apertura de cuentas por españoles. El Gobierno hizo llegar discretamente una queja formal a las autoridades alemanas y galas para que fueran más estrictos a la hora de permitir la apertura de cuentas a no residentes. Era el mismo Gobierno que no se había inmutado cuando las grandes fortunas desplazaron en masa sus capitales a cuentas de Luxemburgo y Suiza. El Banco de España conocía perfectamente ese flujo y alertó al ministro de Economía, pero De Guindos prefirió mirar para otro lado. Ahora, cuando era el pobre asalariado o el autónomo el que intentaba poner a salvo sus ahorros, se llamaba al orden.
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Y lo inevitable sucedió. Como cuando el corralito, el Gobierno también aprovechó el sábado para hacerlo público. Esta vez no hubo excepciones: todas las televisiones, radios y webs retransmitieron el mensaje al mediodía. Y esta vez sí, fue el presidente en persona quien, con gesto fúnebre, anunció la decisión. El real decreto-Ley 214/2013, cuyo texto pasará a la historia de la infamia y del engaño a todo un pueblo, reinstauraba la peseta como única moneda nacional y daba muerte al euro. decía así:
Artículo 1.º — a partir de la fecha del presente real
decreto-Ley, la peseta es la nueva moneda nacional. sustituye al euro como única moneda de curso legal. Se establece un cambio de 1 euro = 166,386 pesetas. El resto de las monedas extranjeras se formulará de acuerdo a este patrón.
Artículo 2.º —Todos los depósitos en euros u otras monedas extranjeras existentes en el sistema financiero serán convertidos a pesetas a razón de 1 euro = 166,386 pesetas. La entidad financiera cumplirá con su obligación devolviendo pesetas a la relación indicada.
Artículo 3.º —Todas las deudas en euros u otras monedas extranjeras con el sistema financiero, cualquiera que fuere su monto o naturaleza, serán convertidas a pesetas a razón de 1 euro por cada 166,386 pesetas o su equivalente en otra moneda extranjera. El deudor cumplirá con su obligación devolviendo pesetas a la relación indicada.» El real decreto-Ley, de 37 artículos, establecía duros controles para los movimientos de capitales, tanto nacionales como en el extranjero. El texto iba acompañado de un reglamento en el que se establecía que durante los seis primeros meses convivirían físicamente las monedas y los billetes de euro y de las nuevas pesetas.
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Pese a los avisos tranquilizadores del Gobierno de que el cambio a la moneda nacional no tenía por qué conlle var ninguna pérdida de valor, los ahorradores comprendieron desde un primer momento que aquello se trataba de una gran estafa, la mayor de la historia. Les estaban metiendo mano en el bolsillo, en la cuenta corriente, en el depósito, dándoles el gran cambiazo como
vulgares trileros: euros por pesetas. Como no podían linchar al Gobierno, los ahorradores la emprendieron con los mortificados empleados de los bancos donde tenían depositados sus ahorros. El Gobierno había acordado establecer el mismo cambio para salir del euro que el que se fijó en 2001 al asumir la moneda europea. Para evitar una fuerte devaluación los primeros días, acordó con los países donde sobrevivió el euro anclar ese cambio. Esa ficción apenas pudo resistir unos días. Los grandes inversores sabían que no tenía
(...)
Al final, Economía tuvo que dar su brazo a torcer y, apenas una semana después del decretazo, anunció el cambio libre de la peseta. Siguiendo el ejemplo del dólar, la divisa nacional se depreció un 40 por ciento respecto al euro. Las petroleras repercutieron directamente esa devaluación a sus precios. Un litro de gasolina, que costaba 1,441 euros, o sea, 239 pesetas, pasó a costar 330 pesetas de la noche a la mañana. Las compañías de transportes no tardaron en actualizar sus productos. El billete sencillo de metro y autobús se puso en 350 pesetas, más de dos de los
antiguos euros. El precio de los pasajes de avión internacionales se duplicó porque a la subida del queroseno había que sumar la de las tasas, que había que pagar en divisas. El temor de los trabajadores se cumplió. Los sueldos no subieron para adecuarse a la inflación, que se disparó un 27 por ciento en el primer mes. Todo se encareció menos las nóminas. Hubo protestas y dos huelgas generales en un mes, pero los sindicatos mayoritarios estaban con la reputación bajo mínimos y su poder de convocatoria era casi nulo. Los metían en el mismo saco que los políticos y
los banqueros, los autores oficiales del desfalco. Los paros tuvieron un seguimiento desigual y escaso. Ningún asalariado podía permitirse el lujo de perder un día entero de nómina y, menos aún, de arriesgarse a ser incluido en la lista del próximo Expediente de regulación de Empleo (ERE). En un país con 6,5 millones de parados, un empleo se convierte en un lujo asiático. La economía se contrajo un 11 por ciento en el primer trimestre. La inversión se desplomó un 54 por ciento. Hubo tres crisis de Gobierno en poco más de dos meses. Los ministros de Economía se sucedían sin reposo. Pero a la muchedumbre todo eso le parecía accesorio, bastante tenía con concentrarse en sobrevivir.
No a todos les fue mal con el corralito y la peseta. Las grandes fortunas habían puesto a salvo sus capitales y esperaban su oportunidad para repatriar el dinero
El país se humillaba al hambre y su corte de miserias. Un ambiente de posguerra que podía observarse en la suciedad de las aceras, en los escaparates vacíos de los negocios liquidados, en los pedigüeños que te asaltaban a la entrada de cada supermercado, de cada banco, de cada iglesia. El trueque se generalizó. Nadie confiaba ya en los bancos como guardianes de fondos, pese a que estos ofrecían tipos de interés altísimos. El que conseguía un euro lo guardaba debajo del colchón o en el rincón más escondido de su casas o su negocio.
Pero no a todos les fue mal con el corralito y la peseta. Las grandes fortunas que habían puesto a salvo sus capitales esperaban su oportunidad para repatriar el dinero, en euros contantes y sonantes que ahora valían casi un 50 por ciento más gracias a la devaluación. Ellos tenían billetes de los buenos, sin sellito. Sólo debían esperar a que escampara para comprar medio país a precio de ganga. Se vendían pisos por la mitad de su valor. Los desahucios habían multiplicado la oferta, y lo mismo ocurría con los terrenos. Los inversores tomaban posiciones. Tarde o tem -
prano el Gobierno permitiría la repatriación de euros porque era la única manera de conseguir divisas con los mercados de crédito cerrados a cal y canto. Los ricos se frotaban las manos esperando ese momento.
En el otro bando, el de los sin casi nada, la desesperación dio paso a la resignación. Volvíamos a la penuria de nuestros abuelos. Las caceroladas perdieron pronto su ruido. Las proclamas se apagaron. Las manifestaciones se convirtieron en reuniones de antisistema. Éramos otra vez pobres. Era cuestión de acostumbrarse. Lo siento, pero no hubo revolución».