El subsecretario de la Guerra del gobierno francés, refugiado en Burdeos ante el avance alemán, va al aeródromo para despedir al agregado militar británico, como le corresponde por protocolo. Es la noche del 16 al 17 de junio de 1940, el mariscal Pétain acaba de ser nombrado jefe del Gobierno para que negocie la rendición, y el militar inglés se marcha antes de que lleguen los nazis, porque Inglaterra piensa continuar la guerra. El aparato de la Real Fuerza Aérea que ha venido a recogerlo pone en marcha los motores y de pronto, para sorpresa de todos, el subsecretario de la Guerra da un salto, se sube al avión y se escapa de esa Francia derrotada y cobarde.
“El loco ha volado a Londres”, comenta despectivo Pierre Laval, un filonazi que inminentemente va a ser primer ministro de Pétain. “El loco” es un tal Charles de Gaulle, nombrado general de brigada hace solamente un mes. Pero cuando termine la guerra, De Gaulle será el presidente de Francia, y Laval irá ante el pelotón de fusilamiento.
En 1940, sin embargo, lo que intenta De Gaulle parece efectivamente una locura, por muchas capacidades que tenga este militar de casi 2 metros de talla, una soberbia igual de crecida, un carácter tan antipático y quisquilloso como seguro de sí mismo, y una de las inteligencias más brillantes del panorama castrense mundial.
En la Primera Guerra Mundial De Gaulle ha sido herido tres veces, gaseado y dado por muerto en el fondo del cráter de una bomba, de donde lo han sacado los alemanes, pasando luego 32 meses como prisionero. Pero tras la contienda se convierte en un científico de la guerra, y en 1934 publica un libro en el que propone utilizar los tanques en grandes unidades y con apoyo aéreo, para hacer una nueva forma de guerra. La leyenda dice que su libro sólo vende unos cientos de ejemplares en Francia, pero miles en Alemania. Lo que es cierto es que de la teoría de De Gaulle sacan los alemanes las Panzerdivisionen (divisiones blindadas) y la Blitzkrieg (guerra relámpago) que les dan la fulgurante victoria sobre Francia en 1940.
De Gaulle consigue que a principios de 1940 el anquilosado alto mando francés le deje poner en obra sus ideas, organiza una división blindada y al frente de ella logra la única victoria francesa sobre los alemanes. Pero el jefe del gobierno, Paul Reynaud, lo necesita más en su gabinete que en el campo de batalla, donde todo parece perdido, y el 5 de junio de 1940 lo nombra subsecretario de la Guerra. Reynaud está decidido a mantener la lucha aunque Francia sea invadida y ocupada, porque existe un enorme imperio francés lleno de recursos, y manda a De Gaulle a Londres a ponerse de acuerdo con Churchill.
Cuando regresa de Londres el 16 de junio se encuentra con que ha habido una especie de golpe de Estado institucional, Reynaud ha cesado y Pétain ocupa su lugar para negociar la rendición. Reynaud todavía puede darle 100.000 francos de los fondos reservados y le aconseja que huya, de forma que, como hemos contado, vuela a Londres y vuelve a ver a Churchill. Ahora no representa a ningún gobierno, pero se presenta como si él fuese Francia. Realmente De Gaulle se lo cree.
Churchill sin embargo se resiste a darle crédito. Ya ha conocido el carácter insoportable de De Gaulle y prefiere a cualquier otro para que encabece la resistencia francesa. Pero Churchill no encuentra a ninguno y no tiene más remedio que aceptar a De Gaulle como jefe de la “Francia Libre”, aunque no va a darle muchos medios de apoyo; solamente un miserable local comercial y unos minutos en el programa en francés de la BBC, que ni siquiera se graba. Pero los aprovechará bien, pues su Appel (llamada) del 18 de junio de 1940 será uno de los mensajes radiados más transcendentes de la Historia: “Yo, general De Gaulle –inicia la llamada de forma egocéntrica- invito a los oficiales y soldados franceses... a ponerse en contacto conmigo… ¡Francia ha perdido una batalla! ¡Pero Francia no ha perdido la guerra!”.
"Fue espantoso"
Años después André Malraux quiere escribir sobre ese momento épico, pero De Gaulle le confiesa: “¡Fue espantoso! Era un hombre solo y desprovisto de todo, al borde de un océano que pretendía atravesar a nado”.
Efectivamente el loco está solo. Todo su partido consiste en dos políticos, un abogado, un diplomático, tres militares, un periodista y una mecanógrafa de la embajada. Sin embargo el 24 de junio se produce un milagro. 133 pescadores bretones, la totalidad de la población masculina de la islita de Sein, se presentan en Inglaterra con sus barcos de pesca y declaran que acuden a la llamada del general De Gaulle.
A primeros de julio hay un segundo milagro. Miles de soldados franceses están en Inglaterra, pero no quieren oír nada de continuar la lucha y piden que los repatríen a Francia. Cuando los están embarcando estalla un motín en la 13 Demibrigade de la Legión Extranjera. Es un batallón de 900 hombres, de los que 600 son exilados republicanos españoles, que se niegan a embarcar. El resto de la unidad, con su coronel al frente, se les une, así como unos cientos de marineros, y el 14 de julio el general de Gaulle puede pasar revista al “ejército de la Francia Libre”.
¡1.300 hombres y la mitad españoles!