Las muchachas rubias de escote ensangrentado atrapadas en cabinas telefónicas de Pere Gimferrer; los ojos ardiendo como faros que miran a las actrices de Hollywood en cruel contraste con la cena fría y desabrida del tardofranquismo de Antonio Martínez Sarrión; la balada del Dulce Jim que baila claqué en los escenarios resplandecientes de Broadway de Ana María Moix; el eterno viaje a la infancia a bordo del Nautilus de Julio Verne de Leopoldo María Panero; o los paseos en góndola veneciana repletos de ironía culturalista de Guillermo Carnero.
Son éstos solo algunos ejemplos del terremoto poético llamado Nueve novísimos poetas españoles (1970) de José María Castellet que sacudió la vida cultural de España hace ahora 51 años y cuyas ondas expansivas aún resuenan hoy día, ya sea a favor o en contra, en los ambientes literarios. Prueba de ello es el reciente Congreso Internacional Los Novísimos de Astorga, organizado por la Casa Panero, capitaneada por Javier Huerta Calvo, catedrático de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, en el que durante tres días se han analizado las razones por las cuales la generación novísima, que va más allá del grupo escogido por Castellet, se puede estudiar con el mismo rigor y profundidad que otras generaciones literarias como la del 27 o la del 50. Allí acudió Vozpópuli para hacer esta crónica.
Para entender el 'fenómeno novísimo' es preciso conocer la figura clave de José María Castellet, crítico catalán, elegante caballero de letras y dotado por sí mismo de una inquietante perilla luciferina, que ofició como protagonista absoluto de su propia antología. Resulta extraño que en la portada del libro no aparezcan los nombres de los poetas seleccionados y que en la contraportada veamos una foto del propio Castellet “con su disfraz de hippie”, que diría después Manuel Vázquez Montalbán. Pero no lo es tanto si comprendemos que la antología Nueve novísimos es fruto de la astucia editorial de Castellet y su capacidad para leer aquello que flotaba en el ambiente, dándole su forma justa en el momento preciso. ¿El resultado? Críticas hasta en el New York Times, vehementes opiniones encontradas, despechos sarracenos por parte de algunos poetas excluidos y un aluvión de antologías de “nueva” poesía que pretendían corregir, aumentar y, en ocasiones, hasta reñir a la realizada por Castellet.
Los novísimos y la precipitación
Como bien explicó Guillermo Carnero, uno de los pocos poetas incluidos en la antología que había publicado dos libros, en un discurso lleno de elegancia, humor y críticas mordaces a esa ola neopuritana que sufre parte de la izquierda actual, la de Castellet ni fue la primera ni la mejor, pero sí la más afortunada, entre otras cosas, por algo tan aparentemente arbitrario como la feliz fonética de nueve novísimos, lo cual, de paso, desechaba la posibilidad de un décimo, como si fuera un cuarto mosquetero que hubiera llegado tarde al casting.
Durante el franquismo, las llamadas furibundas a la rebelión desde la poesía abonaban el terreno para un fuerte movimiento estético en contra.
También subrayó Carnero la anomalía histórica de que fue la generación anterior la que diseñó el lanzamiento editorial de la siguiente. Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral y Gabriel Ferrater, nombres clave de la Generación del 50, detectaron el paulatino agotamiento de la poesía social, que anteponía los fines políticos a los criterios estéticos, y anticiparon la necesidad de una “nueva sensibilidad” que reclamara la autonomía del lenguaje y del poema frente a las urgencias de la realidad política. A este respecto, Carnero leyó una interesante cita de Gil de Biedma de mediados de los años 60 en la que venía a decir que el franquismo era lo suficientemente progresista y progresivo como para que las furibundas llamadas a la rebelión desde la poesía no solo fueran tomadas a beneficio de inventario sino que abonaban el terreno para un fuerte movimiento estético en contra.
De esta forma, José María Castellet y su principal lugarteniente, el entonces llamado Pedro Gimferrer, un joven poeta que, sin embargo, ya había ganado el Premio Nacional de Poesía en 1966 por Arde el mar, salieron en busca de poetas que encajaran con esa idea. No fue por lo tanto un trabajo que pretendiera reflejar la realidad poética del país sino, más bien, emitir una opinión e influir en el statu quo, y en ese sentido, hay que reconocer que fue un éxito ya que funcionó como revulsivo y obligó a todos los estamentos de la cultura a posicionarse de una manera u otra.
Descorazonador resulta el documento inédito, en forma de carta manuscrita, que aportó Guillermo Carnero en el que el propio Castellet le comunicaba, un mes antes de la publicación del libro, que estaba haciendo “una especie de antología” y le pedía una selección de poemas, admitiendo tácitamente que no había leído ninguno de sus dos libros. Esto da una idea de la precipitación y de la falta de criterio literario a la hora de elegir a los famosos nueve integrantes.
Argumentos a la contra
Al igual que un medio de comunicación, un congreso gana en credibilidad cuando es capaz de albergar voces disidentes con su línea editorial. Así pues, el profesor Luis García Jambrina, de la Universidad de Salamanca, comenzó su “lectura personal” señalando al elefante en la habitación, “los 'novísimos' son un bluf”, afirmó, “una 'fake new', un punto de llegada, más que de partida”, y luego dedicó su exposición a analizar la trayectoria de sus miembros que, en la mayoría de los casos, en poco o en nada han tenido que ver con la poesía. Analicemos al detalle, Manuel Vázquez Montalbán, conocido por su labor de novelista, ensayista y brillante periodista, dejando la poesía como una actividad menor que puede servir de reserva espiritual de toda su obra. Antonio Martínez Sarrión ha mantenido un discurso poético en el tiempo, matizado por ensayos y memorias. José María Álvarez, cuyo libro El museo de cera se ha visto actualizado a lo largo de los años, pero ha sido más visible como traductor y ensayista que como poeta. Felix de Azúa se ha dedicado a escribir novelas, ensayos y escritos periodísticos pero apenas poesía.
Si yo hubiera podido, me hubiese aburguesado como Gimgferrer, a la velocidad del rayo", me confesó Panero
Pere Gimferrer, en cambio, es, sin lugar a dudas, un hombre de letras cuyo desarrollo está íntimamente ligado a la poesía ya sea en castellano o catalán. Vicente Molina Foix no tenía en el momento de ser elegido novísimo ningún libro publicado de poesía y tardó más de veinte años en volver a publicar nada en verso. Guillermo Carnero era ya poeta al ser seleccionado y lo sigue siendo ahora al margen de modas y caprichos. Ana María Moix, conocida como 'la nena' entre tanto hombretón, es quizá quien mejor encarna la pompa de jabón novísima con apenas dos títulos de poesía tan líricos como evanescentes. ¿Y Panero? Panero, como bien dijo el profesor Jambrina, es un caso aparte.
El cubo de basura de la vida
A diferencia de todos los demás integrantes, la condición de novísimo de Leopoldo María Panero no tuvo incidencia en su obra, como tampoco la tuvo, y esto era una bala más difícil de esquivar, el éxito de la película El desencanto (1976), de Jaime Chávarri. Panero escribió, a pesar de permanecer en régimen de semireclusión en psiquiátricos a lo largo y ancho de media España durante, prácticamente, toda su vida, más de 60 títulos de poesía, 7 de narrativa y 5 de ensayos. Además, creó un género nuevo en la traducción llamado perversión, en el que desarrolla el contenido latente de cuentos clásicos de terror añadiendo párrafos que hasta a los más expertos estudiosos les cuesta distinguir. A diferencia de sus coetáneos, Panero nunca recibió premios ni becas, el único premio que le dieron al principio de su carrera, el Gabriel Miró de cuentos, se lo quitaron porque ya lo había publicado en la revista La Luna.
Él mismo me lo dijo en una entrevista: “Si yo hubiera podido, me hubiera aburguesado como Gimferrer, a la velocidad del rayo”. Pero lo cierto es que la sociedad burguesa le había situado donde él estaba más cómodo, no solo físicamente sino literariamente. Panero eligió ser la carta del Tarot del loco o el niño, que para el caso es lo mismo, y desde ahí desarrollar un discurso poético extraído directamente desde las alcantarillas de la vida que es dónde, todavía, se siguen produciendo los milagros. Por eso, la obra de Panero necesita una aproximación que supere el prurito de entomólogo/filólogo y sea capaz de encontrar conexiones más allá de texto.
Cecilio G, el Leopoldo M. Panero del trap
En ese sentido hay que destacar dos ponencias a cargo de Miguel Vega Manrique de la Universidad Autónoma de Madrid y Víctor Simón Ruiz de la Universidad de Granada. El primero, con una conferencia titulada Devenir cuaderno. El cuaderno como cuerpo y el cuerpo como cuaderno en la producción literaria de Leopoldo María Panero exploró las posibilidades de una lectura no lineal de su obra ofreciendo como soporte un cuaderno que refleje el caos controlado de la mente del poeta y a la vez, conecte con la idea paneriana de la reescritura permanente, de la historia de la literatura como un eterno palimpsesto en el que la figura del autor se diluye.
El segundo, con una comunicación llamada El espíritu contracultural y el malditismo de Leopoldo María Panero en la música urbana contemporánea, analizó las inesperadas conexiones con el trap y el rap con la poesía y la vida del poeta. Una tarea a priori un tanto difícil en la medida en la que como el propio Simón reconoció los traperos apenas tienen costumbre de leer, sin embargo, supo relacionar el espíritu rebelde y contestatario de Panero con el alma de las letras del trap. Así pues, sus intentos de suicidio tendrían su equivalente en Ready pa morir de Yung Beef, sus escarceos con los paraísos artificiales con alguna canción de Pedro Ladroga y, como colofón, citó el libro de Ernesto Castro El Trap. Filosofía millenial para la crisis en España (Errata Naturae, 2021) en el que se afirma sin tapujos que “Cecilio G es el Leopoldo María Panero del trap”.
¿Son los novísimos un producto de la CIA?
Tanto el antes citado profesor Jambrina como Guillermo González Pascual, de la universidad de Valladolid, al hilo de su ponencia sobre el libro Lectura de Marcuse de José María Castellet, hicieron alusión directa a la lluvia de dinero en forma de becas y viajes de estudios pagados con el que el Congreso por la Libertad y la Cultura, un lobby anticomunista creado en Berlín Oeste en 1950, regó a los intelectuales marxistas de la lucha antifranquista. Este grupo de presión, presente en 35 países, organizó un congreso en Madrid en 1963 con la ayuda de José María Castellet, entre otros escritores como Dionisio Ridruejo o Julián Gorkin. Curiosamente, después de la intervención de la diplomacia blanda americana en forma de dólar, el antólogo pasa de promocionar la poesía social a sacarse de la manga los novísimos en donde se desactiva el mensaje político y se sustituye por temas globalistas como la estética camp o el cine de Hollywood.
Nos dan libros, nos dan becas, yo no sé si usted tiene la relación de todas las becas que hemos dado, incluso a algunos comunistas descarados, a Juan Marsé...", explica Castellet
Cuando al propio Castellet se le preguntó sobre la contradicción de ser un intelectual marxista y, al mismo tiempo, recibir con gusto la ayuda estadounidense para el estudio Josep M. Castellet: Testimonio personal de su colaboración en el Congreso por la Cultura y la Libertad de Olga Glondys, afirmó: “ ¿Qué le he dicho al principio? El Congreso se funda en Berlín y sabíamos perfectamente que era netamente anticomunista. ¿Y qué le he dicho a continuación? Que nos aprovechamos… […] A nosotros no nos comprometen en la lucha anticomunista. Nos dan libros, nos dan becas, yo no sé si usted tiene la relación de todas las becas que hemos dado, incluso a algunos comunistas descarados, a Juan Marsé… Yo no me acuerdo de esta lista, porque es tremenda. […] Yo no me sentía manipulado, porque yo manipulaba a los otros”.
Tal vez sea arriesgado afirmar que los novísimos fueran un producto de la CIA, aunque fuese una idea acariciada por Panero en repetidas ocasiones, pero sí hubo una correlación de intereses entre un público ávido de una poesía que rompiera con el mensaje social y el perpetuo río machadiano y la voluntad de la superpotencia americana de monitorizar hasta el más mínimo detalle la transición de España desde el franquismo a la democracia.
El congreso finalizó con una vibrante y, a ratos tensa, conversación a tres bandas entre Guillermo Carnero, Jaime Siles, poeta novísimo y, sin embargo, excluido de la antología, y Vicente Molina Foix, poeta ocasional que sí formo parte del grupo de escogidos, donde entre ironías y citas cultas se puso en escena que, al margen de antologías y contubernios, la obra de cada uno se sostiene independiente y que son siempre los lectores quienes deciden su destino.