Y es que, dejando al margen que escribir, actuar, hacer, en suma, humor, es más difícil que escribir, actuar, hacer, pongamos por caso, drama (fíjense si es fácil que a veces es un drama, simplemente, lo mala que es la obra o lo mal que actúa el histrión de turno), la obra de Guareschi rezuma mucho más que humor: ternura, sencillez, nostalgia, candidez, incluso (tal vez fuera esa misma candidez lo que le impulsó a llamar Cándido a su revista de corte monárquico) y, en fin, todas esas cualidades que antaño integraban el concepto de bonhomía y que el Código Civil resume como las que competen a un “buen padre de familia”. Y sí, también grandes dosis de humor fino y elegante, lejano de la astracanada, de ese humor que nos hace sonreír más que reír a carcajadas, con una sonrisa que nos sale de dentro, de más cerca del corazón que de otro órgano de nuestro cuerpo.
La saga más conocida de sus personajes es la del cura Don Camilo y su contrincante, el alcalde comunista Pepón, y demás personajes comparsas en sus historias (dicho sea con todo cariño y respeto) y cuyas andanzas, los que ya peinamos canas, pudimos ver reflejadas en el celuloide, hoy ya rancio y en blanco negro, interpretados por el bueno de Fernandel, en el papel teatino, y Guido Cervi en el papel seglar.
Retratos de una vida desaparecida
Pero Guareschi es algo más que Don Camilo. Guareschi es ese amigo que nos abre las puertas de su casa y que nos dice, muy serio, mientras disfruta de un plato de tocino con polenta y un vaso de un buen y duro vino italiano, que “en la vida de todo hombre llega un día en que hay un extraño”, y ese extraño es su hijo, de apenas siete años que empieza a observarle, no ya como padre, sino como modelo de hombre al que parecerse... o no. Sus relatos familiares (Vida en Familia; Los del Terruño; Los maridos en la escuela) son retratos, mensajes que, estoy seguro, a los jóvenes de hoy resultan incomprensibles y a los que ya no lo somos tanto, nos hubiera gustado, casi, emular. Retratos de una forma de vida cotidiana hoy, para bien o para mal, desaparecida, y mensajes de entereza y honradez de convicciones que le llevaron, más de una vez, a disfrutar de vacaciones pagadas a costa del Estado Italiano en una u otra de sus cárceles, negándose siempre a pedir el indulto (que hubiese conseguido dada su fama) por estar convencido de la razón y justicia de las afirmaciones que le llevaron a tan incómodo balneario.
En fin, como él mismo decía “historias de otros tiempos”. Yo me permito suspirar y escribir “gentes de otros tiempos”. Perdónenme por el tono que, irremediablemente, se tornó nostálgico y que me apresuro a cambiar, para desear, in memoriam: ¡Muchas felicidades Don Giovanni! Y de todo corazón, decir de paso: gracias, amigo Juanito.