En la segunda parte del Quijote, Miguel Cervantes concedió a Sancho Panza el sueño -al fin realizado- de gobernar la isla que tuvo a bien prometerle Alonso Quijano al comienzo de la travesía. Adiestrado por el Hidalgo, quien dio a su escudero una serie de consejos sobre lo que un buen gobernante había de ser, Sancho partió a tomar posesión de su ínsula. Lo que debía de ser un gobierno se reveló como farsa, una burla urdida por los sirvientes del duque y los vecinos de Alcalá del Ebro, quienes desde un comienzo tuvieron la intención de convertir la intendencia de Sancho en un infierno; y ya se sabe que no hay peor en su tipo que los infiernos carnavalescos.
Como en la ínsula Barataria del Quijote, hay algo de burla en el gobierno en funciones Mariano Rajoy, al menos a juzgar por las decisiones de algunos de sus funcionarios
En la hipotética Barataria, una insula rodeada de tierra, Sancho se topó con un lugar en el que la razón jamás se impondría. Ni él consiguió del todo hacerse con el mando ni gozar de las satisfacciones de la gobernanza, por mucho empeño que pusiera. En los diez días que duró su mandato, Sancho no pudo comer, a riesgo de ser envenenado; tampoco dormir, por si los enemigos asaltaban la ínsula. Nada hizo Sancho con tranquilidad. En esas páginas hizo escarnio de él hasta el propio Cervantes, quien, cual trastada, le concedía –a veces- una sagacidad y cultura que nadie habría esperado en un analfabeto como él. Sí, como para que doliera doblemente su frustración. Tales fueron los reveses y obstáculos, que Sancho desiste de sus ‘responsabilidades’ y regresa burlado junto a su señor don Quijote.
El martes de esta semana, los miembros del jurado que concedería el Premio Cervantes correspondiente a 2017 recibieron una carta en la que se postergaba la deliberación hasta nuevo aviso...
Como en la ínsula Barataria del Quijote, hay algo de burla en el gobierno en funciones Mariano Rajoy, al menos a juzgar por las decisiones de algunos de sus funcionarios y los acontecimientos de estos días en lo que a la intendencia cultural de España respecta. El martes de esta semana, los miembros del jurado que concedería el Premio Cervantes recibieron una carta en la que se postergaba hasta nuevo aviso la reunión para elegir al escritor galardonado de esta edición. Faltando apenas un mes para el anuncio oficial, que se realiza tradicionalmente en noviembre, no existe todavía convocatoria ni dinero aprobado para acompañar el premio más importante de las letras iberoamericanas, dotado con 125.000 euros. ¿La razón? Una orden del Ministerio de Hacienda, que no había reservado el dinero necesario, por un tema de "cierre contable".
"Este es el coste de no tener gobierno", explicaron fuentes de la Secretaría de Cultura a este periódico esa misma tarde. ¡Allá va Montoro, cebándose con la cultura!, dijeron algunos pensando que ahí estaba el meollo. Qué mejor ocasión que lo del gobierno en funciones para regalarle a Montoro el último hachazo a un sector al que dedicó no pocas medidas (IVA del 21%) y todavía más amargas expresiones. El asunto, sin embargo, no iba por ahí. Era todavía peor. Mucho peor.
¡Allá va Montoro, cebándose con la cultura!, dijeron algunos pensando que ahí estaba el meollo. Era peor. Mucho peor.
Cuando Hacienda ordenó el cierre presupuestario el 20 de julio para conseguir un ahorro de 1.000 millones, muchos ministerios debieron adelantar los trámites más importantes para que no quedaran por fuera aquellos asuntos que podían considerarse de primer orden. Esa lógica debía hacerse extensible a cada área según la cartera correspondiente. Desde gastos de defensa hasta I+D+I. Todo cuanto era prioritario debía de ser dispuesto antes de esa fecha.
El ministerio capitaneado por Cristóbal Montoro cerró finalmente los expedientes de gasto. Dependiendo de la versión, hay quienes aseguran que los plazos se extendieron hasta agosto. Sin embargo, la solicitud de Cultura para la reserva de las dotaciones tanto del Cervantes como de los Premios Nacionales de Cultura no llegó a tiempo. Faltaban todavía tres meses para las deliberaciones de los tribunales y jurados, aducen algunos. El resultado es el mismo: si las dotaciones se mantenían iguales -125.000 para el Cervantes y 20.000 para cada premio Nacional-, podía planificarse el metálico indistintamente de quién lo recibiría.
Ya lo decía Andrés Trapiello... De vivir Cervantes, el premio lo habría recibido en su lugar Lope de Vega.
La mayoría consideró que un nuevo gobierno estaría constituido al momento de resolverse estos asuntos, dicen desde Cultura. Curioso, si contamos con que los primeros días de agosto PP y Ciudadanos diseñaban un pacto de investidura al que todavía no le salían las cuentas. Acaso porque el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, es aficionado a leer a Voltaire –cita mucho aquello de ‘en el mejor de los mundos posibles'- hizo honores al Cándido del filósofo y se quedó mirando el frondoso jardín en el que ahora se ve metido: el galardón literario que une a Iberoamérica con España no sólo recibe las embestidas de las pocas formas, sino que, en el IV centenario de la muerte de Cervantes, rinde el peor homenaje posible al escritor.
Ya lo decía Andrés Trapiello. De vivir Cervantes, el premio lo habría recibido en su lugar Lope de Vega. Porque ni para los fastos. Ni para eso. Menos mal que Cervantes no tiene tumba donde retorcerse. Acaso como Barataria, lo que había de ser un gobierno, se revela como farsa, el pozo sin fondo de una isla sin mar.