La literatura ha encontrado en el amor (y el desamor) homosexual su caja de resonancia más potente. La historia está llena de personajes conmovedores como La Loca del Frente que escribió Pedro Lemebel en su preciosa Tengo miedo torero, también el Gustav von Aschenbach y el Tadzio con los que Thomas Mann ilustró el amor solitario que puede sentir un hombre viejo por la juventud de otro; el realista Valentín Arregui y el soñador y quijotesco Molina que Manuel Puig narró en El beso de la mujer araña o las Theresa y Carol sobre las que Patricia Highsmith levantó su novela Carol.
Desde el siglo VI antes de Cristo, Safo ya cantaba el amor entre mujeres. Heródoto y Platón exploraron el amor homosexual como una vertiente de la relación pedagógica e incluso hay quienes han atribuido una naturaleza erótica a la amistad entre Patroclo y Aquiles en la Ilíada. La circunstancia biográfica y propiamente estética de una literatura homosexual podría ser prácticamente transversal a lo largo de toda la historia, sea o no manifiesta. Hay autores homosexuales que moldean sus personajes de ficción a partir de su propia vida, el caso de Terenci Moix por ejemplo; mientras otros la dejan fuera de su registro literario o al menos lo retrasan en su obra, como Juan Goytisolo.
La temática gay abre un pasillo en el que cabe desde la vivencia de la propia soledad hasta la insatisfacción que entraña el desamor, la marginalización y el rechazo social. Hay cierta relación entre autores separados en el tiempo. Por ejemplo, un pasadizo que conecta al Wilde de finales del XIX que escribe De profundis, aquella carta dirigida a su amante Lord Alfred Douglas desde la cárcel del Reading, donde cumplía condena por el delito de sodomía, con el poeta y disidente cubano Reinaldo Arenas, quien fue objeto de persecusión por ambos motivos y dedicó amargas páginas a su encarcelamiento y su exilio. Por razones históricas y distintas, hay exclusión y castigo en la circunstancia de los dos escritores. Las une un hilo áspero, cuya belleza aprieta casi tan fuerte como un aparejo.
Capítulo femenino
¿Cómo y de qué forma cuaja en el siglo XX una literatura homosexual escrita por mujeres? Casi siempre como un acto de reafirmación frente a una sociedad donde el amor lésbico es todavía más rechazado y estigmatizado. En las páginas de Dos damas muy serias Jane Bowles utiliza a su personaje Frieda Copperfield como un elogio de la libertad y la independencia. Una mujer que quiere lograr su felicidad terrenal y que no duda en abandonar a su marido para irse a vivir con una joven prostituta panameña. Del otro lado, Bowles confecciona un personaje como Christina Goering, una mujer rica, solterona y proclive al misticismo, que entra en la vorágine de las aventuras con desconocidos.
Ese díptico que componen la libertad y desafío de Frieda frente a la auto-destrucción y soledad de Christina sobrepasan el propio tema homosexual para apuntar a una reflexión literaria y estética. El rechazo, el deseo, la pasión o la soledad son comunes a todos los seres humanos, homosexuales y heterosexuales, pero justamente lo que recoloca esos sentimientos es el contexto donde se producen. Cuando Lemebel narra el amor homoerótico frustrado en la dictadura de Pinochet en verdad cuenta muchas formas de violencia soterradas en ese desamor.
Carol es un ejemplo perfecto de la forma en que la sociedad americana permanecía encerrada en una estructura conservadora. Esta novela de Patricia Highsmith, que fue llevada al cine por Todd Haynes, fue chazada por sus editores a causa de su temática lésbica, apareció en 1951 con el título de El precio de la sal y bajo el pseudónimo de Claire Morgan. Años más tarde, se reimprimió con el título de Carol y el verdadero nombre de su autora. En esa edición se añadió un prólogo donde explicaba las razones que entonces la obligaron a ocultarse y su satisfacción porque hubiera ayudado a otras lesbianas. El libro vendió cerca de un millón de ejemplares.
La Carol de Higsmith y la Frieda de Bowles guardan un parecido: buscan conquistar un espacio en una sociedad que las invisibiliza
Highsmith cuenta la historia de Therese, una joven escenógrafa que trabaja como dependienta en una tienda en la que se encuentra con Carol, una elegante y sofisticada mujer, que acaba de divorciarse y entra a comprar una muñeca para su hija.A partir de ahí Therese experimenta una apasionada fascinación por la joven. La Carol de Higsmith y la Frieda Copperfieldn de Bowles guardan un parecido: su elección de amor por otra mujer tiene algo de reafirmación, conquistar espacio en una sociedad que las invisibiliza. E incluso algo de eso conecta por ejemplo con la bisexualidad de Virginia Woolf.
El sello Dos Bigotes publicó hace dos años A Virginia le gustaba Vita, una novela en la que Pilar Bellver recrea la historia de amor entre las escritoras Virginia Woolf y Vita Sackville-West, esta última una extravagante escritora entonces mucho más conocida que Virginia Woolf. Tomando como punto de partida las cartas íntimas y los datos biográficos de ambas, Bellver recrea esta relación y el marco histórico donde ocurre: el período de entre guerras, en el ambiente transgresor que unió a los miembros del grupo de Bloomsbury y sin olvidar los especiales lazos que se establecieron entre ellas y sus maridos, Harold Nicolson y Leonard Woolf. La literatura y el sentimiento funcionan, en ese caso, como hilos comunes que sujetan las historias de dos mujeres cuyo sentido libérrimo del mundo se impone en sus vidas y, por supuesto, en la elección de amarse.
Este mes, Lumen ha publicado una novela, de la francesa Pauline Delabroy-Allard. Se trata de Voy a hablar de Sarah, una novela que despliega la relación erótica entre dos mujeres que se conocen por casualidad. Una es madre soltera y profesora con una pareja circunstancial. La otra es violinista, excéntrica, sensual y culta. Muchos se refieren a ella como la última gran revelación literaria francesa. Ha ganado importantes premios (estuvo a un paso del Goncourt) y ha sido comparada con Marguerite Duras y Yourcenar por la fuerza de su prosa.
Siglo XX
A comienzos del siglo XX tres autores entrarían también en lo que podría considerarse un capítulo homosexual literario. Se trata del llamado grupo de Oxbridge –sus integrantes estudiaron en Oxford y Cambridge- y en el que se incluye a W. H. Auden, Stephen Spender y Christopher Isherwood. Según Luis Antonio de Villena cada uno representa una faceta de la mejor modernidad británica. “Auden será el gran poeta con fuerte veta intelectual; Isherwood, el novelista por excelencia; y Spender -el más longevo-, una mezcla notable de narrador y poeta, igual que fue claramente bisexual”, asegura.
En aquellos años, en los que seguía vigente la ley que condenó a Oscar Wilde, Isherwood, un hombre aristocrático y culto, se marcha a vivir a Berlín, una ciudad que hasta la llegada del nazismo gozaba de un clima de tolerancia hacia la homosexualidad. Libros suyos como Adiós a Berlín –publicada en 1939 y traducida al castellano años después por Jaime Gil de Biedma- o El señor Norris cambia de tren está inspirada en las experiencias del propio Isherwood en el Berlín de la República de Weimar, y evoca con incomparable agudeza las luces y las sombras de la ciudad durante el auge del nazismo.
Durante la Europa de entreguerras se produjo una literatura memorialística al respecto
En los años veinte se publican algunas novelas de temática homosexual a las que las une casi siempre un desenlace trágico como El ángel de Sodoma, obra inaugural en el tratamiento de la homosexualidad dentro de la novelística cubana y cuyo autor es Alfonso Hernández Catá. La trama está protagonizada por José María, un joven que comienza a sentir una atracción por otros hombres y que vive el descubrimiento de su propia homosexualidad preso por la culpa y la vergüenza.
En sus páginas, Hernández Catá retrata un ambiente de conservadurismo que concibe la homosexualidad como un vicio. La novela se publicó en España, en 1927. El poeta y novelista cubano José Lezama Lima también era homosexual, aunque de manera muy discreta y velada. Su gran novela Paradiso, publicada en 1966, fue clasificada por la censura castrista como "pornográfica", porque esa temática estaba reflejada en sus páginas.
Tres años antes, en Chile, Augusto D'Halmar publica Pasión y muerte del Cura Deusto. Ambientada en Sevilla, en ella D’Halmar cuenta la larga relación entre el párroco Ignacio Deusto y Pedro Miguel, “Aceitunita”, un joven huérfano y gitano. También marcada por la tragedia, en esta historia los protagonistas nunca admiten y viven también como un infierno moral la fuerte atracción que los une. En esos años surge un personaje fascinante: Alvaro Retana. Fue escritor, periodista, dibujante, modisto, músico y letrista de cuplés español, alguien que se permitía ir vestido con mono de seda a las manifestaciones obreras durante la guerra civil española y que el bando Nacional represalió condenándolo primero a muerte y conmutándole la pena después por 30 años de cárcel de los que cumplió nueve.
Ya con Primo de Rivera, Retana tuvo que exiliarse en París, por una serie de delitos de imprenta de los que fue acusado. Su obra es amplísima, pero en ella destaca Las locas de Postín. Novela de malas costumbres aristocráticas (1919) y también A Sodoma en tren botijo (1933), que fue publicada nuevamente por Odisea Editorial, con una introducción de Luis Antonio de Villena, quien además escribió su biografía.
La poesía, siempre
La poesía guarda un capítulo propio en esta historia. Comenzar implica prometer un resumen que no será posible, al menos no en estas páginas. A pesar de eso, hay poetas y figuras que reclaman la referencia. Pocas tormentas debieron tener las proporciones del romance entre Paul Verlaine y Rimbaud. Jóvenes, malditos y simbolistas. Gasolina suficiente para incendiar cualquier parnaso. La cosa llegó tan lejos que Verlaine fue condenado a dos años de cárcel por disparar a Rimbaud, luego de que éste lo abandonase. El norteamericano Walt Whitman también alojó en su interior la atracción homoerótica de quien, a veces, parecía también añorar la juventud que se le escapaba. La lujuria de la lozanía ajena. "Anuncio miríadas de mancebos gigantescos, hermosos y de fina sangre; anuncio una raza de ancianos salvajes y espléndidos", escribió en sus Hojas de hierba.
Entrado el siglo XX, imposible obviar al escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini: un hombre de una personalidad expansiva, principal representante del neorrealismo italiano, un destacado militante comunista, y además homosexual. Su manera de abordar los temas relacionados con el sexo convirtieron muchas de sus obras no sólo en un tabú, sino en un foco de tensión. Su asesinato, en 1975 de un balazo, tiene cabos sueltos sobre cuál fue el motivo y cuál de todos los grupos de poder decidieron acabar con él.
En el caso de España, al menos en el siglo XX hay distintas historias. Los autores homosexuales o bisexuales de la Generación del 27 forman una larga lista: Federico García Lorca, Emilio Prados, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y Manuel Altola. Dentro de la llamada Generación del 50, Jaime Gil de Biedma fue no sólo uno de sus más grandes poetas, sino además un autor que se reconoció como homosexual. Cosmopolita y dueño de una elegancia casi aristocrática, uno de sus poemas más hermosos y donde el amor traviste en melancolía y soledad es Pandémica y celeste:
"Imagínate ahora que tú y yo/ muy tarde ya en la noche/ hablemos de hombre a hombre, finalmente. Imagínatelo,/en una de esas noches memorables/ de rara comunión, con la botella/ medio vacía, los ceniceros sucios,/ y después de agotado el tema de la vida./ Que te voy a enseñar un corazón,/ un corazón infiel,/ Desnudo de cintura para abajo,/ Hipócrita lector - mon semblable - mon frère! (...) Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo/quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos/ a ser posible jóvenes:/ Yo persigo también el dulce amor,/ el tierno amor para dormir al lado/ y que alegre mi cama al despertarse,/ cercano como un pájaro./ ¡Si yo no puedo desnudarme nunca,/ si jamás he podido entrar en unos brazos/ sin sentir -aunque sea nada más que un momento-/ igual deslumbramiento que a los veinte años! (…) Para saber de amor, para aprenderle,/ haber estado solo es necesario./ Y es necesario en cuatrocientas noches - con cuatrocientos cuerpos diferentes -/haber hecho el amor. Que sus misterios,/como dijo el poeta, son del alma,/ pero un cuerpo es el libro en que se leen”.
Hay escritores más jóvenes como Luisgé Martín (Madrid, 1962), fundamentalmente un narrador, quien sin embargo levanta una poética de la homosexualidad. Tuvieron que pasar casi 30 años para que Luisgé Martín fuera capaz de escribir El amor del revés (Anagrama), un relato en primera persona sobre la asunción de su propia sexualidad. En sus páginas, el escritor madrileño narra el periodo de su vida que transcurre entre el descubrimiento de su homosexualidad y la afirmación de la opción que durante años ocultó. Una metamorfosis a la inversa. Una extracción en dirección contraria, como si alguien devolviese a su corazón los pellejos que un viento arrancó, años atrás. Eso es este libro. Eso es esa tilde: una zarza ardiente.