Cultura

¿Proyectos ilegales o bancos de cultura? Así son las plataformas de contenidos que difunden cultura

Pese a los esfuerzos de los Gobiernos por regular la legislación para proteger los derechos de autor, para cualquier usuario es sencillo encontrar formas de descargar contenido protegido. Frente a estos espacios, algunos de los cuales lo hacen con un fin no lucrativo, hay otras alternativas legales y gratuitas que también apuestan por ofrecer contenido cultural en la red.

  • Imagen de un libro electrónico.

Desde el inicio de la escritura hasta la deslocalizada era digital, las personas interesadas en la cultura no han dejado de aglutinar en sus casas bibliotecas y archivos. En el pasado éstos, siempre en formato físico, se acumulaban en los hogares, cada vez más numerosos sin que se planteara si el acceso a estos contenidos pudiera ser ilegal o negativo para el mundo cultural. Pero hoy en día, a través de las copias digitales o las grabaciones para uso personal que se distribuyen, es posible acceder de forma gratuita a casi cualquier libro, película o canción con sólo un dispositivo con acceso a internet gracias a varias plataformas que aglutinan contenidos protegidos con derechos de autor y que escapan a la justicia a través de diversos trucos. A la vez, existen otros proyectos dentro de la ley, que buscan difundir la cultura entre la sociedad, usando las posibilidades de la red para ello. Estos dos caminos plantean de esta forma el interrogante: qué consideramos un proyecto ilegal y qué un banco de cultura. ¿Es legítimo compartir contenido protegido sin lucrarse por ello y con el fin de difundir la cultura?

La gran biblioteca digital

A principios del siglo XX, tal y como relata Arturo Barea en La Forja de un Rebelde, el escritor Vicente Blasco Ibáñez “un día dijo que en España no se leía porque la gente no tenía bastante dinero para comprar libros. Entonces dijo: ‘Yo voy a dar a leer a los españoles’. (…) puso una tienda y empezó a hacer libros”. Esta breve descripción del 'niño Barea' refleja como Blasco Ibáñez, a través de la colección La Novela Ilustrada, puso a disposición de la sociedad española grandes clásicos de la literatura como Víctor Hugo, Tolstoi o Dickens a 35 céntimos de la época el libro, un precio asequible por esas fechas. De esta forma, sin olvidar que el escritor valenciano ganó una importante cantidad de dinero y en ningún momento contrariando la ley, trasladó a los españoles un poco de cultura en forma de clásicos, que rápidamente otras editoriales se lanzaron a imitar.

El Proyecto Gutenberg es una propuesta de compartir en formato digital los libros cuyos derechos ya han expirado y que cuenta con 50.000 libros, la mayoría en inglés

Si hoy quisiéramos encontrar un empeño similar – salvando las distancias – a lo que Blasco Ibáñez buscaba con su Novela Ilustrada, quizá el sitio más adecuado serían los portales de descarga de libros electrónicos cuyos derechos de autor ya han expedido. Esta iniciativa, completamente legal, tiene en su máximo exponente al Proyecto Gutenberg, una propuesta de compartir libros electrónicos que tuvo su inicio en 1971 y que hoy ya cuenta con más de 50.000 libros en su página web, la mayoría de ellos en inglés. Otros lugares donde encontrar libros gratuitos en formato digital son sitios tan conocidos como Amazon o La Casa del Libro, que ofrecen también obras a coste cero porque sus derechos han expirado.

Por otro lado en internet han surgido otra serie de proyectos con una situación legal más dudosa. Uno de ellos es el proyecto Scrptorium, que se desarrolla a través de la web epublibre.org y que cuenta con un catálogo de más de 22.000 libros, la mayoría en castellano, y también la mayoría protegidos con derechos de autor – en este sitio se puede encontrar desde la edición anotada de Francisco Rico de El Quijote o la edición de la Eneida de la biblioteca Gredos a las novedades más recientes, como el último libro de Jesús Carrasco, o el del Nobel Mario Vargas Llosa, ambos publicados este mes de marzo-. El proyecto, que se inició a finales de 2012, es la iniciativa de “un grupo de internautas que deseaban disponer de un medio para obtener y proporcionar libros correctamente maquetados, de forma totalmente altruista”, recoge el manual para subir libros que se puede encontrar en la misma página, y es que este proyecto, que defienden “surge por la necesidad y el deseo de compartir cultura”, funciona a través de la comunidad que lo compone, que es la que sube los archivos a través de ficheros torrent, una fórmula que en países como Alemania, por su legislación, supondría una multa económica para quien lo descargue. La web en la que se sustenta el proyecto está afincada en Reikiavik (Islandia) a través de una cuenta de Tor, una aplicación que oculta la dirección del ordenador de origen, por lo que la actual ley española no tiene ‘poder’ para frenar el proyecto.

Frente a esta propuesta que pese a compartir archivos protegidos por derechos de autor no se lucra con ello, tenemos otras webs que con un sencillo visionado vemos que la cosa es distinta. Tal es el caso de páginas como Espaebook o Lectulandia, páginas donde también se suben libros en formato digital, pero que cuentan con publicidad en su portada, lucrándose de esta forma con su 'difusión de cultura'. La mayoría de estas webs mencionadas se afincan en Estados Unidos o Canadá, escapando así de la actual legislación. Para evitar problemas en el país americano utilizan un sistema de aviso, como también hacen plataformas legales como Issuu o Scribd, por el cual un autor o usuario puede reclamar la retirada de una obra si se violan sus derechos de autor. Estas dos páginas mencionadas también cuentan entre sus archivos con numerosas copias de obras protegidas con derechos, tal y como explicaba un dibujante americano, Tom Richmond, en su blog, que explicaba cómo notifica de forma frecuente a estas dos páginas la presencia de su libro en sus catálogos para que lo eliminen: “Scribd elimina las copias de mi libro en su sitio en 24 horas. Issuu tarda un par de días, pero también lo borra”. De esta forma en páginas como estas también se puede encontrar este conflicto, siempre que la web permita al usuario compartir sus documentos.

La música, un sector asentado

Frente al caso de los libros, al que la extinción de derechos es el marco sobre el que se construyen los proyectos gratuitos legales, el caso de la música se sitúa como el sector asentado en el que con suma facilidad un internauta puede encontrar de forma gratuita casi cualquier tipo de canción. Si bien hasta hace unos meses existía una plataforma, Grooveshark, a la cual pese a su cierre hace unos meses puede volver a accederse sin problemas, plantaba cara al gigante en este campo, Spotify, con más de 40 millones de canciones. Además de otros servicios como Apple Music o Google Play, en el mundo musical se pueden encontrar otro tipo de propuestas interesantes –y legales- tales como Museopen, Deezer o Jamendo.

Museopen pidió dinero a través de un crowdfunding para comprar los derechos de grabaciones de obras de autores como Beethoven o Mozart y difundirlas así de forma gratuita

La plataforma de música clásica sin ánimo de lucro Museopen es uno de los proyectos online culturales más interesantes de los últimos años. Completamente legal, los creadores de la web lanzaron un crowdfunding para impulsar el sitio, ya que pese a que los derechos de autores como Beethoven, Brahms o Mozart se extinguieran hace tiempo, las grabaciones de las orquestas interpretando dichas obras sí tienen derechos de propiedad intelectual. El dinero recaudado a través de la plataforma Kickstarter, 68.359 dólares –pedían 11.000-, lo destinaron a comprar los derechos de las interpretaciones de estos autores y ponerlas de forma gratuita para todo aquél que quiera acceder a ella. Actualmente, la página solicita donaciones para continuar comprando derechos para “incrementar el acceso y exposición a la música a través de la creación de recursos y materiales educativos. Proveemos grabaciones, partituras y libros de texto al público de manera gratuita, sin restricciones de copyright. En pocas palabras, nuestra misión es hacer libre la música”, relatan en su página, donde explican que el 90% de las donaciones va a comprar música y el resto a gastos del servidor y desarrollo de la web.

Pero pese al idílico escenario en el que parece moverse el sector musical, este campo no está exento de ‘trucos’ con el que adquirir una biblioteca musical de título a coste cero. Para ello, sin tratarse de plataformas o grupos concretos, se han generado programas que sirven para descargar las canciones de servicios en abierto con publicidad como Spotify o youtube. Aplicaciones como Spotydl o eliminar el ‘ube’ de cualquier enlace de youtube permiten conseguir una canción de una forma sencilla. Este paso, que hace que el dinero que obtendrían empresas y autores por publicidad se vea reducido, es un atajo de difícil eliminación, ya que al tratarse de varias páginas que simplemente convierten archivos o una aplicación de uso personal y que se puede subir a cualquier servidor de cualquier país no se puede sencillamente bloquear el servidor o cerrar su acceso.

El cine, tierra de piratas

En la otra orilla está el cine. Si la música ha encontrado un modelo que ha reducido cada vez más la piratería, en el terreno audiovisual es donde se desarrolla la lucha más encarnizada. La legislación que lanzan los países busca paliar este ‘mercado negro abierto’ que son las páginas de descargas de contenido protegido por derechos de autor. Pese a que en los últimos años nuevas páginas como Filmin, Wuaki.tv, Movistar + Netflix, entre otros, hayan lanzado catálogos de películas y series amplios a un coste reducido –desde 6 euros al mes- y que haya webs como la de RTVE en donde puedan verse series de la cadena de forma gratuita, en la actualidad siguen existiendo múltiples formas de acceder a estos contenidos por la vía ‘ilegal’.

En los últimos años, páginas como Filmin, Wuaki.tv, Movistar+ o Netflix han lanzado ofertas con un amplio catálogo y baratas con el fin de ocupar un espacio dominado por las páginas de descarga

En España, concretamente, después de que la plataforma Series.ly decidiera eliminar todos sus enlaces protegidos por derechos de autor, el portal Pordede, cuya dirección de origen se afinca en Estados Unidos y por tanto está fuera de las manos de la legislación española, ha sido quien ha decidido ocupar su lugar. El pasado 2015 la página lanzó un mensaje en su blog en el que utilizando la serie Juego de Tronos defendía su resistencia contra la legislación: “En Pordede elegimos vivir, luchar, compartir, disfrutar del viaje mientras dure, que es lo que al final importa”, citaba el mensaje en el blog de la web. Hoy en día esta página es una de las más visitadas y en ella se pueden encontrar fácilmente los últimos estrenos. En caso de que iniciativas similares tuvieran sus servidores alojados en España, la Comisión de la Ley de la Propiedad Intelectual podría advertir a los administradores sobre los contenidos ilegales y en caso de no eliminarlos o que se siguieran subiendo dichos contenidos en sus espacios, se podrían tomar medidas contra ellos con multas entre los 150.000 y los 600.000 euros.

Pero el quebradero de cabeza para las autoridades con las plataformas para visualizar online el contenido protegido por derechos de autor ha evolucionado hasta el punto de crear sitios como Popcorntime, un programa que se puede descargar y que a través de enlaces torrent permite ver en online y en alta calidad una gran cantidad de películas de estreno. Esta plataforma sufrió unos problemas y desapareció a finales de 2015, pero debido a que el programa fue realizado en código abierto, otros usuarios reprodujeron y mejoraron la fórmula y han vuelto a lanzar la aplicación. Este método, perseguido por las autoridades estadounidenses, debido a que es considerado la opción ilegal de Netflix, proporciona películas en idioma original y permite incorporar los subtítulos de casi cualquier idioma, haciendo imposible para la legislación española hacer frente a ella.

De esta forma, la decisión sobre cómo construimos nuestro fondo cultural depende, además de nuestro bolsillo, de la ética que supone decidir entre una plataforma que pese a su coste o su publicidad respete los derechos de los autores u otra que lucrándose o no con ello, difunda la obra de diversos artistas a lo ancho del globo sin mirar si éstos están dispuestos a compartirla.

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