Cultura

A Indiana Jones le molestan los Beatles (apuntes sobre el ocaso de las estrellas)

Nunca vimos a la Monroe arrugada, ni a Bogart caminar con cachaba agarrando con temblorosa mano el brazo de Lauren Bacall, pero la saga de Indiana Jones sí ha dado ese paso. ¿Qué podemos aprender viéndola?

Indiana Jones duerme la siesta y detesta la música de los Beatles. Es ahora un don nadie, un desconocido, uno de esos cientos de nombres que el transcurrir de la Historia engulle con voracidad de Saturno. Indiana Jones está más cerca del bastón que del látigo. Ya no hay bellas mujeres esperando en su puerta, ni amigos con los que tomar un whisky. Los alumnos no le prestan atención y las lolitas no le hacen ojitos. Se ha convertido en un viejo.

Indiana Jones y el Dial del Destino es una honrada despedida del héroe de aventuras de los ochenta. James Mangold consigue envolver la esencia de Indy y depurarla en un producto adaptado a los tiempos. Más allá de las aventuras del personaje, de su infinita lucha contra los nazis -incluso años después de la muerte de Hitler-, interesa su evolución a personaje anciano. No conocemos la senectud del Equipo A, de James Bond o de Philip Marlowe. Pero sí sabemos que a Indiana Jones lo despiertan de la siesta los acordes del Magical mistery tour de los Beatles sonando a todo trapo en el piso de sus vecinos estudiantes. Y le saca de quicio.

Y es que el paso del tiempo no hace prisioneros, y a Indiana Jones también le toca caminar encorvado. Mostrar las arrugas y cicatrices de una vida con su torso descubierto. Necesitar que lo salven, en lugar de ser el salvador. Ese momento que a todos nos llegará. Ese delicado tránsito entre cuidar a nuestros padres, y que nos cuiden a nosotros.

El ocaso de Indiana, es el ocaso de las estrellas. Por eso muchas marchan antes de mostrar su decrepitud. Son los eternos jóvenes. James Dean, muerto con 24 años en un accidente de coche. Marilyn Monroe, fallecida a los 36 por sobredosis -siguen circulando teorías de que en realidad fue asesinada-. Humphrey Bogart, reducido a la mínima potencia por un cáncer de esófago, abandonó este mundo a los 58 años postrado en su cama. Albert Camus, accidente de moto a los 47 años. Y tantos otros como Natalie Wood, Montgomery Clift, River Phoenix, Sharon Tate...

Indiana en la recta final

Nunca vimos a la Monroe arrugada. Ni a Bogart caminar con cachaba agarrando con temblorosa mano el brazo de Lauren Bacall. No sabemos si Albert Camus hubiera amado hasta el final de sus días a María Casares. Ni si Montgomery Clift aprendería algún día a quererse a sí mismo.

Los personajes ancianos están de moda, porque la nostalgia lo envuelve todo en el mundo cultural. Se suceden las secuelas y vemos en directo, al puro estilo Boyhood, “cómo se pasa la vida, como se viene la muerte, tan callando”.

El séptimo arte está rompiendo una máxima del cine de aventuras de siempre. Históricamente, las películas terminan a medio camino, justo cuando el héroe consigue sus objetivos, se queda con la chica, salva el mundo y los títulos de crédito cierran el paso al futuro. Hoy, se nos está mostrando a nuestros ídolos de siempre venidos a menos, un ocaso que no se nos anticipaba en los clásicos ochenteros.

Indiana Jones, lejos de ser un triunfador, malvive en un piso sucio y con la nevera vacía. Pero lo peor no es eso, lo peor es que está solo. Su mujer, Marion, lo abandonó. Y su hijo murió hace años, un trago que no ha superado. El otro personaje por antonomasia de Harrison Ford, el contrabandista galáctico Han Solo, tampoco vive la mejor de las realidades en sus últimas películas. Lejos queda aquella celebración de El retorno del jedi (Star Wars VI), cuando desaparece la Estrella de la Muerte y su futuro se antoja inmejorable de la mano de la princesa Leia.

Hubo una película en los 70 que ya mostró los efectos inmisericordes del devenir de los años. Se trata de Robin y Marian, el film de 1976 de Richard Lester que nos muestra a un Robin Hood (Sean Connery) de barba canosa que regresa a Inglaterra y descubre que su lucha no ha servido para nada. Lady Marian (Audrey Hepburn) se ha metido a monja en un convento y los valores por los que un día lucho junto a Robin se han desvanecido. Lo único que persiste del pasado es el amor que sienten, quizá el caparazón más irresistible al paso del tiempo. Es inevitable sentir algo en el estómago cuando uno se encuentra con su primer amor, aunque hayan transcurrido lustros.

Miguel Delibes encontró la mejor metáfora sobre el paso del tiempo en La hoja roja, novela en la que trata los últimos años de un recién jubilado. El título, La hoja roja, hace referencia al papel de liar que se utilizaba antes para los cigarrillos. Cuando aparecía la hoja roja, significaba que apenas quedaban 4 ó 5 papeles más para liar. Es decir, que estaba a punto de acabarse el paquete. Y la vida se consume como un cigarrillo. A Indiana Jones ya le ha salido la hoja roja.

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