Cultura

“Nuestros políticos invocan la ciencia igual que Stalin”

El prestigio de Jesús González Requena desborda con creces su conocimiento popular, que no es pequeño gracias a los centenares de conferencias que ha impartido por toda España, y a

  • Jesús González Requena.

El prestigio de Jesús González Requena desborda con creces su conocimiento popular, que no es pequeño gracias a los centenares de conferencias que ha impartido por toda España, y a la labor constante y regular que realiza desde hace casi treinta años en su Seminario de la Complutense, abierto a todo aquel que esté interesado en el análisis crítico y riguroso de los textos artísticos y que acostumbra tener su aula llena de asistentes.

Desde hace 25 años, además, preside la asociación cultural Trama y Fondo, organizadora regular de congresos y editora de la revista del mismo nombre, que va ya por el número 50. Las tres iniciativas son expresivas de una forma insólita de proceder pues apenas cuentan con respaldo institucional (salvo en el caso de los congresos, y aun así, pequeño) y se mueven sólo por el más desinteresado afán de conocer y transmitir el saber (como ha podido comprobar Vozpópuli)

Licenciado en Psicología y Catedrático de Comunicación Audiovisual de la Complutense, González Requena no se siente incómodo con el título de filósofo, pues ha dedicado toda su vida al estudio de una amplia gama de pensadores, así como al análisis crítico de la realidad y del arte. Ambas dimensiones confluyen en la Teoría del Texto, que ha desarrollado, y que ha demostrado su valor analizando todo tipo de realidades culturales, aunque especialmente las cinematográficas.

Luchador antifranquista en sus tiempos de estudiante, y miembro de revistas míticas de la izquierda cultural cinéfila como La Mirada y, sobre todo, Contracampo, desde hace años está muy preocupado por la deriva “de eso que se autodenomina progresismo y que cada vez es más totalitario”.

La Revolución Cultural china fue una gran hoguera de libros, ya se ha empezado a dar ese paso...

Hace un año y medio, aproximadamente, elaboró con Lorenzo Torres un ensayo que analizaba cómo la ceguera ideológica impidió suspender las manifestaciones del 8-M pese a las múltiples advertencias que existían. El texto (accesible aquí,) fue rechazado en siete revistas académicas. Empezamos nuestra conversación justo por ahí.

Pregunta: Más allá del contenido del artículo, que luego tocaremos, la censura tácita que ha sufrido es un conflicto en sí mismo. ¿Qué está pasando en las publicaciones científicas?

Respuesta: La mayoría de las revistas funcionan con ‘lectores ciegos’, que la mayor parte de las veces son lectores tuertos; la revista sabe a quién le manda qué artículo. Ese sistema tiene cierta razón de ser en el campo de las ciencias duras (física, química, biología…) porque en ese terreno el examen por la comunidad científica está muy ceñido a los datos experimentales y modelos. Aplicar ese sistema a las ciencias humanas es una mistificación porque lo único que hace es facilitar una vaga censura ideológica. Como no hay un mundo de datos empíricos concretos a chequear, o de experimentos a revisar, lo que hay de fondo es la ideología de los ‘lectores ciegos’. Esto a lo único que conduce es a la imposición de la mediocridad universal en el mundo de las ‘revistas científicas’, y a la exclusión de cualquier tipo de pensamiento que no entre en la pauta de lo que suena bien.

P: ¿Hubieran superado los grandes pensadores este filtro?
R: Los grandes autores de pensamiento universal, los más originales, los más geniales, hoy serían censurados, porque sus artículos caerían en manos de ‘lectores ciegos’ mediocres que considerarían sus trabajos demasiado extraños. ¿Cómo se ha desarrollado el pensamiento? Pues en gran medida por la existencia de determinadas cátedras, revistas o instituciones que apostaban por ciertas ideas. Ahora eso está desapareciendo. Ya no hay revistas que tengan un proyecto teórico intelectual.

Lo que vemos es la creciente hegemonía de una ideología, conformada en torno al feminismo, el ecologismo, el nacionalismo, el colectivismo (el borrado del individuo en el colectivo que le es asignado), el sanitarismo (la invocación de la salid pública como forma de control del individuo), etcétera, impuesta en el mundo intelectual occidental, y cada vez con un perfil más netamente totalitario. Es curioso pero el mundo intelectual occidental está fascinado por el totalitarismo. Sobran los indicios.

P: ¿Podría concretar en qué se muestra esa fascinación?
R: Da por buena la introducción de la censura. No hablo de la autocensura, que está generalizada en los productos culturales. ¿No es un país como Canadá, con un gobierno con perfil socialdemócrata, el que ha empezado a destruir libros? Los grandes destructores de libros fueron los comunistas soviéticos, los nazis y los chinos. La Revolución Cultural es una gran hoguera de libros. Ya se ha empezado a dar ese paso.
Y en el cine, las grandes corporaciones, una vez que entran en la lógica políticamente correcta, empiezan a excluir títulos, o a señalarlos con marcas ignominiosas. Del mismo modo que se marcaba a los judíos, las películas empiezan ya a llevar marcas como ‘incorrectas’ y, por tanto, potencialmente destruibles. Es cuestión de tiempo. Todo esto son síntomas de totalitarismo.

Y, además, hay también señales de otro totalitarismo más lábil e institucional que participa de esta lógica. Esta especie de fantasía de la Ciencia como una maquinaria con un único discurso, totalmente cohesionada y sin contradicciones, es una idea anticientífica y básicamente totalitaria. Y esto se desliza cada día más en el discurso de los políticos cuando hablan de ‘la Ciencia’.

Occidente es un desastre educativo: estamos fabricando pequeños monstruitos narcisistas

P: Eso se está viendo sobre todo en el cambio climático y está sirviendo para anular cualquier posible discusión.
R: Nuestros políticos han empezado a invocar ‘la Ciencia’ de la misma manera que la convocaba Stalin, como una Ciencia inapelable, indiscutible y progresista. Cuando las feministas defienden una epistemología feminista, una ciencia con punto de vista feminista, es algo completamente anticientífico.

P: Explíquese.
R: La ciencia lo que hace es controlar el punto de vista subjetivo para llegar a un conocimiento que sea válido para la colectividad. Esta hiperideologización apunta directamente a la supresión de la libertad de pensamiento y el debate. Lo tremendo es que lo que se autodenomina hoy como progresismo cada vez es más totalitario. Sobran los ejemplos. ¿Cómo es posible que a un gran científico como Francisco J. Ayala se le expulse de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. por una acusación de conducta que se considera incorrecta hacia una mujer?

P: No ahorre ejemplos.
R: O el caso del profesor que ha sido expulsado por proyectar a sus alumnos una película en la que aparecía un actor blanco pintado de negro en el papel de Otelo. La película está ya maldita, y tras este incidente se sobreentiende que no se puede proyectar en ninguna universidad, lo que es ya una forma de censura. Pero, además, si no estuviéramos locos y no hubiéramos entrado en una economía paranoica de la persecución del otro, que un actor blanco interprete el papel de un personaje negro debería verse como algo positivo en la comunidad negra, pues significa que ese gran actor no se siente avergonzado por presentarse como negro, sino todo lo contrario. Y ofrece su mejor papel. Y, sin embargo, eso se convierte en algo maldito con el respaldo de la institución universitaria, que participa de esa conducta totalitaria. Esto sucede en Estados Unidos, pero aquí va llegando todo enseguida.

P: Otro ejemplo sería el movimiento MeToo, en el sentido de que su sistema de penalizaciones y castigos se sitúa al margen del Estado de Derecho, como una especie de justicia paralela.

R: Son movimientos muy fanatizados del tipo de los que se dieron en los peores momentos del cristianismo. Pero ni siquiera responden al modelo de la Inquisición, que fue algo institucional, mientras que estos responden más bien al modelo de Girolamo Savonarola: unos iluminados que se consideran puros y en condiciones de aniquilar al otro. Esta visión fascina a los jóvenes de las clases medias cultas de Occidente y es algo arraigado en lo más profundo del sistema educativo y en la ideología en la que se ha gestado la educación de la juventud en los últimos tiempos. No es nuevo, seguramente, pero está cada vez más acentuado y es para echarse a temblar.


P: En vuestro artículo sugerís que estamos retornando a estadios tribales propios de una religiosidad arcaica.

R: Es un retorno a lo más arcaico, al momento previo a la llegada del Dios patriarcal. Puestos a plantear la cuestión en profundidad, la noción del individuo que se juega el ser en sí mismo, y en su identidad, está esencialmente asociada a la cultura cristiana y grecolatina. Y a lo que estamos retornando es a una hegemonía de lo tribal a costa de una supresión del individuo, que se ve forzado a una identificación absoluta con el clan. Eso es lo identitario. Lo identitario es que tú no tienes una identidad singular, sino que tu identidad te la concede el clan. Cualquier gesto que te aparte de la identidad del clan te convierte en un monstruo y te hace aniquilable. Es un modelo identificatorio psicótico, por eso genera conductas paranoicas.

P: De nuevo le animo a que concrete.

R: ¿Cómo ha podido ocurrir que ese espléndido movimiento que surge en el siglo XIX con el ánimo de conquistar derechos jurídicos para las mujeres, sin renunciar a su feminidad, se haya convertido en una maquinaria monstruosa que persigue en primer lugar, y de forma agresiva, a las mujeres que no aceptan su idea de identificación con el clan? Al final las mujeres empíricas no valen nada, son despreciables, lo que importa es cierto fantasma de mujer.

En el mundo homosexual ideologizado está ocurriendo lo mismo. Hay homosexuales a los que se puede arrojar orines porque están traicionando al ‘colectivo’. Recientemente me encontré en un reality show a un concursante homosexual atormentado porque no sabía si estaba a la altura del colectivo. Pero ¿qué es eso de estar a la altura del colectivo? ¡Tendrás que estar a la altura de tus principios éticos! Este fantasma grupal identificatorio y aniquilador es de estructura paranoica.

Esto se ha plasmado de forma especial en el mundo del nacionalismo. El caso de ETA es paradigmático porque la banda se consideraba en el derecho de aniquilar a los vascos que no fueran suficientemente vascos. Ya entonces una parte importante de España contempló esto fascinada. Hoy esa fascinación por lo totalitario está más clara que nunca y se da a muchos niveles.

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P: Una duda. Este fenómeno identitario ¿surge de la política y se proyecta sobre la sociedad o surge en la sociedad y lo asume la política?

R: Son parte de un mismo proceso. Los seres humanos vivimos cerca de la locura: el mundo no está hecho para que seamos felices y comamos perdices. Es más, quizás ese problema educativo del que hablábamos antes sea éste: que estamos transmitiendo a los niños que ellos son puros, y que tienen derecho a la felicidad. Este es un discurso aparentemente maravilloso y realmente monstruoso porque si le dices a alguien que tiene derecho a la felicidad y luego no es feliz…

Un sistema educativo sensato debería educar al ser humano en la perspectiva de que la vida es dolorosa y que la felicidad es algo puntual y ocasional. El otro discurso, que potencia al máximo el narcisismo en el niño, para colmo se ve acompañado de una seria crisis de la estructura familiar, que históricamente asumía, entre otras, la tarea de domeñar este narcisismo primitivo.

Esta especie de explosión narcisista del joven estaría en el origen de los dos fenómenos. No echaría la culpa a uno u otro, sino que buscaría la causa más abajo en una especia de instalación en un delirio cultural e intelectual en Occidente que, cuando alcanza e impregna el sistema educativo básico, tiene efectos explosivos. Para ese narcisismo no hay límite, se cree con derecho a todo.

P: Pero ¿no podría ser también lo identitario un refugio ante lo inhóspito del mundo, dado que muchas familias ya no proporcionan ese cobijo porque la estructura familiar está rota? Esta es la tesis de Mary Eberstadt.

R: Lo que pasa es que el problema fundamental en el que yo pongo el acento no es el desasistimiento del ser humano, sino la idea educativa de que, como has nacido para ser feliz, si no lo eres, alguien tiene la culpa. Con ese presupuesto, fabricamos ejércitos de indignados.

Estos niños bien que se han convertido en izquierdistas radicales que se dedican a levantar la espada de la justicia contra el resto del mundo vienen de ahí. No han aprendido a manejar la menor resistencia, frustración o dificultad del mundo. Y de eso no les podemos echar la culpa a ellos, que son la manifestación de ese desastre intelectual, cultural y educativo que vive Occidente. Estamos fabricando pequeños monstruitos narcisistas.

P:Otra idea devastadora es la que identifica la cultura y la civilización con la represión, lo que sirve para rechazar cualquier tipo de pauta. Esto quizás explica en parte el apoyo que recibe la filosofía queer con su defensa de las identidades flotantes.
R: Los filosofillos queer son una soberana estafa, una tomadura de pelo. Es ideología de primer grado. Me tomé en su momento el esfuerzo de leer algo de Judith Butler y comprobé que se inventa casi todo lo que cita. Pero, más allá de eso, es un discurso que conduce directamente a la psicosis. El borrado de la diferencia en cualquier campo es el borrado del lenguaje, porque el lenguaje es un sistema de diferencias, y la diferencia hombre/mujer es una de ellas, y por cierto que una de las más relevantes, dado su papel decisivo en la conformación de la subjetividad humana.

Pero es que, además, suprimimos diferencias desde una perspectiva narcisista. ¿Por qué suprimimos la diferencia hombre/mujer? Porque tengo derecho a serlo todo, y a no estar restringido por nada. Ese enfoque narcisista trasladado a lo social es psicotizante, porque el individuo, para afrontar la experiencia de lo real, necesita anclarse, percibir sus límites, hacerse cargo de su propio cuerpo, que será siempre limitado.

P:Ya hemos llegado al cuestionamiento de la biología…
R: La impugnación de la biología es un acto loco y ahora se apuntan a eso todos los filosofillos, con la acusación de biologicismo. ¡Pero si la biología nos suministra los datos elementales de la configuración de nuestros cuerpos!

El problema de la psicoterapia al final no es otro que conseguir que el individuo acepte lo que es: que acepte su sufrimiento, lo entienda y aprenda a vivir con él. La psicoterapia empieza a ser inútil cuando se impone esta ideología narcisista totalitaria y se impone la idea de que si alguien sufre es que otro tiene la culpa. Hemos dejado de enseñar lo elemental: que el ser humano es un ser sufriente.

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P: Y, en todo caso, la batalla se libra en primer lugar en el interior.
R: Conócete, acéptate con tus límites. La cultura es represión en el sentido psicoanalítico. Esta es una idea básica en Freud: no hay cultura sin limitación de la pulsión. Lo que pasa es que luego llegó ese charlatán parisino tan famoso, Jacques Lacan, que se inventó un Freud que no era Freud, porque Lacan había leído muy poquito a Freud. Y empezó a decir que lo fundamental es no limitar el deseo. ¡Pero qué chorrada es esta! ¿Qué es el Edipo sino que el sujeto renuncie al deseo incestuoso? ¿Qué es esto de la apología generalizada del deseo como signo del ser? Son ideas locas.

P: Pero que han triunfado.
R: Lo que sí tenía Lacan es que era un perfecto publicista que olfateaba muy bien lo que querían los públicos de su tiempo, los años 50 y 60 del pasado siglo. ¿Y qué querían? La fantasía narcisista de la libertad total, que es una ilusión adolescente. Y totalmente destructiva.

Este coqueteo parisino llegó a las universidades norteamericanas y convirtió lo que se suponía que era un ‘pensamiento progresista’ en un movimiento ultrarreaccionario. La intelectualidad dominante en Ciencias Humanas en estos momentos en el mundo, y especialmente en Estados Unidos, es ultrarreaccionaria en este sentido. Representan declive radical de lo que ha significado el progreso del pensamiento, que tienen como condición básica la libertad de pensamiento.


P: Aterricemos en el asunto de la ideología como velo, que es el centro de su ensayo sobre el 8M y el Covid.
R: Lo que hacía al suceso del 8M y las manifestaciones interesantes era eso. Evidentemente había políticos y responsables que veían lo que venía, porque tenían datos para verlo, incluso en la prensa progubernamental. Lo que pasa es que los políticos del Gobierno, como todo el mundo, tienden a ver lo que más les apetece, y optaron por instalarse en la fantasía de que ‘al final no va a pasar nada’, o ‘al final será poca cosa’. Eso estaba en el ambiente. A esto hay que sumar la fantasía de invulnerabilidad que confería el ser miembro del colectivo feminista, frente a la Covid mismo. Ahí se ve un delirio de omnipotencia ligado a la fusión con el clan identitario y eso es lo que genera enunciados tan locos como: ‘el machismo mata más que el coronavirus’. Que yo sepa, nadie se ha disculpado por haber defendido eso.

P: Se escudan en que ‘no se podía saber’.
R: Pero si ya se sabía por la prensa, incluida la progubernamental como El País, como demostramos en nuestro artículo. Ya se habían tomado medidas radicales en Italia, mientras que aquí parecía como si fuéramos una raza superior. En este suceso se produce la negación de lo real. ¿Qué es lo real? La constatación de que el mundo no está hecho para nosotros, que es potencialmente agresivo o destructivo de nuestro universo individual y colectivo. Como ha evidenciado recientemente el caso del volcán de La Palma. Todas estas fantasías, como ocurre también con la fantasía ecologista, se basan en la negación de lo real y la afirmación de que el mundo sería perfecto si no fuera porque hay monstruos que tienen la culpa de estropearlo. Esos monstruos son el capitalismo y el patriarcado. Aunque en el siglo XX el patriarcado prácticamente no ha estado. Y si te refieres al medio ambiente, los que más contaminan el planeta son las potencias comunistas, o excomunistas, que ni siquiera estaban en la cumbre climática de Londres.

P: Esos problemas están sirviendo para aprobar intromisiones cada vez mayores en la vida de las personas.
R: Hay una tendencia a la hipernormativización en la vida cotidiana y este feminismo radical del que hablamos se cree con derecho a decirles a las mujeres y a los hombres cómo deben actuar y ser. Es algo absolutamente reaccionario. Es el Estado que quiere meter un policía en cada casa para vigilar cómo nos comportamos. Es el Gran Hermano que predijo Orwell.

P: No faltan quienes tachan este tipo de denuncias como una exageración.
R: Puede parecerlo, pero no. Y la prueba es que el género dominante en televisión es el Gran Hermano. Y en los últimos meses el reality show ha dado un salto loco y ha colonizado el terreno de la ficción; eso es El Juego del Calamar. Es el Gran Hermano, pero sin el límite que, en el fondo, lamentan los espectadores de los reality shows, y es que no se les permita a los concursantes matarse entre sí. Este es un deseo de fondo del espectador, que quiere excitarse con pruebas que cada vez supongan un sufrimiento mayor para los concursantes. Como las leyes lo impiden, la televisión da el salto a la ficción para poder realizar esa fantasía. Un fantasma que supone una posición psicopática pues le permite gozar del sufrimiento del otro como si fuera un ser completamente diferente a él. Esa es la estructura del Gran Hermano televisivo.

P: Así contado suena muy inquietante.
R: Ligado a todo esto se produce un fenómeno asombroso: ¿Cómo es posible que una expresión como ‘Gran Hermano’ que surge en el contexto de una condena radical contra el totalitarismo político, que eso es la obra de George Orwell, se naturalice como un espectáculo televisivo que triunfa a finales del siglo XX y a comienzos del XXI avanza hasta arrasar con la programación de la televisión e invadir la ficción? Es de locos, pero en Halloween había un montón de niños y adultos disfrazados de los ‘agentes del KGB’ del Juego del Calamar.

P: Es como si las sociedades occidentales se estuvieran preparando para la llegada de un nuevo totalitarismo.

R: Desde luego hay una fascinación loca por las conductas totalitarias. Y siempre con la misma mecánica: en función de no se sabe qué nobles fines se autoriza la más extrema violencia. Esto se da en tantos campos a la vez simultáneamente que es muy preocupante. Es una especie de harakiri de la cultura occidental. La cultura occidental es la cultura del individuo y matar al individuo, el derecho a la libertad individual, es lo que está en el núcleo de estas operaciones de agresión. Otro ejemplo. La anterior vicepresidenta de Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una ocasión que, hoy en día, era obligatorio ser feminista. Y nadie se lo objetó. Quizás haga falta recordarle a la gente que hubo un tiempo en que se decía que era obligatorio ser cristiano y eso parecía a todo el mundo el colmo de la monstruosidad. ¿Pero por qué tendría que ser obligatorio ‘ser algo’, más allá de ser uno mismo? ¿Por qué tendría que ser obligatorio asumir un corpus ideológico? Eso es un atentado totalitario contra las bases de nuestra civilización.

P: La Ley de Memoria Democrática ¿apunta también en esa dirección?
R: Desde luego. El mero hecho de mezclar la palabra ‘ley’ con ‘memoria’ y con ‘Historia’ es una triple monstruosidad. La ley tiene que estar al margen de la memoria, por motivos obvios, y de la Historia, por motivos culturales y científicos. La menor norma jurídica sobre la Historia es una deformación totalitaria. Que se plantee una norma como ésta no significa que nuestra sociedad sea ya totalitaria, pero sí significa que hay mucha gente que está fascinada por eso y que empuja en esa dirección.

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