Cultura

Jodie Foster, la soledad de Dios en Alaska y del hombre en Nueva York

Estudios afirman que en la Gran Manzana viven en soledad un millón de personas... en algunos casos, el sentimiento es tan profundo que se preguntan: "¿Qué he hecho mal?"

  • La vida en blanco y Negrete / -

Jodie Foster toma las riendas de la nueva temporada de True Detective como la agente Liz Danvers, al frente de una investigación sobre la desaparición de ocho científicos de la estación ártica Tsalal. Me gusta imaginarme que Danvers es la misma niña que Foster interpretó a los 12 años en ‘Taxi driver’. Aquella prostituta que ejercía en las calles de Nueva York y que fue rescatada por un desequilibrado Robert de Niro con cresta de mohicano y mucha sangre fría.

En la película de Martin Scorsese –para mí la mejor del director-, Iris (Jodie Foster) es una niña que ha escapado de casa de sus padres y se gana la vida vendiendo su cuerpo al mejor postor. De las garras de la calle le arranca el personaje de De Niro, Travis Bickle, que termina recibiendo cartas de agradecimiento de los padres de Iris y convirtiéndose en un héroe para la sociedad.

Me gusta elucubrar que aquella niña finalmente encontró su camino, superó aquel infierno llamado adolescencia y decidió ser aprendiz de héroe como Travis Bickle. Que por él terminó ingresando en el cuerpo de policía y por derroteros de la vida acabó en un pequeño pueblo de la Alaska Vaciada, harta ya de la superpoblación y agobio de Manhattan.

Quizá hasta compartió vecindad un tiempo con Cicely, y hasta pudo ser atendida por doctor en Alaska. Las calles de Nueva York, repletas de yonquis, proxenetas, puteros, ladrones, bandas callejeras y asesinos en serie han ajado su carácter. Algo a lo que han contribuido también los 6 meses al año de oscuridad total que pasan en aquel rincón del mundo, un lugar en cuyas entrañas de nieve y hielo se ocultan viejos parásitos que Dios sabe si algún día despertarán.

En aquellos recónditos parajes debe ser fácil sentirse solo. Quizá por eso la coprotagonista de True Detective, interpretada por la boxeadora Kali Reis, afirma que “Dios existe, pero está tan solo como nosotros”. Hay mil maneras de sentirse solo. No hace falta irse al Ártico.

"¿Qué he hecho mal para estar tan solo?"

En la misma Nueva York, inmensa metrópolis que alberga todas las nacionalidades del globo terráqueo, es fácil sentirse solo. La soledad te puede abrazar en un patio de recreo repleto de risas, juegos y niños de tu edad correteando de un lado para otro. Incluso aparece en tu grupo de amigos, cuando te das cuenta de que ahí no pintas nada y que eres una isla en medio del océano.

Estudios afirman que en la Gran Manzana viven en soledad un millón de personas. Algunos testimonios recogidos por el New York Times son desgarradores. Ellen, 83 años: “He vivido sola muchos años, pero la soledad es tan profunda que te hace preguntarte qué has hecho mal y si vale la pena seguir. Este sentimiento me vino tras la jubilación y cada año ha ido a peor”.

El fenómeno es tan imparable que Nueva York nombró a finales del año pasado una embajadora de la soledad, Ruth Westheimer. Su misión es combatir el aislamiento social de la urbe, asociado a problemas de salud mental como la depresión y enfermedades cardiovasculares.

El departamento de salud de Nueva York ofrece una definición desgarradora de la soledad: “Es el sentimiento de que nadie se preocupa por nosotros, de que nadie nos valora o de que somos invisibles para los que nos rodean. Más de la mitad de los neoyorquinos afirman sentirse solos alguna vez… Todos nos sentimos así a veces, pero la soledad persistente puede tener efectos importantes en la salud mental, física y emocional”.

Mi abuelo usaba una expresión cuando se encontraba en dicha situación: “Solo como un perro”. Era de otra época, cuando los perros callejeros estaban a la orden del día y se les veía deambular por las aceras como almas en pena. Al contrario que la lectora del NYT, mi abuelo dejó de estar solo cuando se jubiló, y pudo estar en casa con su familia en lugar de viajar de un lado para otro por sus labores de ferroviario.

La soledad tiene muchas formas. También hay una deseada. Esa “soledad iluminadora” de la que habla el personaje de José Luis Gil en ‘La que se avecina’, solo al alcance de aquellos para los que la soledad no es una condena perpetua.

Mientras escribo estas líneas me pasa a saludar Pilar, una vecina del barrio. Tiene cerca de 80 años. Fue farmacéutica y nos hicimos colegas a base de coincidir desayunando en el bar de Goyo el polaco. Su marido falleció y desde entonces apenas sale de casa. Me cuenta que ha estado muy mala desde el 31 de diciembre, “con bronquitis”, y que era el segundo día que pisaba la calle desde entonces, “a tomar un café y a casa”.

-Qué pena. Encima te ha pillado en plena Navidad.

-Sí, pero ya sabes que a mí, hijo… Como estoy sola…

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