La intimidad de Jonás Trueba puede descubrirse en cada uno de sus largometrajes de ficción porque, como él señala siempre, sus conversaciones se cuelan en sus películas, y sus películas, como digno discípulo de Eric Rohmer que es, básicamente están tejidas de charlas y diálogos con las que plasma lo que él entiende por realidad, por mundo. De nuevo, vuelve a experimentar con lo que mejor se le da en Tenéis que venir a verla, un título que encierra una doble intención: invitar al espectador a que regrese a los cines y abrir la puerta de una intimidad, la suya, que vuelve a la pantalla tras su experimento documental de escucha a los adolescentes que fue ¿Quién lo impide?
Si aquella película, estrenada en otoño, duraba más de tres horas y media, en esta ocasión dedica solo una hora -60 minutos exactos- para contar, en esencia, qué ha ocurrido entre dos parejas de amigos tras la pandemia. Una de ellas, interpretada por Irene Escolar y Francesco Carril, ha decidido mudarse a las afueras de la gran ciudad -de nuevo Madrid- para empezar una vida familiar, mientras que otra, con Itsaso Arana y Vito Sanz, se resiste a claudicar a pesar de las bondades que ofrece una vida cerca del campo.
Los versos de Olvido García Valdés o el lugar que ocupa el arte en el mundo tal y como lo entiende el filósofo alemán Peter Sloterdijk en su ensayo Has de cambiar tu vida se mezclan con aperitivos, comidas al sol, paseos entre árboles y partidas de ping pong, tal y como ha contado Trueba a Vozpópuli en una entrevista.
Pregunta: El título de tu nueva película es una invitación directa a ir al cine.
Respuesta: El título viene a literalizar una idea: hacer una película no es tanto contar una historia, sino que se parece más a construir una casa o un espacio que compartes. Me gusta la idea de pensar en una película como ir a visitar a unos amigos a una casa. Encontré que en ese título se formula una metáfora entre la casa que van a ver unos personajes y la propia película. La casa es la película y la película es la casa.
P: Salvo algunas excepciones, en tus películas, la ciudad de Madrid aparece como un personaje más al que escribes una carta de amor. Aquí, los personajes se deciden a vivir en las afueras. ¿Qué ha pasado?
R: Vemos un Madrid más desolado, más triste -el de los primeros desconfinamientos-, irreconocible y casi fantasmagórica. La película tiene como premisa la tendencia de tanta gente de acercarse y alejarse a la ciudad, que atrae y repele. La película, sin tomar partido, habla de las dudas que surgen acerca del lugar en el que uno vive. Yo mismo me pregunto si estoy bien donde estoy. Es una pregunta que se hace cualquiera y es una duda sana.
P: Entre las conversaciones que mantienen los protagonistas, destaca el momento que comparten los personajes de Irene Escolar e Itsaso Arana sobre el aborto que ha sufrido la primera. ¿Hay una incapacidad de romper una pared y contarse los problemas?
R: Las conversaciones que tengo con mis amigos terminan colándose en mis películas, y esa conversación sobre la maternidad y los abortos es algo que, de una u otra forma, siempre te toca. Una amiga me reveló la cuestión que tiene que ver con lo que nos decimos y lo que no, y cómo a veces nos ocultamos o hacemos un tabú de algo de lo que está bien hablar.
P: ¿Te has preguntado si esta falta de intimidad tiene algo que ver con la idiosincrasia española?
R: No sabría afirmarlo, pero en España hay esa cosa a veces de quitarle importancia a las cosas, de profundizar o señalar el hecho de que estemos mal. La terapia y la psicología no han estado precisamente muy de moda en este país. Hace poco escuché que la familia tiene un peso importante en España y que viene a ser el lugar donde se hablan las cosas, donde te salvan y ejercen de médico. Pero al mismo tiempo es verdad que tenemos esa cosa por un lado muy extrovertida pero al mismo tiempo es un país al que le cuesta hablar del detalle de las cosas.
P: La pareja que forman Itsaso Arana y Vito está muy segura pero reflejan dudas. Se habla mucho del desencanto millennial. ¿Son representativos o se habla demasiado de ese retrato?
R: Es una pareja con la que me siento identificado, que pueden parecer seguros de sí mismos. En realidad, a veces nos sentimos agredidos cuando nuestros amigos cambian o toman decisiones distintas a las que hemos tomado nosotros y casi lo tomamos como una afrenta, o como si nos estuvieran cuestionando. También lo que vemos es que los dos personajes masculinos están más decididos a estar en un sitio o en otro y son ellas las que quizás hacen un ejercicio valiente, sano a inteligente de duda, algo de lo que me di cuenta durante el montaje. No sé diagnosticar generaciones, pero sí veo que somos fruto también del lugar donde nos ha tocado nacer y la película intenta reflejarlo con cierta ironía.
P: Los versos de Olvido García Valdés y el ensayo Has de cambiar tu vida, del filósofo alemán Peter Sloterdijk, te sirven como referencias en las conversaciones para hablar de la irrealidad o del sentido del arte.
R: Me encontré con unas notas de García Valdés que me aclararon que aquello que ella nombraba era exactamente lo que yo estaba sintiendo: la crisis de la irrealidad, que tiene que ver con la duda de dónde estamos. No es una crisis de identidad, sino de realidad, si sabemos estar donde estamos. La película intenta ser una puesta en escena de esa crisis. Y el libro de Sloterdijk -denso, estimulante y complicado-, de una manera muy distinta, se metió en la película. Es un proceso muy orgánico, porque es lo que forma parte de mi vida en el momento de construir la película.
P: ¿Crees que la convivencia entre las plataformas y los cines es una quimera? ¿Es real?
R: A veces me lo pregunto, porque siempre he defendido esa convivencia y siempre he tenido claro que desgraciadamente no todos tienen acceso a salas de cine, y en la ciudad puedes combinarlo, yo mismo estoy suscrito a ellas. Pero cada vez me doy más cuenta de que las plataformas trabajan de una manera que parece que van contra las salas, generan una ilusión de que todo está al alcance de la mano y eso va calando. Uno piensa: ya me llegará la película a mí, no tengo que yo ir a por ella, y esa es la verdadera crisis. Ahí sí que tenemos un problema, porque es muy importante ir hacia la película, que es una elección más concreta, real y arriesgada. Pagar una entrada concreta y no una suscripción es muy diferente. Esta convivencia está descompensada y casi siempre sale ganando la plataforma y perdiendo el cine.
P: Se habla mucho del poco aburrimiento que experimentan los niños hoy en día y poco del que carecen los adultos, siempre con un mando para aplacarlo. ¿Es un mal común?
R: Se pretende estimular y llenar todo el tiempo con entretenimiento, a veces ni nos damos cuenta. A veces pienso que no nos dejan pensar. Hay que detenerse un poco. Uno no se debería aburrir nunca, mirando por la ventana no te aburres, pero vivimos una época peligrosa que nos afecta a todo. Hay una oferta tan bestia, todo el rato se generan cosas, es abrumador.
P: Se habla del peligro que corre el cine independiente. ¿Qué puede ocurrir con la Ley Audiovisual?
R: A nosotros nos afecta relativamente, porque siempre hemos trabajado muy al margen de las cadenas privadas, porque hemos trabajado al margen de Telecinco o Antena 3, pero sí que es verdad que el asunto es delicado, porque el cambio de la ley permite que esas cadenas puedan competir con nosotros incluso en nuestro pequeño espacio, se lo comen todo. No estoy en contra ni de las plataformas, ni de las privadas ni de las películas grandes comerciales, pero reivindico que podamos vivir, que no nos aplasten y que exista un ecosistema con una diversidad cultural en la que haya pequeñas, medianas y grandes películas, independientes y no. Pero no me sorprende, porque cuando vi que echaron al ministro de Cultura José Guirao, que no generaba animadversión en el sector, me di cuenta de que preferían a hombres de partido, a quienes la cultura les da igual. No me extraña que vayan contra el cineasta independiente a favor de las corporaciones, porque se parecen más a eso que a nosotros.
P: Se te nota muy desilusionado hablando de los políticos.
R: Hace unos años formé parte de una mesa de cine en el Congreso de los Diputados y para mí fue una ducha de realidad muy bestia. Vi lo poco que escuchaban, con los móviles, las preguntas que me hacían no tenían nada que ver con lo que me habían dicho. Tomé nota. Ese día sufrí una gran decepción. Habrá excepciones, y me consta que las hay, pero son pocos. Les da igual el cine que puedo defender, tengo la sensación de que ni lo huelen.