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Jorge Urdánoz Ganuza: “Adolfo Suárez era un encantador de serpientes con mucho olfato”

'La Transición según los espías' redefine las líneas maestras del paso de la dictadura a la democracia.

Foto de archivo. Felipe Gonzalez y Adolfo Suarez
Foto de archivo. Felipe Gonzalez y Adolfo Suarez ep

Los últimos años permiten, por primera vez, la lectura directa de documentos confidenciales de la transición; periodo con más mitos que historia en nuestros ensayos. Gracias a esto el politólogo Jorge Urdánoz (Pamplona, 1971) ha podido ejecutar este opúsculo llamado La Transición según los espías (Akal, 2024) donde redefine las líneas maestras del paso de la dictadura a la democracia. Pieza sagaz, de gran inteligencia, es necesaria para evitar los excesos de autores recientes.

Pregunta: ¿Cuándo llega a tu conocimiento que habían abierto los cables de la embajada norteamericana en España en la transición?

Respuesta: Yo leo hacia el año 2000 un artículo del historiador Charles Powell y ahí los cita. Y da el enlace, también, de la web en la que se alojan todos los cables. Entonces, a partir de ahí me meto y ya no salgo; casi hasta escribir el libro. No dejo de buscar, porque es una página casi hipnótica: si tienes un interés por la época, sigues buscando ya que está muy bien.

P: ¿No es curiosa la figura de Wells Stabler? No parece un hispanista, es más una especie de enviado de una mente colmena superior como podría ser Kissinger y la inteligencia norteamericana

R: Al final he acabado enamorado del personaje: era un perfecto desconocido para mí y creo que para todo el mundo. Cuando yo leo estos cables, solo sé que es el embajador de Estados Unidos, no conozco más de él. Y al final se acaba revelando como una personalidad agudísima, inteligentísima y clarividente.

P: Entrando en la política del periodo ¿Podemos hablar de tres facciones en la dictadura? Es decir, búnker (extrema derecha), partido de Fraga (derecha conservadora) y Suárez – Torcuato (derecha aperturista)

R: Bueno, podemos hablar de esas tres a partir de agosto de 1976. Antes Fraga, digamos, era una aperturista y formaba parte de los hombres del rey. Poco después decide que al no ser nombrado presidente tiene que montar un partido para ganar las elecciones. 

P: Es interesante que más que por motivos ideológicos, tal como lo estás comentando ahora, es por puras ambiciones personales. Peones que quieren ser alfiles…

R: Sí, en ese verano de 1976 Suárez era un perfecto desconocido y se producen consecuencias imprevistas por ese movimiento. Una de las cuales sería la fundación de Alianza Popular, la cual se crea -como dices- no por ideología, sino por ambiciones personales. Eran gente que quería medrar dentro de la política y su último objetivo, digamos, era lógicamente la presidencia del gobierno.

P: ¿No es sorprendente el papel menor de Fraga o Areilza en el final de la transición? A la muerte de Franco eran las figuras más respetadas del régimen (el primero por la ley de prensa del 66, el segundo por haber sido diplomático de prestigio años)

R: A Areilza lo acuchillan porque él intenta liderar lo que luego sería UCD y hay una cena -febrero del 77- en la cual Pío Cabanillas (su hombre de confianza) y otros proceres le hacen saber que su presencia es molesta para el gobierno. Lo apuñalan, se tiene que ir, y desaparece de la vida pública porque sin un partido siente que no tiene nada que hacer. En cuanto a Fraga, yo no diría que no tiene un papel relevante: va a ser el gran líder de las derechas, uno de los padres de la constitución, etc. No llegaría a la presidencia, pero en fin tiene un papel muy relevante.

P: Siempre me sorprendió la gran cultura de Areilza, no tan común en los altos cargos de la dictadura. Era lector de Chateaubriand…

R: Sí, sí, era una persona muy formada y aunque era partidista había sido ministro de asuntos exteriores (tenía un contacto con el mundo real y las democracias occidentales). Esto en España no era habitual, y realmente él se veía a sí mismo como el hombre que iba a protagonizar la transición. Y, de alguna manera, cuando le dejan claro que no tiene ningún espacio, pues se retira a sus memorias, a sus libros, etc. No abandona la política, pero era una personalidad que en ese momento destacaba evidentemente.

P: ¿No es el gran héroe de estos cables Adolfo Suárez? Es un brillante “vendedor de enciclopedias” que sabe controlar tanto el discurso público como el privado

R: Adolfo Suárez es otro de esos tipos fascinantes que emerge cuando lees los cables. Su personalidad dominaba los escenarios, la manera de hacer las cosas y la ambición innegable que le movía. En inicio no es nadie y poco a poco va distanciándose del rey, de todos, especialmente luego de ganar las elecciones. Se decía, en comparación, que “Suárez no sabe nada y entiende todo; Fraga sabe todo y no entiende nada”. Suárez era un encantador de serpientes con mucho olfato.

Se decía, en comparación, que “Suárez no sabe nada y entiende todo; Fraga sabe todo y no entiende nada”
Jorge Urdánoz Ganuza.
Pregunta: Hay una parte de Suárez que me fascina de estos cables y es cuando dice a Santiago Carrillo: “estamos de acuerdo en todo, pero en público seamos críticos el uno con el otro”. Recuerda a la escena de El Padrino II donde Michael Corleone dice “Senador: los dos compartimos la misma hipocresía”

Respuesta: Sí, eso se produce mucho en la transición porque las relaciones personales y los pactos entre personas eran importantes, ya que todo estaba poco institucionalizado. Recuerda a El Padrino II, salvando las distancias, pero ahora sería inviable debido a los medios de comunicación que filtrarían las reuniones, los temas, los restaurantes...

P: Además de los partidos: un rival podría filtrar esos encuentros a cualquier medio para cortar las alas a Suárez.

R: Claro, al no haber una institucionalización todo depende más de las relaciones personales. Hay una cosa que creo que digo en el libro y es la importancia de la simpatía durante todo el periodo. Carrillo y Suárez en seguida congenian y Felipe González cae bien a todo el mundo…

P: En el documental 'Informe general…' de Pere Portabella la aparición de Felipe González en una tertulia es hipnótica: es una máquina de hablar

R: Sí, sí, porque Felipe tiene una capacidad de oratoria y de congeniar con el interlocutor que en aquel tiempo son muy importantes. Era poner una cámara delante y resultaba igual de brillante que Suárez.

P: Hay algo en que no incides en libro y es que en todas estas conversaciones de notables de la transición se habla por primera vez con encuestas. Todos los partidos tienen ya sociólogos electorales a sueldo, lo que -según diría Santos Juliá- les permite conocer cómo va a ser la lid electoral

R: Sí, es curioso porque Alfonso Osorio, que era ministro de la presidencia al poco de morir Franco, coge el Instituto de la Opinión Pública (IOP) y lo lleva de cuestiones mercantiles a estudios sociológicos y electorales.

P: Por aquel tiempo, de hecho, hay un “boom” de libros sociológicos sobre lo que piensan los españoles

R: Sí, claro, porque de repente era muy importante eso que llamamos hoy la opinión pública política. Osorio, así, transformó este IOP en el CIS y le asignó la tarea de auscultar la opinión de los españoles para el gobierno. Así, este primero manejaba esas encuestas y solo después de las elecciones las publicaban, lo cual le daba una ventaja enorme.

P: Vamos con el núcleo de tu libro, los sistemas electorales ¿No es divertido que Fraga defendiera el sistema mayoritario en oposición al proporcional? Hubiera dado más escaños a las izquierdas

R: Bueno, no podemos saber qué hubiera pasado, porque depende de cómo se hubieran delimitado los distritos. Aquellos que defendían un sistema mayoritario, como que yo creo que tenía Fraga en la cabeza, hubieran puesto 350 distritos uninominales, pero incorporados al mapa provincia, que no se ponía en duda: Así, en Soria podrían haber creado cuatro distritos brutalmente ultra representados para que ganara la derecha. Sin embargo en Barcelona o en Madrid (en las grandes ciudades) hubieran tenido menos escaños. Es muy difícil predecir qué hubiera pasado: es esa capacidad de manipular el sistema que tienen los que dibujan los distritos. Es lo que ellos tenían realmente en la cabeza al sobre representar a las zonas rurales.

P: De hecho, esa es la siguiente pregunta: ¿No llevaría esto a una pinza legislativa extraña entre regionalistas y derecha franquista? Se nota mucho en el desarrollo legal del 78, se teme tanto a la izquierda que se da poder al cacique local 

R: No lo sé. Yo te diría que no, porque cuando se negocia el corazón del sistema electoral -noviembre de 1976- Suárez todavía no tiene esta posición presente. Sabe que están ahí, pero no está hablando con ellos todavía en serio. Yo creo que la idea del sistema electoral se basa en las provincias y ni se planteó la posibilidad de que no fuera así, porque nos tenemos que dar cuenta de que, en el contexto de aquellos años -el movimiento nacional y la importancia de las regiones en ese partido- se pensaba en clave provincial. Absolutamente nadie hubiera pensado en algo así como un distrito único o cinco que podríamos llamar autonómicos; no se les pasaba por la cabeza.

P: Quiero incidir en que la propia vuelta de Josep Tarradellas se puede analizar desde esta óptica. Los diarios de izquierdas, esto es fascinante historiográficamente, se opusieron al retorno

R: Sí, sin duda, pero cada momento tiene su desarrollo. En aquel entonces, evidentemente, la izquierda había ganado las únicas elecciones celebradas desde los años 30 en Cataluña y se trajo un foco de legitimidad distinta a las urnas.

P: Fue el único enlace de legitimidad entre el 78 y la II república.

R: Es el único eslabón con esta y tenía el objeto de restar legitimidad a las urnas.

P: Siguiendo con identitarios regionales, ¿No es monstruoso ese Ramón Trías Fargas afirmando a Stabler la necesidad de deportar emigrantes en Cataluña? 

R: Sí, por eso lo digo en el libro. No sé si habla de deportar, pero habla de un exceso de inmigrantes. Y, aparte, yo cuando estaba leyendo los cables y traducía inmigrantes pensaba en Sudamérica o África para luego ver que varias líneas más abajo que parecía referirse a los andaluces. Te cambia completamente la película en la cabeza.

Al PCE lo legalizan porque consideran que es mucho menos peligroso así y porque luego quieren llegar a acuerdos económicos con él -los pactos de la Moncloa-
Pregunta: Me sorprende la astucia de Suárez, Stabler y González afirmando algo tan evidente como maquiavélico: el comunismo legal es menos peligroso dentro que fuera de la ley ¿No rompe esto la mitología de la ruptura posible creada por el ectoplasma de Manuel Vázquez Montalbán y tantos otros?

Respuesta: Sí, o sea, esas lecturas están en estos cables y yo creo que una de las grandes aportaciones historiográficas del ensayo es romper con esa tesis que dice que la legalización del partido comunista fue consecuencia de su comportamiento con la matanza de Atocha. En los cables se ve a los políticos de las intenciones, no de los discursos.

P: El libro recuerda, de hecho, al clásico de Manuel Espadas Burgos 'Alfonso XII y los orígenes de la Restauración'. Analizaba este el paso de la primera república al régimen alfonsino a través de los cables de las embajadas también 

R: Sí, esto es interesante. Lo que me gusta del mío es el contraste entre el discurso público y privado de los políticos en los 70: se ven sus intenciones de verdad. Y con el partido comunista estaba muy claro: lo legalizan porque consideran que es mucho menos peligroso así y porque luego quieren llegar a acuerdos económicos con él -los pactos de la Moncloa-. Esto no tiene nada que ver con la contención de los comunistas, o con su madurez, sino con su fuerza real, especialmente en las fábricas, con su sindicato Comisiones Obreras. El partido tiene una mística de martirio que pierde por completo al dejar de ser clandestino.

P: ¿No tienes la sospecha que ya desde el 76 los grandes principios, bicameralidad y sufragio universal, estaban aceptados por la mayoría de clases políticas del franquismo? ¿Fue el ejército el único cuerpo del estado reticente a la democracia?

R: Vamos a ver, la elite de la dictadura dejó el ejército al margen. Este era simplemente continuista y no daba más de sí. Pero la elite, digamos aperturista, de lo que se da cuenta es que lo más inteligente es ir a una democracia y lo que hacen es controlar ese tránsito. Yo creo que lo que el ensayo desvela, o lo que apuntala, es que tuvieron bastante éxito en ese diseño de las estructuras democráticas. La oposición lo único que hizo fue avalarlas. Si eran demócratas o no eran demócratas, es una pregunta compleja: lo que están haciendo es intentar mantenerse en el poder. Aunque sea este democrático.

P: Eres un poco crítico con la bicameralidad, gran rasgo doctrinal del 78, pero ¿No hubiera impedido, por ejemplo, la guerra civil del 36? Es muy difícil que un sistema unicameral, como se ve en la Francia del siglo XVIII al XIX, no derive en un conflicto social

R: No te se responder a esa pregunta. El libro se centra en unos años determinados, del 76 al 77, y no me siento autorizado, la verdad. En España hay una realidad territorial compleja: si no la articulas bien institucionalmente eso va a derivar en conflictos civiles. Las instituciones están precisamente para encauzar estos antes de que estallen. Si no están bien diseñadas, pues no sé si llevan a una guerra civil, pero sí a otros conflictos (como el territorial, que no fue el mayor de 1936). España necesita, evidentemente, articular institucionalmente una realidad territorial que es compleja. Y es evidente que el Senado en eso ni está, ni se le espera.

P: Hablas en sentido arbóreo de la transición como “una semilla” a la que van poniendo “injertos” (legalización del PCE, autonomías, etc.) ¿No es parecida a la práctica legal de la restauración? Es decir, la legislación de los liberales progresistas abre el sistema de Cánovas, como bien afirma el historiador Carlos Seco Serrano

R: No quiero irme al siglo XIX, al principio del siglo XX, pero es una dinámica relativamente corriente. Yo creo que en todas las realidades políticas es muy difícil encontrar un sistema institucional diseñado desde cero solo por los de arriba. Los intentos siempre se echan hacia atrás por las fuerzas que existen…

P: Muchos historiadores hablan de “segunda restauración” con las leyes de 1978

R: A mí hay denominaciones establecidas que no me gustan. Por ejemplo, se habla de la república, II república, cuando yo la llamaría la primera democracia o la segunda democracia, si queremos. En fin, yo creo que cuando hay urnas debemos hablar de sistema democrático, con todas las imperfecciones que tuvieran.

P: Siguiendo con la comparación canovista, ¿Nunca se planteó la elección de la forma de estado? Citas bien el blindaje de todos los partidos a la monarquía, que es imposible de derogar en el 78 por un sistema de mayorías inalcanzable…

R: Bueno, yo creo que claramente no. Es decir, aún con el peso del partido comunista y la inmensa mayoría de nacionalistas -que son republicanos- nunca pasó por la cabeza de los legisladores por razones obvias. Tal y como se configura la transición, dirigida por Juan Carlos I, es una condición sine qua non. Esto se plasma en ese blindaje brutal de la monarquía, que es casi imposible de derogar constitucionalmente.

P: ¿No se te olvidó mencionar en el libro que las elecciones iniciales, que no se llamaron constituyentes, no se aceptaron a los partidos republicanos? Es una de las pequeñas trampas del proceso transicional, quizá la más criticable…

R: Efectivamente, ni tampoco el carlismo o los partidos carlistas. Esto choca mucho con la lectura según la cual Suárez y el rey legalizaron el partido comunista porque se dan cuenta de que merecen la pena. Es decir, no se busca del todo la reconciliación, ese discurso de Suárez en televisión diciendo “yo soy sinceramente demócrata”; no es cierto porque si fuera así hubieran legalizado esas agrupaciones. Quieren democracia, pero sobre todo quieren monarquía: los partidos que puedan atentar contra la monarquía, en el sentido político, no fueron partidarios de legalizarlos en las primeras elecciones. Los querían afuera.

P: Y la última pregunta: se cita al politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca al final, uno de los grandes enemigos del consenso del 78, pero ¿Era posible la ruptura sin una gran conflagración civil? ¿Por qué obvian esto todos los autores de izquierda? 

R: Bueno, yo ahí discrepo en dos cosas. Sánchez Cuenca, por lo que yo le he leído, no es un enemigo del consenso que logra la transición, aunque tiene una lectura más crítica que las habituales. Y, lo segundo, bueno, yo creo que la conflagración civil o la redición de una guerra civil jamás estuvo sobre la mesa; lo que sí era evidente fue un posible golpe militar ante los avances. 
Pero jamás hubo otro bando que pudiera oponerse con armas al franquismo, al ejército en este caso. Los protagonistas del periodo tenían en cuenta esto y por eso se explica que la transición fuera así, ya que no había otra manera de hacerla más que las elites dirigieran el proceso. El miedo a la involución era muy presente en el tiempo…

P: Jorge Semprún, ya en los 60, decía que era imposible la técnica de confrontación con la dictadura en sus informes al partido comunista de España. No existía una mayoría social que articular. Es interesante porque todavía en los 70 mucha prensa cree que la ruptura podía ser posible

R: Bueno, no solo los periódicos sino el propio partido socialista y, por supuesto, los comunistas siguieron jugando en público a ese trampantojo de la ruptura. En privado, en sus reuniones con Suárez y las elites, jugaban a la reforma: en el libro se refleja muy bien. Es muy difícil reconocer, por otra parte, que estás pactando con una dictadura: desde una perspectiva democrática no puedes conceder a este régimen ni un ápice de legitimidad. Ahora bien, los procesos de transición no son como se quiere, sino como se puede.

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  • P
    Pontevedresa

    El mejor presidente del Gobierno de España que hemos tenido. Me gustó en su momento en su difícil papel de colchón entre la derecha que quería REFORMA y la izquierda que quería RUPTURA. Y al final fué maltratado por el Psoe, desde tahúr de Missisipi como le llamó Alfonso Guerra, hasta la traición de casi todos los suyos, solo le quedó uno, Rodríguez Sahagún. El tiempo ha engrandecido su figura viendo lo que hemos tenido que soportar después.