Si queremos entender las aberraciones políticas cometidas en suelo europeo en los últimos dos siglos hay que retrotraernos a Rousseau y poner los ojos en sus espejismos. Y digo esto porque Rousseau, un individuo con fabulosas, increíbles dotes para seducir y crear ilusiones, era un escritor, más que pensador, un fabuloso malabarista de las palabras, antes que filósofo. Y, además, de él hemos aprendido a confundir la estética con la política y a dejar volar la imaginación hasta convertir la música de la literatura, el arte del deseo-ficción, en tronco central de cualquier teoría política.
“El profeta del lago de Ginebra”
Debido a su sentido del monopolio de la verdad, a su discurso pontificador, a Rousseau se le conoce bajo el alias de “el profeta del lago de Ginebra”. Desde luego, hay razones para llamarle de este modo: él no se siente ilustrado ni se define “hombre de la Ilustración”. Amigo de excesos por sus vínculos con el protestantismo, Rousseau ni era complaciente ni tolerante, tampoco un adelantado del Cuarto Estado (obreros, campesinos...) ni, menos aún, un avanzado valedor de los derechos del Quinto Estado (mujeres), tan feroz e inmisericorde fue su machismo. Sí, es cierto, le interesa la clase humilde, pero no por sus infortunios, sino por la fuerza simbólica que dicha clase representaba a la hora de dar brillo a sus explicaciones.
Clasista y ultranacionalista, se opuso a la libertad del pueblo bajo. Abogado del fanatismo civil, en nombre del Estado apeló a la aniquilación de los “malos patriotas”. Y la defensa cerrada que hizo de la pena de muerte fue tan anticipatoriamente revolucionaria y fascista que a día de hoy resulta ininteligible que Rousseau, el ardiente admirador de la dictadura, sea considerado inspirador de los derechos humanos y padre de la democracia contemporánea.
Más que una anécdota
Leída su obra, junto a los testimonios de la época, se observa que Rousseau se comportó esquizoidemente y apenas hizo lo que con ardor predicaba para los demás. Bien es verdad que se mostraba descontento, enojado e insatisfecho cuando la situación lo requería. Pero, como prototipo del intelectual contemporáneo, lleno de extravagancias y paradojas, rara vez cumplió lo que proponía, de manera que la persona que se escondía tras la escritura jamás llega a corresponderse con la persona que era en la vida real.
Como verán los lectores de El espejismo de Rousseau, los escritos de este autor son su peor enemigo. Y a cuenta de su obsesión calvinista y patológica por la utopía Rousseau, acuñó frases-bala tan terribles como: “no instruya en absoluto al hijo del aldeano”, “el niño que lee no piensa”, “cuanto más numeroso es un pueblo, mayor ha de ser la fuerza represiva”. Incluso admite conservar la esclavitud y justifica –así de cicatera fue su sensibilidad democrática- la conveniencia de mantener a grupos de personas sin derechos políticos bajo el argumento de “no liberéis sus cuerpos hasta haber liberado sus almas”.
El escaso igualitarismo de Rousseau se contradice, por tanto, con su fortísimo autoritarismo. Por eso, al terminar de leer el libro de El espejismo de Rousseau, es posible pensar: lo que asusta no es lo que él creyera o dejara de creer, sino que en pleno siglo XXI en la Universidad y centros de Bachillerato, también entre pujantes grupos políticos, se admita que este escritor es un verdadero demócrata. Con lo cual, si muchos persisten actualmente en regalar a Rousseau (1712-1778) el título de descubridor de la democracia, ¿qué sentido de la democracia tienen estos sucesores de Rousseau?
Internet
En este libro, su autora ha procurado divulgar y traducir fragmentos ignorados de las obras de Rousseau, sin omitir su correspondencia personal, compuesta por casi 7.200 cartas. Y, lo más importante, he usado ediciones digitalizadas de libre acceso en Internet para que puedan, si lo desean, comprobar las afirmaciones de Rousseau. Publicado por la Editorial Academia del Hispanismo (Vigo, 2012), El espejismo de Rousseau. El mito de la postmodernidad se une a otros libros publicados por Teresa G. Cortés, entre ellos Eleusis, los secretos de Occidente, Los viajes de Jano, Los Monstruos políticos de la Modernidad, Distopías de la utopía: el mito del multiculturalismo. También ha traducido El sistema de despoblación. Genocidio y Revolución francesa de Gracchus Babeuf.