Con tal excusa, Hermida Editores publica un libro bajo el título El almuerzo en la hierba y es un compendio de pensamientos proustianos entresacados de la citada y múltiple narración. Los valientes editores obtienen el título del libro que ahora sale a la luz de una frase que el propio Proust pone en boca del narrador de su obra (en esa fantástica dicotomía entre narrador y autor que se da en el mismo personaje), y contenida en las últimas páginas de la última de las novelas de En busca del tiempo perdido: El tiempo recobrado, y que encuentra inspiración en el magnífico cuadro de igual título de Manet:
“Yo digo que la ley cruel del arte es que las personas mueran y también nosotros moriremos, apurando todos los padecimientos, para que crezca la hierba, no la del olvido, sino la de la vida eterna, la hierba prieta de las obras fecundas a las que las generaciones futuras acudirán, jubilosamente, sin preocupación por los que duerman debajo, a celebrar ‘su almuerzo en la hierba’”.
Es la metáfora más impresionante que he leído para explicar la supervivencia, por medio de la escritura, del arte, en contra de las leyes inexorables de la mortalidad.
La obra de Proust es una narración de sensaciones en la que eleva el detalle a la máxima expresión. Si con Dunsany se llega a cotas descriptivas inconmensurables, con Proust se baja al detalle mínimo. Y este detalle lo emplea, no solo en la narración de sensaciones cotidianas o banales (por ejemplo esa casi hedonista descripción de sensaciones al saborear un trozo de magdalena embebida en té), sino que lo emplea también a la hora de describir sentimientos, como por ejemplo en el beso a Albertina.
Trabajo del lector
Lo fundamental en Proust no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, cómo alarga, amplía el detalle para dar al lector la oportunidad de comprobar cómo los sentimientos lo envuelven. Recordemos que Proust pensaba que “cada lector se encuentra a sí mismo. El trabajo del escritor es simplemente una clase de instrumento óptico que permite al lector discernir sobre algo propio que, sin el libro, quizá nunca hubiese advertido”.
La vida de Proust estuvo marcada por su estado enfermizo desde su nacimiento y su afección asmática que, a la postre, lo llevó a la tumba. Eso hizo que la figura de su protectora y cuidadora madre se convirtiera en una figura irreemplazable y que su muerte, en 1905, supusiera un punto de inflexión en su vida. A partir de entonces se aísla, se encierra en su casa del aristocrático Boulevard Haussman durante catorce años, llegando a revestir las paredes de corcho para lograr así un mayor aislamiento. Y allí, en la soledad, en la introspección y a base fundamentalmente de café, Proust elabora la obra de su vida, En busca del tiempo perdido.
Siempre me ha parecido un portento que a base de memoria de los personajes que conoció a lo largo de su vida social en los salones aristocráticos (y otros no tanto) de París, Proust compusiera una obra en la que da vida a mas de doscientos personajes, a cada cual mas complejo. Con Proust, y son palabras de Sartre, se descubre la importancia de la psicología subjetiva de los personajes. Y todo ello, desde la más completa soledad.
Esta edición nos ayuda a comprender mejor a un autor indispensable para conocer en profundidad la literatura del siglo XX.
Y escribe sobre el amor, sobre los celos, sobre los judíos (su madre lo era), sobre la homosexualidad, sobre la guerra, sobre la muerte, sobre las relaciones sociales (Sartre decía que con Proust aprendió que hay medios sociales como existen especies de animales), etcétera, y siempre con una prosa que tiene algo de antiguo, de bello, que parece que ya no es de este tiempo sino de otro que se ha perdido.
Por eso, bienvenida sea la edición de este Almuerzo sobre la hierba que nos va a ayudar a acercarnos a Proust y a su universo, a comprender, quizás, mejor a un autor indispensable para conocer en profundidad la literatura del siglo XX.
Para terminar, una definición de su novela que a mí me encantó: es una novela mundo, comparable a la inabarcable Comedia Humana de su compatriota Balzac. Ésta, más accesible a pesar de que sus críticos la consideran demasiado extensa (créanme, dada la amplitud de los temas que trata, de la sátira despiadada contra una sociedad francesa decadente, del futuro, de la inmortalidad, no le sobra nada), es tan vigente ahora como cuando fue escrita.
Por eso Proust, hoy y siempre.