No le faltan padrinos. Al libro, nos referimos. Prologado por el ex alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón, Cien cosas que hacer en Madrid al menos una vez en la vida (Lectio, 2013) se extiende al lector como un manual de pequeños placeres en la que es, sin duda, una de las ciudades que más se presta para ello. Callejear, comer, beber, encontrarse, perderse. Verbos que le vienen al pelo y que la periodista Ángeles Vázquez conjuga con entusiasmo en un libro obvio pero simpático.
Valga la pena acotar que no lo tiene sencillo Vázquez. Por dos motivos. El primero, una crisis económica que dificulta cualquier entusiasmo y un precedente importante: un fantástico libro –más o menos en la misma línea, algo más pastelón, quizás- que escribió hace ya unos años la periodista Amelia Castilla. A pesar de eso, Ángeles Vázquez se propone el acto valiente de recomendar. Y lo hace con relativa destreza.
A mitad de camino entre el tópico y los intentos por no incurrir en ellos, comienza muy floja esta guía. La primera de las cien cosas que nos recomienda su autora es pedir un deseo en La Puerta del Sol, pero no nos explica porqué, tampoco si se trata de una tradición o una arbitraria leyenda sucedánea a la de la Fontana di Trevi. En fin. Que el deseo se pide quién sabe por qué. Sí habla en cambio del 15 M y de las napolitanas de la Mallorquina. Curiosa mezcla, pero una decisión al fin y al cabo.
La lectura mejora, va cogiendo cuerpo –que no mucho- en pasajes como el número nueve Descubre cómo será el próximo año con la sangre de San Pantaleón –aprovechando la reliquia describe el monasterio de la Encarnación-; el veintisiete –donde nos manda a comer caramelos en La Violeta, tienda a la que eran asiduos desde Victoria Eugenia de Battenberg hasta Jacinto Benavente- o el 65, porque además de contar porqué La Latina lleva ese nombre (así le decían a Beatriz Galindo, profesora de latín de Isabel La Católica) hace un recorrido ligero –que no novedoso- por la zona de Lavapiés.
Son cien cosas para hacer. Cada recomendación está numerada y, suponemos, jerarquizada. Por eso chirría un poco que sea de pronto más importante irse de cañas por la Cava Baja (ocupa el 17 en la lista) que visitar el Prado (opción 53). O, por ejemplo, más o menos está en la misma línea de perioridades visitar el monumento a las víctimas del 11M que el barrio de Las Letras. No es, en absoluto, un juicio de valor sobre los memoriales. Se trata de una extrañeza.
Hay otras cosas que molestan en la lectura y sabotean la calidad de una guía que podría ser estupenda, de no ser por algunos detalles. Por ejemplo, Vázquez hace juegos raros –que no del todo graciosos- como llamar al Parque Berlín “los trozos de los que mandan Europa”. Vale, que Merkel está de actualidad, pero estamos a lo que estamos: Madrid.
No es, ni mucho menos, la mejor guía de Madrid. Incluso podríamos decir que es la peor. Sin embargo, hay algo para rescatar. Si bien grandes iconos de Madrid, como La Cibeles o el Gijón, están escritos con absoluta ñoñería y poquísima destreza, lo que sí hace este libro es actualizar y renovar la ciudad: incluye Matadero, CentroCentro, Caixaforum. Se toma la molestia de rescatar lo más novedoso de una ciudad que ahora cuenta con muchas opciones y nuevas formas de entender el ocio. Ese puede que sea su punto a favor.