Un hombre con túnica blanca y sandalias entra en un mercado. Es el Santo, un beato de barrio en pleno siglo XXI. Él no cree en Dios, pero sí en los arcanos y el tarot; también en la bondad y la solidaridad. Cosas que a nadie interesan ya. Sin embargo, de pronto, algo comienza a torcerse cuando se descubre a sí mismo moviendo con un tenedor un pie congelado dentro de un Tupper.
Esta es la historia de Empédocles, el protagonista de Restos humanos (Mondadori, 2013), la más reciente novela de Jordi Soler. Se trata de un libro delirante, escrito con delicioso e irónico humor, en el que un disparatado predicador termina envuelto en una red de tráfico de órganos que involucra a sicarios mexicanos, la mafia rusa, el Ayuntamiento, un piloto de aviones y hasta a Madame Erotikón, una descarriada oveja que regenta un burdel en el que El Santo predica sin muchos resultados.
Después de su aclamada trilogía sobre la guerra civil, Jordi Soler retoma la senda de humor que ya había comenzado en Diles que son cadáveres (2011) y se planta con una historia tan “esperpéntica” como brillante, imposible de leer sin ceder a la risa sabrosa y la carcajada a mandíbula batiente. Soler, caballero de la joyceana orden de Fineganns -que reúne a escritores como Enrique Vila Matas o Marcos Giralt – y autor de Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso nos cuenta en esta entrevista qué hay detrás de Restos humanos.
-¿Qué es, por Dios, este libro?
-Una novela. El origen surgió, estando yo en un supermercado, cuando me pregunté qué pasaría si entrara ahora un tío vestido con túnica y sandalias predicando conceptos sobre la bondad y la solidaridad, valores en desuso. Es una imagen donde está todo en desuso. Ya no existe ese tipo de persona y estos valores ya no le interesan a nadie. Lo que he hecho es escribirle un pie de foto de 200 páginas a esta imagen.
-Tras su trilogía, con la publicación de Diles que son cadáveres y ahora con esta novela, retoma usted el humor y el sarcasmo.
-Sí, aunque incluso en mis novelas “serias”, las que tratan sobre guerra civil y exilio, hay siempre una dosis de humor. Pero esta novela, que tiene un fondo bastante oscuro como es el tráfico de órganos, me pareció que no podía atacarla de otra manera que con el humor, porque de otra forma hubiera salido otro tipo de historia que no me interesaba hacer. Hasta las cosas más terribles tienen un filón de humor.
- El Santo es un personaje delirante, inverosímil. Uno no sabe si actúa por ingenuidad o resignación.
-Es una mezcla entre la resignación y confianza en lo que hace, el empeño por llevar a cabo su proyecto. Una de las ideas de esta novela es que, en este milenio, en el que la invitación es sacar provecho a cualquier cosa que hagas, no puedes tener una actividad como la del Santo, que es gratuita, sin que otros se enriquezcan. El Santo es la alquimia de esta novela, el que pone en evidencia toda la corrupción que le rodea.
- Es un personaje tragicómico.
-Digamos que en esta novela la música es cómica, pero el tema es muy serio. El Santo creo que es incapaz de salir al mundo, como los solitarios. Los novelistas somos un poco así. Yo me identifico por ahí con él. Estamos empeñados en hacer una cosa que le interesa a muy poca gente, que requiere de mucho esfuerzo, da poco dinero en general y sin embargo estamos ahí como el Santo. Nuestra representación sería ésa: un tipo de túnica y sandalias, un loco. Luego está lo que haces con la locura. Si la locura produce novelas y la gente las lee, ya no estaríamos en un manicomio. Quiero decir que tanto el Santo como los novelistas cumplimos una función limítrofe, que por poco que se tuerza, pasas a ser un loco canónico, carne de manicomio.
-¿Realmente es ésta una novela esperpéntica?
-Yo creo que uno de sus referentes fundamentales es Valle Inclán, por varias razones. Él suele ser para mí un diapasón, cuando me encallo en la novela que estoy escribiendo, leo dos o tres páginas de Valle Inclán y se desencalla todo. Aquí hay un homenaje velado a lo esperpéntico. Valle Inclán era absolutamente cruel con sus personajes y yo aquí me he puesto en plan Valle Inclán al ser despiadado con ellos. Otro referente es Buñuel, los locos de las películas de Tarkovski o incluso canciones de Pink Floyd, que tiene algo que ver con el concepto de loco que el narrador está estudiando, que son a la vez referentes míos. Lo esperpéntico sí que está ahí y me gusta que lo detecten.