Con el fin del siglo XX y el comienzo del XXI, a España le dio por creer en los milagros. Pero no en cualquier tipo, sino en aquellos que podían obrar los arquitectos. Complejos culturales desmesurados. Ciudades de la Cultura. Especies de nuevas catedrales con las que las ciudades y Ayuntamientos pretendían rubricar su progreso. ¿Sus protagonistas? Nombres como Calatrava, Hadid, Herzog&De Meuron, Foster, Eisenman...
Así lo escribe y lo documenta el periodista cultural Llàtzer Moix (Sabadell, 1955), autor del libro Arquitectura milagrosa, un reportaje en el que revisa, documenta y aporta nuevos datos sobre los años enfebrecidos que comenzaron con la apertura del Museo Guggenheim de Bilbao diseñado por Frank Gehry y que dejaron a su paso edificios impresionantes pero en ocasiones insensatos y ciclópeos, más pensados para la visibilidad global y económica que para su función cultural.
Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona, Santiago de Compostela padecieron esta fiebre de la que quedan hoy conjuntos –muchas veces no inaugurados o incompletos- como el de la Ciudad de la Cultura de Santiago, o enormes , paquidérmicas y costosas construcciones como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Arquitectura, política, ideas equivocadas de progreso… todos estos temas son abordados en un libro impecable, que reúne lo mejor del reportaje y el ensayo.
"Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona, Santiago de Compostela padecieron esta fiebre de la que hoy quedan conjuntos paquidérmicos"
-La épica del gran edificio redentor terminó por desmoronarse, se vino abajo por su propio peso. ¿Por qué?
- El fenómeno del gran edificio de autor como señal de una ciudad derivó en corrupción. La distancia que hay entre los primeros proyectos y la corrupción que derivó después son fenómenos que coinciden en el libro y que dependen de la idea que tienen los responsables municipales o autonómicos. La idea de que un gran equipamiento de firma se convierta en un elemento distintivo y que produzca la transformación de la ciudad es el punto de partida.
-Plantea usted en el libro que el Guggenheim de Bilbao como ese punto de partida
-Si decidimos que el origen es Bilbao y entendemos el que éste no parte del capricho sino de la convicción política de que la ciudad necesitaba reinventarse, podemos entenderlo. Era 1997. La ciudad sufría el efecto de males como el paro, el terrorismo, la reconversión industrial... El gobierno vasco, la fundación Guggenheim y Frank Ghery logran un acuerdo en el que todos ganan. Ghery no había dado el gran Do de pecho, el gobierno vasco tenía la ciudad un poco contra las cuerdas y decide embarcarse en una aventura que sale bien. Es un gran éxito y es ahí cuando muchas ciudades creen que el milagro es trasladable.
-Hace usted referencia, primero, a la proliferación en España de contenedores culturales que no tienen claro el contenido, que privilegian el edificio por el edificio. ¿Es ésta una perversión de la imposición de la forma del edificio sobre la función?
-Esto es una perversión entre política y arquitectónica. En el primer tercio del siglo XX la arquitectura asocia la forma a la función, depende de las necesidades funcionales. A finales del siglo se pone en entredicho. El postmodernismo es el reflejo de la apatía que se produce en ciertos ámbitos, si tenemos en cuenta esa contestación. Si a eso sumamos unos momentos sociales de pujanza en los que parece que los recursos no son la primera preocupación la lógica se trastoca.
"Ya no se construye el edificio más funcional sino el más innovador, el que es capaz de desbancar a la ciudad vecina"
-¿El síndrome de la opera de Sídney?
-Ese fue un edificio que causó mucha polémica… Lo que quiero decir es que la lógica se pervierte. Ya no se hace el edificio más funcional sino el más innovador, el que es capaz de desbancar a la ciudad vecina. En Europa, las guerras ya no son entre países sino ciudades entre ciudades y ya no suponen enfrentamientos de poder sino luchas económicas. Unas a otras se disputan la primacía como destino turístico.
-Pero también hablamos de un voluntarismo político. Sin ir más lejos, cita usted cómo, con la Ciudad de Santiago, Fraga dijo querer convertirse en un segundo Obispo Xelmírez
- Fraga pasó 50 años sin bajarse del carro oficial, tuvo una participación importante en el Franquismo, en la transición, en el desarrollo de la democracia. Al no verse encumbrado como el líder histórico de la derecha, se refugia en su tierra natal. Durante 16 años, Fraga ejercerá de presidente autonómico de Galicia. Llegado el momento de su retiro se siente impulsado a dejar su huella, a dejar un elemento asociado a su memoria, decide que no va a ser menos y se embarca en una operación desmedida.
-Sin importar, ni mucho menos, para lo que fuera a servir una ciudad de 140.000 metros
-Aquí existe un paradigma interesante. En este proceso está el cliente, el que encarga; luego el arquitecto, el que provee. Un buen proyecto depende de un buen arquitecto pero también de un buen cliente, que sepa qué quiere, cómo conseguirlo al coste más razonable. UN cliente privado suele ser muy cuidadoso, en el caso de los políticos se demostró que la administración pública fue un cliente pésimo. No tuvo habilidad para calcular los costes , ni cuál era el resultado que realmente quería, produciendo despropósitos como estos. A día de hoy, no está inaugurada la Ciudad e las Artes. Un lugar cuyo coste fue enorme y su utilidad discutible.
"Calatrava ganó 92 millones de euros con la Ciudad de las Artes. ¿Qué profesional liberal gana eso?"
-Volvemos a la idea de los edificios como contenedores… sin contenido.
-Los contenidos no son prioritarios; un político de determinado color lo que quiere es que su nombre quede asociado a un gran proyecto. En el momento en que esto comenzó no se pensaba que saldría mal; teníamos la idea del crecimiento continuo y todos esos oximorones…
-Quedan claras en el libro las habilidades políticas de muchos arquitectos, por ejemplo Calatrava, que pasa de enfrentar a un escéptico PP a convencerlo de financiar una Ciudad de las Artes que pasa de tres a cinco conjuntos. …
-Una administración siempre ha querido descontinuar lo que hizo la anterior. Pasó en todas partes. Lo que ocurre en Valencia, es que, en el caso de Calatrava, éste ha cobrado en 92 millones de euros de honorarios. ¿Qué profesional liberal o qué estudio de profesional liberal saca durante 15 años saca honorarios de 92 millones de euros? Esos son elementos de desmesura que debía de tener un organismo regulador. En el caso de Calatrava, la administración ni siquiera se comportaba como cliente …. Era el arquitecto el que proponía y cliente, sin chistar decía que sí, porque era dinero público.
-También en estos años se desató una especie de fiebre por inaugurar Centros de Arte. En España no hubo ciudad que no quisiera visibilidad que no tuviera uno, por ejemplo.
- Eso en sí mismo tampoco es reprochable. Yo soy perfectamente partidario de que hayan auditorios, museos y espacios de cultura. El asunto está en determinar con qué dimensiones, qué costes… estos equipamientos no me parecen fuera de lugar, pero una vez más, las cosas se pervierten cuando se pervierten los objetivos… cuando un gestor impulsa esto para competir con el vecino de al lado, es difícil asegurarse un buen resultado porque si no hay contenido. Pero, a ver, claro que tienen que existir museos…. No podemos decir que el error es la cultura sino la gestión que se ha hecho de ella.