¿Quién hace las ciudades? ¿Los que la habitan o los que la cuentan? Muchos autores han escogido Madrid y Barcelona como escenarios para sus historias. Ahora, dos mapas capturan esos espacios para crear sus cartografías literarias, que se presentan la próxima Noche de los Libros, en Madrid.
En 2008, la factoría de ideas Prodigioso Volcán encargó ilustrador Raúl Arias la creación de un Mapa literario de Madrid. El reto era representar con caligrafía las formas de la ciudad a través de citas con las que algún escritor se hubiera referido a ella en sus obras.
Se suceden, como caóticas coordenadas, frases de Cervantes, Max Aub, Camilo José Cela, Soledad Puértolas, Francisco Umbral. Una ciudad redonda, tipográfica redescubierta en las palabras de quienes las incluyeron en sus obras. El mapa permite redescubrir, como si acabaran de salir de un relato, pasajes que las personas atraviesan todos los días.
De aquel primer mapa se imprimió una pequeña tirada en formato póster que se agotó rápidamente. Incluso llegó a ser incluido en el libro Information Graphics de Taschen, un volumen que con las mejores infografías del mundo y en el que el mapa de Arias es el único trabajo español.
Ahora, con motivo del Día del Libro y Sant Jordi, Prodigioso Volcán y Raúl Arias han reeditado el póster de Madrid y presentan uno nuevo, el Mapa literario de Barcelona, con citas de cerca de 30 autores en catalán y castellano. Los textos de Gil de Biedma, Bolaño, Josep Pla o Mercedes Salisachs dibujan la ciudad, que toma la forma del emblemático dragón o salamandra del Parc Güell, obra de Antoni Gaudí.
Los Mapas literarios de Madrid y Barcelona se presentarán en Madrid como parte de las actividades de La Noche de los Libros. A partir de las 19.30 de ese día, la sede de Prodigioso Volcán (C/ El Escorial 17) abrirá sus puertas para que quienes lo deseen puedan dibujar junto al ilustrador Raúl Arias y ampliar los mapas con sus sugerencias.
Cartografiar es moverse
Como un capitán en su cuarto de derrotes, los mapas invitan a quienes los miran a moverse a través de ellos y con ellos. Esa ecuación de la que han nacido las mejores páginas de la literatura de viajes y que sigue inspirando a muchos a redescubrir su ciudad con otros. Lo ha hecho el escritor y crítico literario Jorge Carrión con su nuevo libro Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg, en castellano y catalán). En él, Carrión recorre los pasajes de la ciudad de Barcelona, la voluntad de modernidad que llevó a la ciudad a ordenarse de esa manera. Carrión lo cuenta históricamente, pero también desde su perspectiva personal: alguien que se muda de la periferia al centro y que, en el camino, levanta un mapa fascinante con sus propias historias escondidas: el pasaje del Crèdit, en el que Joan Miró vivió su infancia y luego tuvo taller o el de Maluquer, cuyo habitante de más relumbrón es Eduardo Mendoza. Una cartografía oculta.
Se pueden levantar mapas de muchas formas. Así lo ha hecho Manuel Vilas en América (Círculo de Tiza) y Jorge Carrión en su Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg)
Se pueden levantar mapas de muchas formas. Así lo ha hecho Manuel Vilas en América (Círculo de Tiza), el libro en el que el escritor aragonés narra la crónica de sus viajes por distintas ciudades estadounidenses, especialmente las del Midwest, que recorre olisqueando en las costumbres y lugares de la clase media americana algo que se parezca a él: qué encierran aquellos desiertos hoteles de la cadena Hilton; cómo debió ser el movimiento pendular del cuerpo de David Foster Wallace después de ahorcarse; la forma apocalíptica en la que cae la noche en las autopistas del Midwest; el horario continuado de los Wallmart, esas cadenas que jamás cierran, como el corazón de los poetas; la manía de las personas decorar la soledad con electrodomésticos o el olor del basement como quintaesencia de la clase media norteamericana. Viaje a viaje, estación por estación de este viacrucis, Vilas relata y trae a colación iconos de la música, la política, el arte, la televisión y la literatura.
Mapas transformados en literatura
Es un espíritu. Lo tuvieron Julio Verne, Herman Melville, Stevenson, Jack London o Joseph Conrad. Si quienes se movían en los siglos XVIII y XIX lo hacían empujados por la aventura, el nacimiento de otras ciencias o el nuevo mapa del comercio, en el XX lo harían, acaso, movidos por el paso urgente de la guerra y el exilio, pero también calzando las botas del reportero, las gruesas gafas del aviador o la americana presuntuosa del vividor. De esas incursiones existe, a su manera, otro buen legajo de mapas. Soldado a los 19 y corresponsal extranjero a los 20, Ernest Hemingway dejó páginas memorables sobre la guerra, que es, a su manera otro viaje: Ulises intentando volver vivo a Ítaca. En la estirpe del corresponsal escritor se suceden las páginas de Ryszard Kapuscinski a lo largo de toda su obra: El Imperio, El ocaso del imperio, Ébano… Para viajes, también, los que emprendió Faulkner por el Mississippi o el mismísimo Truman Capote, que viajó mucho en sus inicios. Siendo apenas un jovencillo de piel blanquecina y mirada reptil, cumplió una etapa errante por Italia, España, Tánger y Haití de la que dan fe los escritos recogidos en Los perros ladran, un libro editado en España por Anagrama, y en el que incluye también un documento excepcional sobre la Rusia soviética que conoció en 1956.
Es un espíritu. Lo tuvieron Julio Verne, Herman Melville, Stevenson, Jack London o Joseph Conrad. Si quienes se movían en los siglos XVIII y XIX lo hacían empujados por la aventura, en el XX los empujaron las guerras y el periodismo...
Otro viajero literario, cómo dudarlo, Nuestro hombre en la habana, Graham Greene, quien conoció bien el mundo del espionaje y escenarios como Suráfrica para escribir El factor humano, también dio vida a páginas sensacionales como Caminos sin ley (1938), una crónica periodística donde retrata un México afectado por la explotación petrolera. Siendo apenas un jovencillo, el neoyorquino Paul Bowles, autor de El Cielo Protector, compró un billete de ida a París. A partir de ahí no se detuvo, ni siquiera cuando se estableció, en Tánger, con su esposa, la magnífica novelista Jane Bowles. Los viajes fueron su quehacer y el motor de sus páginas. También Malcolm Lowry fue marinero y viajó a Extremo Oriente, no paró de moverse entre Nueva York, México, Hollywood y la Columbia Británica hasta su triste y prematura muerte.
Paul Theroux viaja en tren por China y escribe En el gallo de hierro, El gran bazar del ferrocarril, y un Retorno a la Patagonia a medias con Bruce Chatwin, maestro en el género.
¿Qué cabe en los mapas? Lo foráneo. Lo exótico. Lo desconocido. Lawrence Durrell sitúa en Alejandría su clásico Cuarteto, y deja libros como Visión de Provenza o Reflexiones sobre una Venus marina. También en Grecia, y justamente en un viaje para visitar a Durrell, Henry Miller encontró el material necesario para su magnífico Coloso de Marusi. Margueritte Duràs nació en la Indochina Francesa, un lugar del que brotarían los conflictos y elementos esenciales de su obra, una de las más autobiográficas, quizás, la primeriza Un dique contra el pacífico. Paul Theroux viaja en tren por China y escribe En el gallo de hierro, El gran bazar del ferrocarril, y un Retorno a la Patagonia a medias con Bruce Chatwin, maestro en el género.
Cómo dejar por fuera Viaje en autobús, en cuyas páginas Josep Pla conduce a los lectores por los pueblos de la Costa Brava de los años cincuenta
Las letras españolas cuentan con importantes -y numerosos- volúmenes de viaje. Los que más destacan, quizás por su cantidad, fueron los de Camilo José Cela. El gallego publicó cerca de una docena de libros sobre el tema, entre ellos El Viaje a la Alcarria(1984), del que escribió una segunda entrega en 1986. Cómo dejar por fuera Viaje en autobús, en cuyas páginas Josep Pla conduce a los lectores por los pueblos de la Costa Brava de los años cincuenta. "Uno, pues, de tarde en tarde, viaja por el país", escribió el catalán.
Quien recorrió España de punta a punta fue Azorín, uno de sus primeros viajes y el más importante, fue el que realizó junto con Baroja a Toledo, en el que en el que descubrió al Greco y que recogió algunos apuntes en La Voluntad y Castilla (1912). Sus descripciones de paisajes están presentes en todas sus obras pero especialmente en: La ruta de Don Quijote (1905), El paisaje de España visto por los españoles (1917), El libro de Levante (1929), Valencia(1941) y Madrid (1941).
Voces periodísticas cultivaron también la literatura de viajes: Manuel Leguineche, Luis Carandell y Manuel Chávez Nogales, pero también –algo más cercanos en el tiempo- Javier Reverte, Pérez de Albéniz o Rosa Regàs, esta última con Viaje a la luz del Cham (1995). Egipto inspiró además a Terenci Moix para El sueño de Alejandría y Enrique Vila-Matas ha coqueteado –muy a su manera- con el género en Doctor Pasavento o El viaje vertical. Imposible no mencionar De viaje por los países socialistas, de Gabriel García Márquez; a su manera, la Rayuela de Cortázar; la Guía triste de París, de Bryce Echenique; El hablador o, más reciente, El sueño del Celta, de Mario Vargas Llosa; El arpa y la sombra, de Carpentier; los viajes de Neruda reflejados en su Estravagario.