Cultura

Mientras exista el ser humano: una reflexión sobre el sexo de los héroes

Las diferencias en el heroísmo de hombres y mujeres sólo pueden sorprender en el ministerio de Igualdad, que ha querido convertir lo masculino en una caricatura

El pasado 8 de junio, en Annecy (Francia), un joven llamado Henri D’Anselme se enfrentó a un hombre que intentaba asesinar a unos niños. Golpeándolo con su mochila, logró alejarlo de sus víctimas. Es inevitable pensar en Ignacio Echeverría, que salvó varias vidas y perdió la suya al arremeter con su monopatín contra unos terroristas en Londres, 2017. Menos lectores recordarán a Jesús Ángel Orellana, que el año pasado recibió en Jaén las puñaladas que un asesino tenía destinadas a su exmujer. También murió.

A veces ocurre. Alguien que no tendría por qué hacerlo se juega la vida por personas a las que no conoce. Los héroes no sólo nos tranquilizan (si el mal acecha, ellos vigilan), sino que son un estándar moral con el que medirnos. Si son capaces de tales sacrificios, ¿me negaré yo a pagar los peajes que exige la vida buena? El arquetipo del héroe nos acompaña desde la infancia (y desde la noche de la cultura) como dique contra la mezquindad cotidiana y contra la desesperanza. Su vigencia se explica porque sigue siendo útil y necesario. Lo será mientras el mal exista, es decir, mientras exista el ser humano.

No todo el mundo piensa así: hay quienes creen que el mal es un subproducto de la cultura humana y que la tarea de nuestro tiempo no es sólo combatirlo, sino erradicarlo, para lo cual es preciso liberar a la humanidad de las cadenas que lo aprisionan. Esta visión tiene una ventaja: si estamos encadenados, somos esclavos, y como tales sólo tenemos una ventaja: estamos libres de responsabilidad. Pillados en cualquier falta, siempre podremos alegar: “no fui yo, señoría, fue la sociedad”. Es natural que quienes así entienden el mundo no quieran más héroe que el colectivo y abstracto: el Estado, en el que delegamos la misión emancipatoria. La derrota del mal se ha de lograr a través del BOE, los presupuestos y las diputaciones provinciales.

Otra circunstancia conspira contra el héroe: casi siempre es un hombre. Desde 1904, el Carnegie Hero Fund de Estados Unidos concede un reconocimiento a civiles (no se incluyen policías, militares, bomberos…) que realizan acciones heroicas como las de Henri, Ignacio o Jesús. Hasta 2003, el 91% de los premiados eran hombres (y eso que la fundación se obliga a reconocer a mujeres). El dato procede de un estudio de S. W. Becker y A. H. Eagly divulgado por el psiquiatra Pablo Malo.

Entonces, ¿están las mujeres incapacitadas para el heroísmo? En el mismo hilo, Malo explica que en otras formas de actos valerosos, aunque de un riesgo no tan inmediato, hay mayoría femenina: en torno al 60% de los reconocidos por Israel como justos entre las naciones (personas que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos del Holocausto) son mujeres. El porcentaje es similar en donación de órganos en vida y en voluntariado en organizaciones internacionales. Por tanto, también hay mujeres que se entregan a quienes están amenazados -aunque de una forma no tan inminente- cuando no es tan importante el arrojo físico como un compromiso sostenido.

En La noche del cazador, la película de Charles Laugthon, Lilian Gish interpreta a una anciana que acoge a niños abandonados y los protege de hombres crueles como el falso predicador Harry Powell (Robert Mitchum). En una escena inolvidable, la anciana llega a encañonar y disparar a Mitchum, que escapa mientras aúlla como un animal. Gish sería el arquetipo de ese heroísmo femenino, menos visible y menos celebrado que el masculino. E igualmente cuestionado, aunque desde otro angulo. Hoy, la mujer que elige cuidar es vista como una víctima, como una esclava privada de su derecho a una vida sin ataduras. ¿Hay que acoger, hay que cuidar? Que se encarguen el estado o el mercado.

Lo heroico es irreductible a una lógica transaccional y, por tanto, incomprensible para algunas mentalidades modernas

Las diferencias en el heroísmo de hombres y mujeres sólo pueden sorprender en el ministerio de Igualdad, que ha querido convertir lo masculino en una caricatura. Los hombres pueden ser agresores o héroes: lo normal es que no seamos ninguna de las dos cosas. Cualquier heroísmo es siempre excepcional y sacrificial, del latín sacrum facere, hacer lo sagrado. Lo heroico es irreductible a una lógica transaccional y, por tanto, incomprensible para algunas mentalidades modernas.

Pero no para la mayoría, que nos seguimos conmoviendo con el sacrificio de Ignacio Echeverría, de Henri D’Ansleme, de Jesús Ángel Orellana y de todas las Lilian Gish, a las que deberíamos rendir el homenaje que merecen. Admiramos a los héroes porque entendemos que combatir el mal es una misión que nos convoca a todos y que, aunque esperemos del Estado que haga su parte, no delegamos nuestra responsabilidad ni nos sentimos esclavos. Y porque tenemos buenas razones y mejores intuiciones para desconfiar de quienes prometen un mundo sin mal. Es más: sabemos que ellos, los utópicos bienintencionados, encarnan, en ocasiones, el verdadero mal.

Mientras organizamos nuestra vida en común lo mejor posible, no dejemos de honrar a los héroes para no olvidar que existirá el bien mientras exista el ser humano.

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