La muerte de Coco Chanel supuso un problema político para Georges Pompidou. Su esposa, cliente y admiradora de la diseñadora, había decidido organizar, en octubre de 1972, una exposición oficial en París para celebrar la vida y obra de la dueña de la mayor casa de modas francesa. El acto, sin embargo, tuvo que posponerse. El horno no estaba para bollos.
Pierre Galante, editor del París Match, sacó a la luz unos comprometedores documentos según los cuales madame Coco había sostenido un romance con el peligroso agente de la Gestapo, el barón Hans Günter von Dincklage, durante los años de humillación nazi en Paris. Bramó La France.
¿Madame Chanel, el icono del buen gusto nacional, revolcándose con un nazi? ¿No había ella vestido a madame Pompidou y visitado el Elíseo en varias ocasiones? ¿Había sido una collabo? Con elecciones a la vista, Georges Pompidou no se lo pensó dos veces. Celebraciones las justas. Y pasó página.
Este es apenas uno de los muchos episodios, datos y anécdotas que narra el periodista y productor de documentales Hal Vaughan en La guerra secreta de Coco Chanel, en el que cuenta no sólo el romance de Coco Chanel con Dincklage sino también las misiones en las que participó, su declarada ideología antisemita, además, claro, del acostumbrado retrato acerca de sus orígenes como costurera y dependienta, así como la ambición –y un cierto arribismo- su imperio.
La liberación de París del poder nazi, en agosto de 1944, desató una sangrienta lucha en las calles. Cuatro años de represión, humillaciones y amenazas estallaron como una bomba. Los franceses querían venganza; y a cualquier precio. Todo aquel hombre o mujer que hubiese colaborado con los nazis, la pagaría. Y así fue: algunos fusilados, otros molidos a palos… Cocó Chanel estaba en la lista de las revanchas. Fueron a por ella y la apresaron para interrogarla. Tuvo que intervenir Winston Churchil a través de su embajador para que la liberaran. Huyó entonces a Lausana, en Suiza.
Dos años más tarde, la Corte de Justicia Francesa promulgó una orden judicial urgente que obligaba a Chanel a presentarse ante las autoridades. El 16 de abril de 1946 el juez Roger Serre ordenó a la policía y a las patrullas fronterizas que llevaran a Cocó Chanel a París para ser interrogada. Un mes más tarde ordenó una investigación completa de sus actividades en tiempo de guerra.
No fue la relación de la modista con Dincklage lo que atrajo la atención del juez Serre. Se trataba, en verdad, de algo que sobrepasaba los asuntos de alcoba de la modista. El juez Serre descubrió que Chanel había cooperado con la inteligencia militar alemana y había colaborado con el barón Louis de Vaufreland, a quien la policía francesa había identificado como un ladrón y un agente alemán en tiempos de guerra.Vaufreland había sido nombrado V-Mann en los documentos de la Abwehr, lo que significaba en la jerga de la Gestapo y en la de otras agencias de inteligencia alemanas que era un agente de confianza.
Gracias a la información que le suministraron algunos miembros de la inteligencia alemana, el juez Serre llegó a conocer los detalles del reclutamiento de Chanel como agente de la Abwehr, su colaboración con Vaufreland y su participación en misiones. Chanel lo negó todo. “Eran fantasías”, dijo. Sin embargo, los papeles indicaban todo lo contrario. Son justamente estos asuntos los que recopila Hal Vaughan en un libro estupenda y estrictamente documentado. La traducción de Victoria Padrilla que ofrece Taurus, además, muestra una prosa ágil y directa con la que se retrata exhaustivamente uno de los períodos más confusos no sólo de la vida de la modista, también de la vida europea.