Primero por nuestra condición de contenido de tal continente. Por tanto inseparables de lo que nos permite ser y estar. No menos por lo que la vida, huésped antiguo de este planeta, ha logrado. Escribir Tierra y Vida supone lo mismo.
Exploremos un poco más:
Tierra es, para empezar, el único lugar conocido desde donde asomarse al resto del Universo. Observatorio del todo excepcional por ser, de momento, el único. A partir de ahí nada vuelve a ser tan rotundamente solitario. Basta que del nosotros, todos, pasemos a los pronombres en primera persona.
Hay tantas tierras como se quiera imaginar. El diminutivo terruño da absolutamente para todo e implica una pertenencia que marca. Resulta, en efecto, inolvidable y de la que, casi siempre, se está orgulloso. La pena de destierro se inventó como duro castigo. Hoy, cuando hay alejamientos voluntarios a mansalva, es decir migraciones forzadas, tenemos bastante claro lo que supone ser de un lugar concreto y perderlo.
Para un agricultor ecológico, caso del que esto escribe, tierra es además esos dos palmos de suelo donde más ajetreo vital podemos observar. El ámbito de la fertilidad natural, del que emergen los alimentos, es el lugar al que llega y del que sale de todo lo esencial para nosotros.
No suele ser de la misma intensidad la comprensión cuando, en lugar de con minúsculas, escribimos Tierra, así con mayúsculas. Sin embargo, estamos indisolublemente ligados a lo que pase por y en la casa común. Es más, al principio, en la Roma clásica la palabra, en alarde de coherencia, incluía, además de la obvia pertenencia, los conceptos de historia y cultura del pueblo de esa misma porción de mundo.
Conviene no olvidar que puede haber Tierra sin humanos, pero que resulta del todo imposible que haya humanos sin su único hogar. Y, claro, a mi mente acude una nueva etimología. Porque humano quiere decir también del humus, de la tierra. Por cierto el único lugar conocido donde a veces encontramos algunos paraísos.