Cultura

La musa de Mizoguchi que se puso tras la cámara

Sale a la luz el genio creativo de la actriz y directora Kinuyo Tanaka, uno de los secretos mejor guardados de la cultura cinematográfica japonesa

Ha costado que el nombre de Kinuyo Tanaka se abriera paso fuera de Japón. Y eso que se trata no sólo de la actriz más popular de su tiempo, musa de un maestro como Kenji Mizoguchi y actriz habitual del otro referente cinematográfico nipón, Yasujiro Ozu. Pero, si no ha sido fácil que los aficionados identificaran a la Tanaka actriz, ha costado mucho más que se conociera y reconociera su faceta como realizadora. Y eso que algunos críticos bien informados como Miguel Marías hace ya mucho tiempo que vienen llamando la atención sobre su talento. Pero no había manera de acceder a sus obras. 

La situación está empezando a cambiar en los últimos años. El festival de cine de Locarno programó una gran retrospectiva sobre su figura en 2020 que lamentablemente hubo de cancelarse por la pandemia. Pero, a raíz de aquel proyecto frustrado, sus seis películas fueron restauradas y proyectadas en Cannes, en el Lincoln Film Center. En España se organizaron otras retrospectivas interesantes en Tabakalera (Bilbao) y en otras ciudades, coordinadas por la Fundación Japón. Y este año el Festival de las Palmas proyectó dos de sus obras mayores. Ahora, además, la compañía Janus Films va a comercializar toda su filmografía como directora en formato de video doméstico.

De modo que ya sí empieza a haber posibilidades de conocer una trayectoria fílmica de un rigor formal, narrativo y emocional que sorprende. Tanaka aprende de los grandes maestros japoneses con los que trabajó, y en algunas de sus obras se ve su influencia, pero construye una obra de factura muy personal, en la que las formas clásicas y ciertas innovaciones modernas -que se anticiparon a la ‘nueva ola japonesa’- conviven en inesperada armonía. 

Actriz prolífica

Como actriz, Kinuyo Tanaka está en muchas de las películas más importantes del cine japonés, y de las más internacionalmente conocidas -como ‘El intendente Sansho’, ‘Flores de equinoccio’ o ‘La balada de Narayama’, entre otras muchas- y muy especialmente en las de sus dos directores mayores, Kenji Mizoguchi, con el que rodó 15 películas, y Yasujiro Ozu, que requirió sus servicios en otras 10. Pero trabajó también para Mikio Naruse, Keisuke Kinoshita, Akira Kurosawa o Ken Ichikawa. Incluso podríamos añadir que su fama en su país fue tal que algunos cineastas incluían su nombre real en el título de la película para impulsar su promoción popular.

Fue, además, una actriz prolífica, que intervino, normalmente en papeles principales, en más de doscientas películas, con un ritmo frenético de trabajo en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, en las que rodó cerca de diez largometrajes cada año. 

Su salto a la dirección se produce en los años 50. Sólo otra mujer cineasta lo había intentado antes, y con resultados desastrosos, de modo que se trataba de todo un desafío. Pero Tanaka era una mujer con determinación y encontró el apoyo de muchos actores y de bastantes de los realizadores con los que había trabajado. Ese fue el caso de Yasujiro Ozu (que le cedió un guion, así como actores y técnicos, para su segundo trabajo) o Mikio Naruse, que la colocó como ayudante de dirección de ‘Hermano mayor, hermana pequeña’ (1953) con el fin de que pudiera rodarse para afrontar con solvencia el reto de su ópera prima. Otros cineastas también apoyaron su decisión, con una dolorosísima excepción: Kenji Mizoguchi. Mizoguchi primero argumentó que ponía en peligro su carrera como actriz innecesariamente, pero además evidenció escasa confianza en sus capacidades como realizadora. Las diferencias se hicieron insalvables y una relación de simbiosis artística excepcional se rompió abruptamente; tras el inicio de su carrera como autora cinematográfica no volvió a rodar para aquel que la había elevado al pedestal de musa.

Situación de las mujeres en Japón

La investigadora Irene González-López, coautora del primer libro publicado en inglés sobre Tanaka Kinuyo (Nación, estrellato y subjetividad femenina, con Michael Smith) explicaba hace unos meses en el Festival de Cine de las Palmas, donde fue proyectada parte de su obra, que el prestigio personal de Tanaka fue clave para que pudiera superar muchos obstáculos. “Para muchos, Tanaka era una categoría sui generis, porque su fama desde mediados de los años 20 la convertían en probablemente la actriz más respetada y prestigiosa de Japón. Por otra parte, era bien sabido dentro de la industria que era una mujer muy independiente y tenaz, con muchísima determinación, y siempre en busca de nuevos retos, así que tal vez pensaron que si alguien podía hacerlo era ella”. 

Y así fue. Sus películas fueron bien recibidas y logró tejer una trayectoria singular en la que depositaba su mirada sobre asuntos muy poco habituales en el cine japonés. En su ópera prima, Carta de amor (Love letter, 1953), aborda la difícil situación de las mujeres japonesas que confraternizaron con los ocupantes norteamericanos. La segunda, La luna se levanta (The moon has risen, 1955) aborda un conjunto de historias de idas y venidas amorosas desde el punto de vista principal de una joven entusiasta y jovial que ve su corazón roto. En la tercera, Siempre mujer (Forever a woman, 1955) ocupaba un lugar principal de la trama el cáncer de mama, y el trauma psicológico que conlleva la extirpación de los pechos femeninos. En la cuarta, La princesa errante (The wandering princess, 1960), pone el foco en Hiro Saga, la mujer que se casó con el hermano del emperador en los tiempos de la ocupación japonesa de Manchuria.

Tanaka abandonó la escuela, tras una regañina de la profesora, y se incorporó a la Troupe de Opereta de las Chicas Biwa, y a los 12 años ya era una estrella infantil

La situación de las mujeres de la calle, que ya había abordado como actriz de la mano de Mizoguchi, retorna a su cine en Mujeres de la noche (Girls of the night, 1961) donde aborda críticamente los efectos de la abolición de la prostitución y las dificultades de integración de sus protagonistas. Finalmente, en Amor bajo el crucifijo (Love under crucifix, 1962), su última obra, se traslada hasta el siglo XVI para contar la historia de un amor ‘incorrecto’ entre la hija de un maestro de té y un samurai casado y convertido al cristianismo, lo que le lleva a analizar el problema de los prejuicios y la intolerancia religiosa en un Japón que prohibió la religión de Jesucristo.

Tanaka tuvo ocasión de cultivar esa determinación y fuerza de carácter que la identifican desde muy pronto, pues tras la prematura muerte de su padre, y la marcha posterior de sus dos hermanos mayores, la familia cayó en la pobreza. Por muy sorprendente que parezca, fue ella, la menor de los nueve hermanos, la que tomó sobre sus espaldas el sostenimiento económico de la familia. Lo hizo desde muy temprana edad y mantuvo su compromiso hasta el fin de sus días. De hecho, a los nueve años Tanaka abandonó la escuela, tras una regañina de la profesora, y se incorporó a la Troupe de Opereta de las Chicas Biwa, y a los 12 años ya era una estrella infantil. A los 14 entraba en la industria de cine japonesa y rodaba su primera película.

Forever a woman (1955), inspirada en la historia real de la poeta Nakajo Fumiko, fallecida poco antes de cáncer de mama, incluye una escena sobrecogedora. La poetisa se está tomando un baño en el hospital donde la atienden, asistida por una buena amiga, y en un ejercicio de autoafirmación le anima a contemplar las cicatrices de sus pechos extirpados. Una visión que se hurta al espectador, pero que se sugiere a través del espontáneo gesto de desconcierto y disgusto de la amiga. Todo ello en un contexto casi de celebración sensual del cuerpo de la protagonista. 

En esta película, Tanaka Kinuyo logra recrear una escena casi fantasmal en medio del entorno hiper realista del hospital. Es el momento en el que la poeta oye, más allá de la puerta de su habitación, gritos de dolor de los familiares de otro paciente recién fallecido. Atraída por la visión del futuro que le espera, no puede evitar abrir y encontrarse con una comitiva fúnebre, en medio del recinto, que conduce el cadáver a la morgue. La sigue, como uno más, casi hipnotizada, como si estuviera en medio de una de esas fantásticas realidades paralelas imaginadas por Mizoguchi, pero en Kinuyo lo fantasmal tiene otra dimensión pues está pegado a una meditación explícita sobre la muerte. 

Para concluir añadiremos una referencia a su formidable labor en la dirección de actores, algo no infrecuente en quien es intérprete a su vez. Las caracterizaciones de sus películas, especialmente las femeninas, tienen una riqueza de matices prodigiosa. Sólo un ejemplo: el personaje de Setsuko, de La luna se levanta (1955). Setsuko es la verdadera protagonista de la obra porque tiene un papel crucial en las dos mitades que la configuran: en la primera, ella es la artífice de que dos antiguos enamorados revivan su viejo amor, y en la segunda sufre la desazón de ver cómo la relación con aquel a quien ama parece romperse. La actriz Kitahara Mie da vida a una Setsuko que tan pronto puede ser traviesa, infantil, ingenua, pícara, entrometida, bondadosa, amante despechada o tener el corazón roto. En sus gestos vemos curiosidad, intriga, ánimo investigador, capacidad de maniobra, e incluso de enredo, sinceridad, mimosería y desolación. Una riqueza de matices que es seña de identidad del trabajo de Kinuyo Tanaka. 

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