"El momento de vivir la música en directo es mágico”. Así describe cualquier amante de la música el día que llega el concierto del artista con el que ha crecido. Así se vive la sensación de escuchar una voz rasgada, cantar hasta que te quedas sin ella o saltar hasta que duelan los pies tanto frente a un espectáculo con luces, batería y guitarras como ante alguien que saca un vergonzoso saxofón que comienza a sonar y provoca un silencio de admiración. Esto es lo que ocurre en un concierto de música en vivo, sin embargo, no todos los conciertos se ofrecen en grandes escenarios ante miles de asistentes, ni cientos, hay un actor esencial para que “el tejido musical” pueda desarrollarse, o así lo explica en conversación con altavoz Tito Ramoneda, vicepresidente de la Asociación de Promotores Musicales (APM) además de fundador y presidente de The Project y con la sala Barts en Barcelona. ¿Cuál es la situación actual de las pequeñas salas de música en directo?
Que vivimos un momento espectacular para la música es evidente y que la mayoría de las grandes voces que conocemos a día de hoy comenzaron en pequeños clubs es sabido. Las melenas perfectamente recortadas de The Beatles con su 'Love me Do', las no tan perfectas melenas de los hermanos Gallagher de Oasis y su britopop o la prodigiosa voz del soul de Amy Winehouse tuvieron que dar muchos pasos en pequeños locales antes de llenar estadios o vender cantidades cuantiosas de discos.
Actualmente, el número de festivales se multiplica y si marcásemos en un calendario cada fecha en la que nuevos grupos tocan por primera vez o consolidadas voces repiten por una décima nos quedaríamos sin rotulador rojo. “El número de festivales, de giras y de conciertos este último año se ha incrementado notablemente, tanto los porcentajes de ocupación en los festivales como número de grupos”, cuenta Ramoneda. “Hay un boom, quizá en algunos casos es exagerado, no sé si se le puede llamar burbuja”, añade. En 2016, el festival que más asistentes tuvo fue el Arenal Sound, que contó con la presencia de más de 300.000 personas. Le siguieron el Rototom Sunplash con 250.000 y el Primavera Sound con 207.500. El año anterior, los 50 festivales con mayor asistencia contaron con más de tres millones de personas entre su público.
Aunque en algunos casos sea demasiado, el hecho de que haya más música y más opciones, según el vicepresidente de APM, afecta “positivamente” a las salas. Es un proceso, indica, “es esencial que las bandas empiecen a tocar en los clubs, en las salas de pequeños aforos”. Este dato puede observarse en la evolución de la facturación de la música en directo en España. Entre 2005 y 2016 los mejores años fueron 2009 y 2010 con más de 260 millones de euros. El año pasado, la cifra volvió a subir hasta los 223'2 millones, según el VIII Anuario de la APM, un dato que supone un incremento desde 2005 de 79 millones de euros.
Desde el Jimmy Glass Jazz Bar de Valencia, Chevi Martínez afirma que las salas son esenciales para los artistas, debido a que no todos puedes subsistir de la venta de discos o de los contenidos en otras plataformas. “La mayoría dependen del directo, tanto para dar a conocer sus trabajos como para vivir”, señala. Asimismo, asevera que la música en directo “está en auge”. “Cada vez más gente se decanta por estos lugares, sale de sus casas para asistir a conciertos y compartir ese momento”, añade. Martínez tiene clara la razón: “Es algo social, se aleja de eso de escuchar música en casa con los cascos puestos”.
Sin embargo, y aunque el cuarto arte cada vez tiene más seguidores, la política cultural en este sentido no es tan palpable. Daniel Negro, desde el Harlem Jazz Club en pleno Barrio Gótico de la ciudad condal, asegura que actualmente existen más ayudas, más reconocimiento, aunque no son “para descorchar champán”. Es el segundo club más antiguo, que desde hace 30 años ofrece música en vivo, solo superado por el Café Central de Madrid, por lo que ha sido consciente de la evolución de los fondos destinados a esta industria con los años.
“La política cultural hacia la música, qué quieres que te diga, te digo cifras porque no hay nada que ocultar”, narra Negro. “Nosotros organizamos unos 360 conciertos al año y recibimos de parte del Ayuntamiento de Barcelona una ayuda económica que hasta el año pasado eran 5.000 euros y desde que llegó Ada Colau, la duplicó a 10.000 euros”, afirma. Con ello reconoce que la cosa ha cambiado, sin embargo, queda mucho por hacer, ya que la diferencia entre los equipamientos de el Palau de la Música, la Ópera del Liceu o el Auditori y el de las salas de pequeño aforo es muy grande. El Ayuntamiento de Barcelona destina un total de 300.000 euros a las salas de música en vivo -recogido en el Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona-, en el caso de Madrid son 400.000.
Cuando es la fiesta de la Mercè, solo un grupo que actúa durante una hora y cuarto cobra 50.000 euros. Pero claro, esos son los conciertos con los que suponen que la gente les va a votar ¿no?”
“Cuando es la fiesta de la ciudad, de la Mercè, solo un grupo que actúa durante una hora y cuarto cobra 50.000 euros. Pero claro, esos son los conciertos que organizan ellos con los que suponen que la gente les va a votar ¿no?”, señala. “Se gastan millones y millones, pero claro, son sitios oficiales y públicos. A los privados suponen que con 10.000 euros nosotros tenemos que estar contentos y agradecidos, y agradecido lo estoy, pero contento no”, reitera el del Harlem.
Con esta idea coincide Ramoneda: “Debería haber más atención por parte del dinero y la inversión públicos, no hay especial sensibilidad”. Defiende la actuación del Ayuntamiento de Barcelona, pero afirma que en España se está “a años luz de países como Inglaterra o Francia”. “Allí tienen una cultura y un legado cultural del que nosotros aún estamos muy lejos, allí cualquier pub tiene música en directo”, narra.
En este punto, Daniel Negro tiene una petición: Igualdad. “Los lugares públicos devoran cantidades y cantidades de dinero en cosas bastante poco lógicas, pero lo que yo pido es simplemente igualdad”, afirma. “Los ciudadanos que van a escuchar a un local un concierto de jazz no son ciudadanos de segunda. Tienen los mismos derechos que un ciudadano que va a escuchar ópera”, cuenta.
El del Harlem Jazz ha vivido tres décadas y su club sigue en pie, por lo que ha visto cómo ha cambiado 'la película'. “Cuando nosotros empezamos el Barrio Gótico era un barrio abandonado, la gente de Barcelona decía que de la Plaza Catalunya no bajaban”, dice. “No había política cultural, tuvimos que padecer durante casi 8 o 9 años sin permisos, con intentos de cerrarlo... Con el tiempo se dieron cuenta de su error, de que una ciudad grande no puede tener abandonado el casco histórico”, cuenta.
La historia cambió cuando pasaron de ser “los molestos” a “una especie de héroes que habían empezado una aventura”, aunque a Negro tampoco le agradan esos elogios, ya que eso ocurrió cuando Barcelona comenzó a estar “de moda”. Antes de eso pasaron por un periodo en el que el reconocimiento solo estaba enfocado a la música clásica y la ópera. “Era lo que consideraban música culta”, cuenta Negro.
Para Ramoneda, el principal cambio desde que comenzó en esta industria se observa en el modelo de negocio. El sector estaba compartimentado: las discográficas eran las que vendían discos, las emisoras se encargaban de difundirlos… ahora todo eso es distinto. “Actualmente te encuentras desde que una compañía está promoviendo giras y conciertos hasta que una sala o un festival tiene su propio sello”, señala. Algo que no ha cambiado, y en lo que coinciden todos los entrevistados: “La esencia de la música en directo sigue siendo la misma, esa semilla sigue ahí, ese tête à tête”.
La gente está saturada de tantos canales para acceder a la música. El interés de la gente se desvía hacia otra forma de disfrutarla: el directo”
Los cambios también vienen de la mano de otras formas de consumo. La música ya no es algo que solo se pueda escuchar en casa después de comprar un disco físico en una tienda especializada. Las nuevas tecnologías, las plataformas online y los móviles permiten que en cualquier lugar se puedan escuchar los últimos lanzamientos. El informe londinense del IFPI Music Consumer Insight Report. Connecting with music lanzado este martes informa de que el mercado digital es uno de los grandes problemas de la compra de discos físicos. Las previsiones no son muy optimistas y un hecho que lo corrobora son las negociaciones de grandes productoras con las plataformas streaming. Ha habido renovaciones recientes de contratos entre Spotify y compañías como Universal, Sony, Warner Music y Merlin.
No obstante, para el del Harlem no es un factor, por el momento, que afecte a las pequeñas salas. “Nosotros no necesitamos a 2.000 personas para llenar el Harlem cada noche –tiene un aforo de entre 110 y 160 personas- por lo que estos fenómenos influyen bastante poco”, afirma. Asimismo tiene algo claro: “Los usuarios de la música en directo no creo que la abandonen por escucharla de otra manera”.
Chevi Martínez tampoco lo ve como una barrera para los conciertos en vivo: “La gente está saturada de tantos canales para acceder a la música y ya no le da tanta importancia a obtener contenidos. El interés de la gente se desvía hacia otra forma de disfrutar de la música: el directo”, asegura. “Por mucho que oigas música en Spotify, no es comparable con asistir a un concierto en directo”, concluye.
Ramoneda ve un punto optimista en la irrupción de las nuevas tecnologías y en esta “nueva cultura que estamos viviendo”, ya que generan una mayor difusión. “Es bueno que la gente pueda acceder más libremente a escuchar música”, explica el vicepresidente de APM, debido a que si la gente escucha más música “genera más interés por poder vivirlo en directo”. “Vivirlo en vivo es como una culminación”, añade. Prueba de ello puede ser el regreso de grandes citas de la música internacional, que han impulsado la industria y un incremento en la facturación en un 14,7% respecto a 2015 -pasando de 194,6 millones de euros a los 223'2 mencionados-.
Y es que, Artistas de la talla del boss Bruce Springsteen & The E'Street Band reunieron a 160.000 espectadores en tres conciertos en Barcelona, San Sebastián y Madrid. Coldplay contó con 110.000 y The Red Hot Chili Peppers con 66.000. Un factor que afecta muy positivamente a que la música en vivo siga siendo de gran interés.
Los melómanos que disfrutan cada noche del sonido de los acordes de una guitarra en directo o de la voz rota o rasgada de su artista y lo hacen en una pequeña sala pueden disfrutar de algo que queda lejos de cualquier otra forma de consumir música: complicidad. "Son espacios privilegiados, la conexión es directa", dice Ramoneda. Negro cuenta que en el Harlem tocan músicos que también tocan en grandes escenarios y todos coinciden en una cosa: "A veces es mucho más complicado actuar en un club pequeño que en grandes escenarios con luces y música". ¿La razón? "Tienes a gente a metro y medio, si no haces las cosas bien lo percibes porque la gente se aburre y se va -añade- la complicidad es esencial". "El momento del directo es mágico, jamás habrá nada como vivir la música en directo", concluye Ramoneda.