Nadie que conozca la vida de Nick Cave puede ignorar el peso que las drogas han tenido en su vida, pero hace años que se escapó de ese despeñadero, de modo que, en su caso, es legítimo reconvertir el viejo eslogan en este otro: “Sexo, postales religiosas y rock and roll’. Especialmente, después de ver la colección de imágenes personales recogidas en Más extraño que la bondad (Sexto Piso), editado en castellano hace unos meses.
Por las páginas de este libro, concebido como un verdadero artefacto destinado a fans entregados a la causa de Cave, desfilan fotografías personales de distintos momentos de su vida, un gran número de textos manuscritos, sobre todo de sus canciones, y multitud de objetos. Entre ellos destacan los dibujos eróticos realizados por el cantante -acumula miles de garabatos con imágenes femeninas desnudas- y, sobre todo, una impactante colección de postales religiosas y figuras de devoción. En algunos casos conservadas tal cual y, en otros, alteradas con la incorporación de elementos como mechones de pelo o sangre.
Era bien conocido el interés del cantante por la religión, como mínimo desde que en 1998 participara en un novedoso proyecto editorial que consistía en recuperar para el mundo profano algunos de los más relevantes textos sagrados de la Biblia, pero era mucho menos sabido su interés por las imágenes religiosas, por esas postales de devoción denigradas por el protestantismo. Más de una veintena se recogen en el libro, convirtiéndose en uno de los temas gráficos con más presencia y de mayor peso.
Pero también aparecen en este almacén virtual de la memoria del cantante una estatua de Cristo en porcelana, que su amiga Victoria Clarke le regaló con motivo de su 40 cumpleaños. Desde entonces (hace ya casi 30 años) lo tiene junto a su cama como una forma de protección. Pero no es el único Jesucristo de su colección. Entre sus objetos más singulares figura también un busto de Jesús tallado en mármol que encontró en un mercadillo callejero de Buenos Aires durante una gira. Ninguna de las dos imágenes parece excepcional desde el punto de vista artístico, de modo que es legítimo pensar que en su decisión de conservarlas tanto tiempo prima su significación religiosa y su uso devocional. Por mucho que pueda sorprender en una estrella del rock.
“Cristo me hablaba a través de su aislamiento, a través de la carga de su muerte, a través de su rabia contra lo cotidiano y prosaico, a través de su tristeza”, dejó escrito Nick Cave. Su yo de hoy, algo menos instalado en la rabia que el de entonces, matizaría la afirmación, pero sin dejar de reconocerse en ella.
Sexo y religión, inseparables
Otro de los objetos impactantes que recoge Más extraño que la bondad es un dibujo expresionista de su primera novia relevante, Anita Lane, coautora de algunos de sus primeros temas, entre ellos el que da nombre al libro. El dibujo, titulado ‘El cuerno de la abundancia’ muestra a un Cave de cuerpo rojo y cabello azul, cuyo gesto ante el micrófono refleja a la perfección esa actitud rabiosa y enfurecida que fue seña de identidad del cantante sobre el escenario durante mucho tiempo, empeñado en dejar constancia de los tormentos del mundo. Anita Lane, que no guarda buen recuerdo de su relación con el cantante, describió de modo muy gráfico la tendencia de Cave a cargar sobre sus espaldas con los males del mundo y contarlo como una personalidad a medio camino entre poeta y predicador: “Si a Nick lo atropellara un autobús, se sentiría obligado a escribir sobre ello con su sangre antes de morir”, afirmaba Anita Lane.
Dos temas predominan: la imagen de la Virgen con el niño en su pecho, y la Pietá, la Virgen sujetando a Cristo muerto
La mención a la sangre no es una exageración, aunque pueda parecerlo, pues el libro que nos ocupa recoge algunas muestras de textos escritos con la sangre del cantante, fundamentalmente correspondientes a mediados de la década de los 80, durante su estancia en Berlín. El propio Cave lo explica: “Cuando eres un usuario de drogas intravenosas, la sangre desempeña un papel muy importante en tu vida”. Más allá de la confesión de extoxicómano, esa práctica daba forma a una metáfora muy literal de su propia vida artística pues, durante un tiempo, compuso sus obras con la ‘sangre’ de una entrega y sufrimientos personales muy marcados. Aunque también, como en sus últimos discos, podía tratarse de la sangre de su hijo muerto Arthur, junto a la de su desolación y desesperanza paternal. Para bien o para mal, forzado o voluntariamente, Cave escribe su música con sangre.
Más extraño que la bondad es un libro peculiar por el que sobrevuela, de forma tácita o explícita, el drama de esa muerte, y de la más reciente de su hijo Jethro. No quiere limitarse a ellas, pero su presencia es inevitable. El breve texto escrito por el cantante, ‘Una historia destrozada’, parece referirse sobre todo a la primera y explica cómo ese drama inesperado le provocó un estallido interior que le rompió en pedazos. Pero también da cuenta del proceso que le permitió recomponerse con un yo diferente al de antes. Significativamente, el hombre individualista dio paso a otro consciente de que la vida es un viaje en común.
“Te has reconstruido. Pero eres diferente. Te has convertido en un nosotros, y nosotros somos todos los demás: una inmensa comunidad con un potencial impresionante que sostiene el cielo en lo alto con nuestro sufrimiento, que mantiene las estrellas en su lugar con nuestra ilimitada alegría, que sitúa a la luna al alcance de nuestra gratitud y nos coloca en el lugar de lo divino. Juntos, renacemos”, explica Cave, convertido en capitán de una legión de humanos golpeados que buscan trascender el dolor.
Quizás por ello la religión y lo religioso están por todas partes. El texto más largo del libro es un ensayo de Darcey Steinke ‘Dios está en casa’ que desarrolla esta dimensión con gran detalle. La ensayista vincula a Cave con eso que Albert Camus describió como “la extraña religión de Faulkner”, una religión de lo ‘humano demasiado humano’ que otorgaba a burdeles y prisiones la dignidad característica de los claustros. Cave se mueve también por ahí, en busca de una definición “más amplia” de lo humano “que incluya las caídas, la falta de completud, cierto deterioro y empobrecimiento del alma”. La capacidad de redención es proporcional al dolor y el drama de la existencia, y la oscuridad puede ser un requisito para que aparezca la luz.
En una reciente entrevista, concedida tras el mazazo que supuso para el artista la muerte de su hijo Arthur, ofrecía una dimensión más calmada de lo religioso, menos poseída por la furia. “Tengo un temperamento religioso nato. Empezó de niño, pero es una experiencia que va creciendo. La idea de creer me seduce cada vez más”, explicó a Sean O’Hagan. “No me llamo cristiano porque la palabra me hace sentir atrapado, pero voy a la Iglesia, rezo, practico el perdón, tiendo a pensar que la gente es buena”. A continuación, confesaba que “la duda se cierne sobre todo” y que la relación entre dogma y duda es circular, con sus idas, vueltas y vacilaciones. Pero “estoy haciendo intentos”, reconocía.
Buena parte del libro Más extraño que la bondad da vueltas, en cierto modo sobre estas cuestiones. Lo que nos lleva a volver sobre esas inesperadas postales religiosas. Unas postales guardadas en forma de libro, junto a otras ilustraciones o materiales impresos, en una heterodoxa convivencia en la que, por ejemplo, un dibujo personal de un Cristo crucificado con alas tiene como pareja de baile, en la página siguiente, dos fotos eróticas de mujeres con sus voluptuosos pechos desnudos y al descubierto. Sexo y religión unidos en una mixtura que para el cantante canadiense es la mixtura de la propia vida.
Las imágenes religiosas que ‘encuaderna’ en sus libros proceden de libros de arte hallados en librerías de segunda mano y de las que son recortadas. Dos temas predominan sobre los demás: la imagen de la Virgen con el niño en su pecho, y la Pietá, la Virgen sujetando a Cristo muerto. Cuando le preguntaron por ello, Cave explicó: “Para mí la imagen de la madre con el niño y la de la madre llorando la muerte de Cristo enmarcan la historia: la concepción del mundo y su destrucción final. Es la muerte del mundo”. Una muerte que lo rompe todo en pedazos, pero que, al tiempo, puede permitir que todo se recomponga de otro modo.