El mundo cambió en 1945 con la derrota de las potencias del Eje en un estruendoso final nuclear. En la nueva era que estaba naciendo dos grandes imperios con dos cosmovisiones antagónicas se medirían frente a frente durante los siguientes decenios, teniéndose como vecinos puerta con puerta en ciudades como Berlín. La desconfianza que suponía esta nueva convivencia llevó a escenarios de persecución política, espionaje y represión del supuesto enemigo en el que sucumbieron miles de personas inocentes.
“Ahora no hay bombas, ni movilización de ejércitos, ni operaciones militares; a lo que nos enfrentamos es a un conflicto de competencia ideológica, económica y militar con el único fin de controlar el mundo. Las posturas están muy claras: por un lado, tenemos a Stalin y el comunismo, por el otro, el capitalismo y la democracia liderada por Estados Unidos; en el centro de todo Alemania, y más concretamente esta ciudad”, reza uno de los pasajes de la última novela de Paloma Sánchez-Garnica refiriéndose a la capital germana. Con una historia del Berlín de la Segunda Guerra Mundial, la escritora quedó finalista en el premio Planeta de 2021, ahora acaba de conseguir el galardón dotado con un millón de euros, por Victoria, una historia que aborda los primeros años del Berlín de la posguerra antes de la construcción del muro y la represión del macartismo en Estados Unidos. La novelista madrileña atiende a Vozpópuli en una entrevista.
P. ¿Qué tiene Berlín que tanto le inspira?
R. Cada rincón tiene una historia, así que es una ciudad en la que se podrían escribir cientos de miles de novelas. Cuando comencé con esta, al menos a tenerla en mente, fue después de Los últimos días en Berlín. Empecé a documentarme a principios de 2022, mientras estaba en la promoción del libro. Leí muchísimo y, a partir de ahí, fui tirando del hilo, porque mi primera intención era comprender y escribir sobre esos 15 años en los que todo se fragua la Guerra Fría desde 46 hasta la madrugada del 13 de agosto de 1961 cuando se cierran las fronteras y se levanta el muro físicamente.
P. Con la imagen posterior del muro que todos tenemos en mente, nos olvidamos que estuvieron mucho tiempo, 15 años, conviviendo juntos, o al menos sin esa separación física.
R. Es sorprendente, porque el sector soviético era más fronterizo, pero el mismo 13 de agosto 1961, cuando se levanta el muro, el día anterior y en esos meses previos, miles de personas cruzaban del sector soviético al sector occidental cada día para trabajar en empresas donde pagaban mejor y había mejores condiciones. Por eso cerraron las fronteras: en el Este se les educaba, les formaban en la universidad, pero luego iban a producir al Oeste. Mucha gente huía del sector soviético al sector occidental, desangrando la economía del Este. Esto provocó el levantamiento del muro, un muro de ‘protección antifascista’. No era un muro para evitar la entrada, sino para impedir que salieran.
También había personas que iban del Oeste al Este, transitaban de un sector a otro con cierta normalidad, y había familias que vivían en el sector occidental. Desde el 49, la ‘trizona’ se convirtió en la República Federal Alemana, y Berlín, con ciertas diferencias de carteles o monedas, continuaba siendo una ciudad donde, a pesar de economías distintas, la gente compartía el mismo idioma y convivía de forma cotidiana.
P. Prostitución, mercado negro, robo… en contextos extremos ¿se pierde cualquier escrúpulo moral?
R. Totalmente. Cuando se trata de sobrevivir, los principios morales quedan en segundo plano, no solo por la propia supervivencia, sino, sobre todo, por llevar comida, abrigo o calzado a quienes más amas. Si hay que prostituirse, te prostituyes; si hay que arriesgarse en el mercado negro, te arriesgas. La subsistencia exige dejar a un lado los escrúpulos o los principios morales; no se puede actuar con ellos cuando de subsistir se trata.
P. Una de las historias más sorprendentes que descubrirá el lector en su novela es el experimento Tuskegee (Alabama), unas pruebas médicas en las que se utilizó a 400 hombres negros como conejillos de Indias inoculándole la sífilis desde los años treinta hasta la década de 1970.
R. Este experimento fue terrible. Se realizó con 400 hombres negros y pobres a quienes no se les informó en ningún momento de que tenían sífilis; se les dijo que se les trataría por “mala sangre”. El experimento buscaba observar cómo avanzaba la sífilis en sus organismos, con todo el sufrimiento, deterioro físico y mental que eso conllevaba, además del contagio a sus esposas e hijos. Incluso cuando se aprobó el Código de Núremberg en 1947, después de los juicios a médicos nazis que hicieron experimentos atroces en los campos de concentración, el cual establecía la protección y el consentimiento de los pacientes en ensayos clínicos, esto no se aplicó en Estados Unidos a estos hombres. La investigación continuó durante cuatro décadas, hasta que un funcionario pasó la información a una periodista, quien la publicó primero en un periódico y luego en el New York Times. Esto llevó a una comisión de investigación en el Congreso, y en 1974 el experimento fue finalmente detenido. Sin embargo, no fue hasta 1992 cuando Clinton pidió perdón a los supervivientes y sus familias y se les indemnizó.
Mientras en Europa condenábamos los experimentos de los nazis, en Estados Unidos este experimento continuó, tal vez porque solo afectaba a 400 hombres, porque el país se veía a sí mismo como democrático, o porque las víctimas eran personas negras y pobres.
P. Será por haber sido los vencedores, por representar la imagen del mundo libre, pero para el gran público, creo que se ha olvidado lo terrible que fue el Macartismo
R. El fenómeno de la persecución anticomunista en EE. UU. no comienza ni termina con el senador McCarthy, aunque fue el más destacado, vehemente y manipulador en este contexto, siendo fuertemente influido por J. Edgar Hoover, quien movía los hilos detrás de esta persecución anticomunista. Aunque a menudo centramos la atención en Hollywood y las acusaciones entre guionistas, actores y productores, este tema trascendió mucho más allá de esa esfera, afectando a personas absolutamente inocentes y anónimas.
Cualquier relación pasada, por ejemplo, haber asistido a una reunión sindical o haber tenido una pareja afiliada al comunismo en su juventud, podía bastar para ser señalado como comunista. A las personas les ofrecían librarse de consecuencias si denunciaban a otros, a veces exigiéndoles hasta diez nombres, y quienes se negaban o retrasaban su respuesta enfrentaban serios problemas.
P. Le llegó hasta a Oppenheimer, el padre de la bomba atómica.
R. Sí, pero no solo figuras públicas como Oppenheimer, sino que gente corriente quedaba estigmatizada y con problemas serios para conseguir trabajo. A modo de ejemplo, se recuerda la historia de un oficial de las Fuerzas Armadas que fue expulsado del ejército al negarse a denunciar a su propio padre por leer un periódico serbio y a su hermana por ser comunista. Te excluían socialmente, tenías problemas, no solamente tú sino tu familia, porque pasabas a ser un apestado y eso le pasó a mucha gente. Esa atmósfera de presión social e injusticia generó un profundo sufrimiento en personas comunes, a menudo por envidia y rivalidades personales, algo que marcó profundamente a la sociedad.
P. En una entrevista comparó las políticas de cancelación actuales con el macartismo
R. Al final, se trata de señalar a quien es diferente; el miedo a la diferencia y la inseguridad son el origen de la intolerancia y el fundamentalismo, y también lo que justifica la violencia contra quien piensa distinto. Esto ha ocurrido en distintos lugares y épocas, aunque los grupos cambian: a veces son judíos, otras negros, inmigrantes o comunistas, y otras, simplemente, quienes no están de acuerdo. La postura es que, si no estás a favor, estás en contra, lo que genera un miedo profundo incluso a expresarse.
Este fenómeno se vio en el macartismo, donde el silencio predominaba. Las herramientas para manipular cambian: en el pasado, los nazis usaban la radio para influir y programar mentes; hoy, el medio son las redes sociales. Es el mismo fenómeno, adaptado a nuestros tiempos.
P. Acaba de hablar de señalamiento a colectivos a lo largo de la historia, a judíos, a homosexuales a negros, y en Estados Unidos acaba de ganar alguien que señala abiertamente a la inmigración.
R. Sí, es uno de los mayores males actuales. Buscar un enemigo incierto para echarle la culpa de todos los males que tú eres incapaz de resolver. Es una forma de hacer política que lo aceptan la mayoría de los estadounidenses. Es una forma de crear pánico, durante el Macartismo se creó pánico al comunismo, a los espías comunistas, porque era la amenaza contra el estado de bienestar de Estados Unidos, crearon el miedo de que les iban a quitar sus casas, sus coches... Con ese miedo jugaron manejaron y manipularon a la sociedad estadounidense. Y ahora estamos en la mismo, a quién mejor que al que viene de fuera que no se puede defender, y poderle culpar de la delincuencia, de la falta de trabajo...
P. En su novela, vemos la represión de la Unión Soviética, vemos el gulag, y ahora tenemos una Rusia que invade, envenena, reprime a su población...
R. Es que Putin es una mezcla rara entre un zar, Stalin, populismo... Un egocentrista que maneja el miedo y quien está en contra de él lo paga. Es el peligro que tenemos. Putin en un lado, Trump en otro y Europa en el medio, no son buenas noticias.
P. Su novela comienza en el Berlín de la posguerra, claramente el final e inicio de un nuevo mundo. ¿Estamos ahora en el inicio de una nueva era?
R. Tengo la sensación como ciudadana de que en el mundo occidental estamos en un momento crítico de ruptura de ciclo que puede romper lo que hemos tenido hasta ahora, no sé si para bien o para mal. Yo me considero humanista y creo en la capacidad del ser humano de transformar la historia y la sociedad. Creo que en una democracia con todas sus complejidades e imperfecciones es posible cambiar las cosas, en una dictadura no.
P. Dice que la literatura es una forma de explicar el mundo, refleja dos momentos y lugares de injusticias y de represión, ¿dónde localizaría una novela del presente que refleje lo mismo?
R. Me gusta la actualidad, aunque me resulta difícil porque no creo tener la capacidad de analizar con objetividad lo que sucede en nuestro mundo. Para mí, es más fácil, cómodo y analítico asomarme a la ventana del pasado. Prefiero no involucrarme directamente, pues creo que la ficción debe centrarse en los personajes.
P. ¿Cómo cambia la vida haber ganado el Planeta?
R. Bueno, no cambia la vida. Cambia el ritmo ahora por una temporada, ahora, por ejemplo, de aquí a Navidad, la agenda se va llenando cada vez más. Aun así, lo vivo con agradecimiento y tratando de disfrutar, a pesar del cansancio, y siempre me digo: ya descansaré más adelante. Este premio es especial; se presentaron 1.068 novelas, incluida la de Beatriz y la mía. Cada una de esas novelas tiene detrás a autores y autoras que pusieron esfuerzo, empeño e ilusión en cada página. Haber llegado yo hasta aquí me hace sentir profundamente agradecida.
P. ¿Tiene en mente ya otra novela?
R. Tengo, porque como terminé en mayo, ya todo el verano he estado pensando en otra historia, pero hasta el mes de enero no puedo ni pensar. Voy acumulando libros, películas y documentales, espero en enero entrar a saco en ella.
P. ¿La ciudad de Berlín tiene espacio para otra historia?
R. Yo nunca digo de este agua no beberé. Por ejemplo, los años 20 de Berlín son absolutamente fascinantes, pero no creo, aunque no lo sé, porque luego me pongo a escribir y me si me sale Berlín... yo no lo rechazo nunca. Es una ciudad fetiche para mí, Berlín me ha traído muchas alegrías desde La sospecha de Sofía.