Cultura

Netflix da voz al Pequeño Nicolás: "He visto sobres y he pasado sobres"

(P)ícaro ofrece el testimonio del joven que puso en jaque al Gobierno y que se codeó con el poder

El Pequeño Nicolás se convirtió en el gran pícaro de la España reciente. Un pillo, un bribón y un granuja que jugó a ser el James Bond en el CNI español, que se codeó con el máximo poder y se coló -nadie sabe cómo- en la lista de ilustres que participaron en el besamanos de la coronación de Felipe VI. Sin embargo, al igual que le ocurrió a Ícaro, sus ansias por tocar el poder terminaron con él y empezó a acumular acusaciones por estafas, falsedad documental, usurpación de funciones y otros delitos.

Francisco Nicolás Gómez Iglesias (Madrid, 1994), su nombre real, ofrece su testimonio ahora en una serie documental de Netflix compuesta por cinco capítulos en los que desgrana algunas de sus fechorías y travesuras, revela algún secreto y cuenta su versión de los hechos al más puro estilo de Mortadelo, porque su relato está más próximo al personaje de Ibáñez que al agente secreto de Ian Fleming. ¿Son faroles? ¿Acaso dice la verdad? ¿Qué hay de real y cuánto de farsa?

El protagonista de este documental habla con desparpajo, con naturalidad, tranquilo, con una pose de sobrado y relajado porque, oye, mira hasta dónde ha llegado -pensará él- con tan solo posar los pies encima de la mesa y demostrar a todo quisqui que él también mandaba. Y así, con esa imagen segura y esa actitud chulesca, demostró que uno puede llegar casi hasta donde se lo proponga, hasta ese momento en el que ya no le apeteció devolver favores y todo se volvió en su contra con su detención en 2014. O al menos esa es su versión.

Tal y como relata en (P)Ícaro, el Pequeño Nicolás era un adicto a la adrenalina y el mono de jugar a ser adulto y comprobar hasta qué punto se abrían las puertas para compartir mesa, palco o sofá con los más poderosos del país (políticos, empresarios o Casa Real) era cada vez mayor. Se convirtió en un aprendiz de lo que veía y no dudaba en acercarse a todos, como el mejor relaciones públicas de las altas esferas. "Era el puto amo", presume de sí mismo en este documental.

"He estado cerca porque he olido la mierda", afirma el Pequeño Nicolás preguntado sobre las "cloacas" del Estado

Tal y como se muestra en las imágenes de archivo que abarcan desde su más tierna infancia, todo empezó muy pronto. Aquel niño de rostro angelical y grandes ojos azules, "muy bueno y nada trasto", según asegura su madre, María del Carmen Iglesias, se crió en el barrio madrileño de Prosperidad pero estudió en un colegio de El Viso, una de las zonas más exclusivas de la capital.

En las numerosas grabaciones que atesora su familia se le ve convertido en policía o en espía, o recibiendo de regalo una corbata que había pedido cuando apenas sabía hablar. Con 14 años pidió a su madre que le acompañara a la sede del PP y a la fundación FAES, y un año más tarde organizó un acto en el que participaba José María Aznar. "En vez de irse de botellón se iba de reuniones con políticos", cuenta inocente su madre.

Preguntado por su conexión con las "cloacas" del estado, el Pequeño Nicolás afirma: "He estado cerca porque he olido la mierda que había". Y sobre su cercanía a las las tramas ilegales, asegura: "He visto sobres y he pasado sobres". Él mismo muestra la casa de El Viso en la que vivió a todo tren (servicio, piscina y más comodidades), de más de 5.000 euros mensuales de alquiler que alguien pagaba, y en la que también recibió a esos poderosos con los que se codeaba.

El pequeño Nicolás, Villarejo y otras voces

En este documental, que cuenta con Irene Dorta como autora de la investigación periodística, habla hasta el Tato: Villarejo, el perejil en todas las salsas que se jacta de no haber mantenido ningún encuentro con él porque no hay fotos; Arturo Fernández, empresario que reconoce que el Pequeño Nicolás le tomó el pelo, aunque "poco"; Marcelino Martín-Blas, investigador jefe del caso Nicolay; o Javier De la Rosa, aunque sin mostrar su rostro. No está, sin embargo, Jaime García-Lagaz, secretario de Estado de Comercio entre 2011 y 2016 y uno de los nombres con los que más se relacionó a este joven pillo.

Ego, adrenalina y poder son los motores que movían a este individuo, que fue capaz de asustar a los políticos y que describe su actividad durante aquellos años como la de un conseguidor y un nexo entre los intereses del Gobierno y el poder para, entre otros asuntos, salvar a la corona de información tóxica en los medios -se reunió con Manos Limpias, como el propio Miguel Bernad reconoce en esta serie- y contribuir al orden en la causa catalana.

Este joven astuto en el arte de sobornar asegura haberse intercambiado mensajes con el mismísimo Juan Carlos I y, tal y como muestran las imágenes de archivo, logró colarse en la lista de invitados al besamanos de la coronación de Felipe VI.

Con sabor del mejor thriller, un ritmo frenético y el suspense de las mejores películas detectivescas, para esta redactora de Vozpópuli, este documental, dirigido por Adolfo Moreno y Tomás Ocaña, pone el acento en las grietas del poder y refleja un funcionamiento casi milagroso y fortuito de las instituciones, en las que un adolescente con mucha jeta y mucha labia consiguió colarse hasta que le cazaron cuando ya había entrado hasta la cocina.

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