En la obra de Arturo Pérez-Reverte los personajes lo son todo. Esta serie lo confirma. A partir de 2016, el escritor emprendió un nuevo ciclo protagonizado por Lorenzo Falcó, un ex traficante de armas y mercenario que trabaja como espía para el aparato de inteligencia del bando nacional, en plena Guerra Civil. Un jerezano guapo, joven, elegante, chulo, mujeriego. Un hombre peligroso, leal sólo a su causa. Alguien que siempre está cazando. Una criatura revertiana al que lo mueven la aventura y la adrenalina. La novela inaugural de la saga, Falcó (Alfaguara), adquiere continuidad ahora con Eva (Alfaguara), un libro que ha llegado a las librerías esta semana y sobre el que Arturo Pérez-Reverte habla mientras callejea por el Zoco de Tánger, la ciudad donde se desarrolla esta historia.
Arturo Pérez-Reverte habla de su nueva novela 'Eva', la segunda entrega de la saga de Falcó. Lo hace mientras callejea por el Zoco chino de Tánger, la ciudad donde se desarrolla esta historia
Eva arranca en marzo de 1937. Pocos meses tras el estallido la Guerra Civil, Lorenzo Falcó recibe una nueva misión que lo llevará hasta Marruecos. Debe traer de vuelta a España el oro escondido en un barco que los republicanos han fondeado en el puerto de Tánger, y que ha de partir rumbo a Odessa. Falcó puede hacerlo de dos formas. Por las buenas, convenciendo a su capitán a que cambie de bando; o por las malas, hundiéndolo a él junto a su barco, al Mount Castle. En la bocana del puerto un destructor de los nacionales, el Martín Álvarez, espera el plazo para atacar. La situación no sería tan complicada de no ser por un detalle. Un personaje viaja a bordo del Mount Castle para asegurar que el cargamento llegue a Rusia. Nada más y nada menos que Eva Neretva, la espía soviética de la primera entrega. Uno de los pocos seres capaz de sostener un pulso con Falcó. Y ganárselo, además.
La contraparte femenina le añade fibra a al volumen inicial. El lector de Falcó, la primera entrega, sabe que entre el jerezano y la espía las cosas no están en paz. En absoluto. En ellos, el combate y el sexo se igualan. Ocurre una lucha en la que igual se encajan puñetazos como las erecciones. Si él pega, ella lo hará más fuerte. Y el asunto es literal. Ésta, por supuesto, no es una novela políticamente correcta. Ni Pérez-Reverte lo pretende. "Quienes me acusan de machista es porque no han leído mis novelas. Eva es una feminista de verdad. En su comportamiento, en su ideología, en su actitud, en su pelea. No es un invento literario, existen mujeres así", explica. Y ése es justo el razonamiento que mueve a ambos personajes. Falcó, un hombre sin moral y Eva, una militante comunista convencida, a la que no le tiembla el pulso a la hora de defender en lo que cree. El mundo, ya ves, es complejo. La guerra también, añade el escritor, rumbo al mercado grande que separa la vieja ciudad de la nueva y da acceso a la medina, la zona más antigua de Tánger. Mientras habla, Pérez-Reverte atraviesa covachas morunas de cuero, baja por las mercerías y bazares. Hay ruido de motocicletas. Zumban los motocarros cargados de pan.
"Quienes me acusan de machista es porque no han leído mis novelas. Eva es una feminista de verdad. En su comportamiento, en su ideología, en su actitud, en su pelea"
A lo largo de los 16 capítulos de Eva, Arturo Pérez-Reverte retrata el Tánger de los años treinta del siglo XX. Ese lugar en el que mandan las grandes potencias, por la que pululan los rufianes y los espías y se respira el aire turbio de las fronteras. Ahí, Lorenzo Falcó se mueve a sus anchas, eso sí: con la Browning FN, en el cinto. "Tánger está elegido deliberadamente: un lugar en el que el poder es corrupto y todos pueden comprar, sobornar. Podría haber elegido Argelia u otro sitio, pero Tánger me parecía perfecto", asegura el novelista mientras se mueve por los pasillos del Hotel Continental, ubicado justo frente al puerto y donde se desarrolla buena parte de la acción. Este no es un sitio cualquiera. Se trata de un hotel emblemático, con la elegancia crepuscular de finales del XIX. Un lugar que fascinó a Paul Bowles, la generación Beat o Bertolucci. "Antes de ellos, Tánger ya era Tánger. Una ciudad fascinante. Tenía un estatus internacional, daba lugar a comercio, trafico de armas, mujeres, estupefacientes", cuenta Arturo Pérez-Reverte.
Así como la ciudad, los barcos son personajes potentes en esta novela; tanto como quienes los comandan. En particular dos: Fernando Quirós, el capitán de la marina mercante al mando del Mount Castle, embarcación al servicio de la República, y el marino de guerra y capitán de fragata Manuel Navia, comandante del Martín Álvarez, el barco destructor que tiene la orden de hundirlo. Los capitanes, como sus marinos, son capaces de aparcar sus diferencias, incluso en las circunstancias más bestias, incluida una paliza a unos ingleses que los llaman a todos sucios españoles, en el cabaret de Hamruch. "En una guerra tan sucia me interesaba marcar ciertos valores de lealtad, de respeto. Por eso elegí los marinos, porque tienen códigos. Eso los une todavía más. Yo escribo sobre esos valores que nos han quitado: la lealtad, la dignidad y el orgullo. Cosas que no se pueden fingir ni comprar".
Al hablar de Eva, Arturo Pérez-Reverte insiste en una idea que ya había explicado en la primera entrega: esta no es una novela sobre la contienda española. Esta saga retrata el mundo y la Europa de entreguerras. Un tiempo en el que todo está a punto de venirse abajo. Acaso por eso nadie sale ileso en este retrato de conjunto. En sus páginas, y a través de la ficción, se recrean desde el uso que hicieron algunos representantes de la República del oro, entre ellos Negrín -"lo comprobé, revisando la documentación", aclara el novelista-, hasta a lo que están dispuestos algunos para sobrevivir, como sea, a una guerra. La ocasión resulta propicia a Pérez-Reverte para levantar un mundo en el que todos son capaces de cualquier cosa. Ya sea morir o matar. El resultado final, acaso el poso en el que, al menos en el caso de Pérez-Reverte, biografía y literatura se unen.
Lorenzo Falcó resume los claroscuros del ser humano que Arturo Pérez-Reverte conoció como reportero de guerra durante 21 años
"Escribo con mi propia vida, con mis recuerdos, mis amigos, mis odios. Todo eso está ahí. Es una gran ventaja: las cosas que escribo las he vivido. Sé cómo huele el miedo, porque huele. No es una figura literaria. Sé cómo huele un tipo cuando lo han torturado". Arturo Pérez-Reverte avanza a través del mercado de Tánger. De los puestos cuelgan vísceras, casquería para la venta, piernas de cerdo, pescado recién traído del puerto. Revolotean las moscas. Huele a canela y clavo. Lorenzo Falcó resume los claroscuros del ser humano que Arturo Pérez-Reverte conoció como reportero de guerra durante 21 años, desde 1973 hasta 1994. En ese tiempo, cubrió más de dieciocho conflictos en El Salvador, Nicaragua, Sudán, Mozambique, Las Malvinas, Los Balcanes e Irak. Hay transfusión de esas trincheras en la musculatura del personaje de esta saga.
En las páginas de Eva, el escritor y académico carga con más acción, humor e ironía. Diálogos directos, magros. Percutidos. Regresan personajes de la primera entrega, desde el Almirante, con quien Falcó tiene una relación casi de padre e hijo, hasta el oscuro Lisardo Queralt. Ganan peso personajes secundarios como Paquito Araña, un asesino a sueldo capaz de pintarse las uñas antes de torturar a un prisionero, o Moira Nikolaos, una griega, de Esmirna, a la que Falcó conoció cuando la vio subir a una barcaza de refugiados durante el asedio turco a esa ciudad y que vendrá a recordarle quién es él y qué ha sido a lo largo de estos años. ¿Ya era acelerado el mundo que gira alrededor de este hombre? Sí, lo era. Pues en Eva irá a más. Un libro que delata lo bien que se lo está pasando el novelista con esta serie, de la que, asegura, le quedan todavía -al menos- tres entregas más. De momento, una cosa tiene clara sobre el destino de su personaje: "Falcó se jubilará en Buenos Aires. Tomará una habitación en el Hotel Albear,y envejecerá en la Recoleta", dice, sentado ante la mesa del restaurante Hamadi, en la rue de la Kasbah. Podría sonar, de fondo, el Mon legionaire de Edith Piaf que resuena en el Hambruch. Pero no. En realidad suena el Ya Musthapa. también el tintineo de platos colmados de cous cous y botellas a medio beber de Casablanca.