Cultura

Pierre Bourdieu contra las esferas invisibles

El gran novelista Herman Melville acuñó la expresión ‘esferas invisibles’ para referirse a los mecanismos malvados que operan en la sociedad, sin que todo el mundo sea capaz de percibirlos.

  • Retrato de Pierre Félix Bourdieu -

El gran novelista Herman Melville acuñó la expresión ‘esferas invisibles’ para referirse a los mecanismos malvados que operan en la sociedad, sin que todo el mundo sea capaz de percibirlos. “Aunque en muchos de sus aspectos este mundo visible parece formado por amor, las esferas invisibles se formaron por terror”, explicaba. Algo parecido propone el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), último gran clásico de la disciplina, que dedicó su carrera a descifrar estructuras sociales ocultas, sobre todo las referidas a la dominación simbólica. “Con Bourdieu o contra Bourdieu continua dialogando toda la sociología que se hace en estos tiempos y su presencia es tan abrumadora que nadie que se dedique al oficio de sociólogo puede puede quedar al margen de su vocabulario, sus enfoques, y sus estrategias de conocimiento”, afirma Luis Enrique Alonso, doctor en economía y catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Él ha sido el editor de un volumen colectivo titulado Siempre nos quedará Bourdieu (Ediciones CBA), un potente acercamiento al legado del protagonista.

El capítulo más rotundo, en opinión de este reseñista de Vozpópuli, es el que cierra el volumen, y viene firmado por María Requena-i-Mora, doctora en Sociología especializada en investigación cualitativa del mundo agrario. Defiende que resulta más ecologista la vida de un campesino pobre y mayor, reacio a cambiar de móvil e inserto en las tradiciones rurales de su zona, que la de un joven profesional hiperconcienciado, que cumple todas las reglas del reciclaje y es asiduo a la sección de productos 'bio' del supermercado. El concepto de habitus, central en Bourdieu, tiene utilidad para descifrar nuestras disfunciones pseudoecologistas. Más que las acciones individuales, pesan las formas de habitar el mundo, soberanas o sumisas aspecto a la sociedad de consumo.

Escuchen estos testimonios a pie de calle: “Lo llevas dentro, ¿sabes? La gente que vivimos aquí no somos conscientes…Creo que, si vas preguntando, poca gente te dirá que es ecologista, ¿vale? Porque creo que casi nadie lo es. Pero, en cambio, hacemos como si lo fuésemos, ¿sabes? Lo haces porque lo has vivido siempre” afirma un técnico de ayuntamiento rural. Son más importantes las tradiciones colectivas que las arengas del ecologista ‘woke’ del siglo XXI . “Hay no se qué carta sostenible o no se qué…A mí me da la risa porque todo eso nosotros ya lo sabemos: si esto se ha hecho siempre, ya existe…”, añade un pescador del Delta del Ebro.

Bourdieu y la defensa del amor

Otro artículo que da qué pensar es el de la periodista argentina Cecilia Flaschsland, que analiza la figura de Eva Perón a través del ensayo La dominación masculina. Sabe que su apuesta es polémica, ya que Bourdieu “omite muchas de las ideas del feminismo y no ofrece una representación idealizada de las mujeres”. La tesis de sociólogo es que parte de la dominación machista es posible gracias a la complicidad femenina. En un famoso documental sobre su vida, La sociología es un deporte de combate, una periodista española le pregunta a Bourdieu si él también es machista. “Puesto que el machismo es una estructura, no puedo no serlo”, responde. Además, Bourdieu no compra en absoluto la idea del amor romántico como esclavitud, sino más bien lo considera una ‘tregua milagrosa’ dentro de las crecientes tensiones entre géneros.

Bourdieu se niega a ceder ante las posturas posmodernas que pregonan que los dualismos (de género, de clase) podían superarse a través de intervenciones performáticas, de juegos de lenguaje, de giros subjetivos

El enfoque de muchos de sus ensayos es el mismo: “por qué olvidamos las condiciones de nuestra propia dominación, por qué ‘ayudamos’ a reproducirla”, resume Flaschsland. Coloca en el centro otro concepto clave: la violencia simbólica, sobre cómo cedemos al poder en los diversos espacios de nuestra vida cotidiana. “Tal vez las condiciones políticas bajo las que escribe, en los años noventa -caída del comunismo, confianza en el supuesto ‘fin de la historia’ y de las ideologías, dominación neoliberal- lo impulsan a aferrase a la fuerza de la estructura, no para menospreciar la lucha de los oprimidxs, sino para no ceder antes ciertas posturas posmodernas (algunas dentro del feminismo) que pregonan que los dualismos (de género, de clase) podían superarse a través de intervenciones performáticas, de juegos de lenguaje, de giros subjetivos. El francés es lapidario frente a esto: no alcanza con ser drag queens para burlar la dominación masculina, sino que hay que transformar las instituciones”, aclara.

Un ejemplo es cómo la potencia del partido peronista femenino, fundado por Evita, tenía que ver con su apuesta plebeya. Por ejemplo, la regla que impedía a las mujeres de diputados o gobernadores inscribirse en la organización. Evita, hija ilegítima, tuvo una experiencia formativa a los siete años en el trance de lograr entrar al velatorio de su padre, a pesar de los impedimentos y censuras de la familia legal. Esto marcó su carácter y le hizo llevar con naturalidad episodios que a otra la hubieran hundido: “A tal punto la odiaban que, años después, cuando ya era la esposa del presidente Perón, la pareja iba a concurrir a una vela de gala en el Teatro Colón, el más pituco de Buenos Aires. Las familias ‘poderosas’ habían garantizado su concurrencia, pero en lugar de ir, enviaron a la servidumbre luciendo los trajes de lujo de los patrones y ocupando los palcos preferenciales”, recuerda Flaschsland. Se trata de transformar la vergüenza en construcción política, como hacía Evita en sus programas de radio. “Cuanto más pequeñas, más las quiero. La que a ustedes les parezca más insignificante, es la que está más cerca de mi corazón”, proclamaba ante miles de oyentes.

Durkheim denunciaba ya la ilusión de la transparencia como el obstáculo principal para para el conocimiento social”, recordaba Bourdieu en sus clases parisinas de comienzos de los ochenta. Toda su obra fue un esfuerzo por identificar las estructuras simbólicas y de consumo que minan nuestro poder social. No hay que inscribirle en la cuestionable categoría conocida como french theory, tan del gusto de los campus estadounidenses de la clase dominante, sino insistir en que Bourdieu propone “un robusto planteamiento de articulación entre lo material y lo simbólico, entre lo cultural y lo productivo”, subraya Luis Enrique Alonso. 'Lo material' y 'lo simbólico': dos trincheras que siempre terminan por encontrarse.

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