Una de las peculiaridades culturales de España en 2019 es que apenas hay artistas que tengan la condición de migrantes o de hijos y nietos de migrantes. Suena extraño, especialmente en la música, que es el arte más sociable. Los años noventa trajeron las primeras grandes oleadas migratorias, pero no han creado escenas artísticas propias como sí ocurrió en otras megaurbes europeas, sobre todo París y Londres. Una de las escasas excepciones españolas es Chenta Tsai Tseng (Taiwán, 1991), más conocido como Putochinomaricón, cuyas desafiantes canciones tecno-pop se han hecho un hueco en nuestra música popular. Ha editado ya dos discos y un libro sobre la experiencia de crecer en España, ‘Arroz tres delicias. Sexo, raza y género’ (2019). Con un estilo claro y lleno de ejemplos, el texto podría estudiarse en los institutos para ayudar a los alumnos con problemas de adaptación.
Estamos ante un moderno ’antimoderno’, condición contradictoria que alimenta sus canciones. Por ejemplo, la caústica “Tu no eres activista” y también “Ojalá (te mueras)”, que arranca con la frase “Sí, sí, me jode ver tu puta cara en Lavapiés”. Este barrio madrileño, conocido por su activismo y ebullición artística, fue escogido el “más cool del mundo” en 2018 por la revista Time Out. ¿Qué opina Chenta de este premio? “En mis canciones también me río de mí mismo. Soy consciente de que mi círculo social y yo también somos responsables de la gentrificación. La verdad es que te encuentras siempre a la misma gente en los mismos bares del barrio. Nos hemos convertido en una autoparodia de la modernidad. Me duele en el alma que escojan Lavapiés como el barrio más ‘cool’ del mundo. Eso solo puede hacerlo alguien que desconozca las redadas policiales, los problemas que implica el modelo Airbnb y los episodios de desahucios. Lavapiés es el escenario de muchas de mis letras, pero tengo claro que incluso mis críticas contribuyen a que se esté convirtiendo en lo que es”, admite.
"Prefiero no hacer declaraciones generales sobre racismo en España porque no es lo mismo un asiático de clase media que una persona negra que llega en patera sin papeles”, señala
Chenta se planteó Putochinomaricón como algo espontáneo y efímero, pero tuvo tanto éxito que decidió prolongar el proyecto. “Mis dos primeros discos fueron explorar el terreno y espero encontrar mi propuesta en el tercero, que lo mismo es un álbum largo de psicodelia. Cuando entras en el bucle de lanzamientos y festivales, te quedas sin tiempo para el descanso y la reflexión. Me gustaría tomarme un año para aprender de nuevo”, confiesa. Su último lanzamiento, ‘Miseria humana’ (Elegante,2019), tiene algo de broma desafiante. “Hasta ahora he estado probando cosas distintas, desde una base ‘trap’ hasta baladas en plan Enrique Iglesias. El nexo es que son canciones modulables, que duran un minuto pero sobre un escenario pueden alargarse todo lo que yo quiera. Tiene que ver con una crítica a la manera en que se organiza el negocio pop: en los festivales firmas contratos por minutos y mi generación no aguanta más que dos versos y un estribillo. Todo es demasiado acelerado. Cada vez se presta menos atención a la música”, lamenta.
Hipocresía cultural
Lo más llamativo de hablar con él en persona es la diferencia con su personaje. Putochinomaricón es cáustico y lleno de confianza, mientras Chenta parece introvertido y poco propenso al conflicto. Por ejemplo, cuando le pregunto por el racismo en España. “Prefiero no hacer declaraciones generales sobre este asunto porque no es lo mismo un asiático de clase media como yo que una persona negra que llega en patera sin papeles”, señala. Cuando apago la grabadora, me cuenta conflictos de conciencia que ha tenido ante ofertas de marcas, festivales y otros proyectos audiovisuales. “Me proponen cosas diciendo que comparten mis valores pero está claro que algunos buscan lavar su imagen apostando por un artista asiático que no es sexualmente normativo. O te llaman para participar en un fiesta donde se exotiza y fetichiza a los orientales, tirando de todos los estereotipos. Soy de esas personas que no comprenden que un festival de cine LGTBI que dedica su última edición a Asia tenga un director heterosexual y ningún asiático en su equipo”, señala.
No está del todo cómodo en la industria cultural, pero “agradece el apoyo de tantos festivales que me están llamando para tocar”. Su manager ya no se sorprende cuando rechaza lucrativas propuestas de empresas para participar en campañas. “No me creo por encima de nadie, solo estoy aprendiendo a manejar mi carrera. En realidad, me veo como un artista de ‘performance’ que siente que los espacios donde se realiza su trabajo, los clubes y festivales, son todavía demasiados normativos como para desarrollar por completo mi propuesta”, explica.
Admira a una nueva generación de artista “racializados” y ”disidentes sexuales” como Megane Mercury, Vicious y Navxja. Le gustaría que se articulase un plataforma donde pudieran darse apoyo mutuo y cuidar unos de otros. En alguno de sus conciertos, ha usado las invitaciones y los vales de copas para incluir a “sin papeles” que de otro modo se pueden permitir la fiesta. También ha hecho suya la propuesta del Pussy Palace (Londres) de pagar los desplazamientos en taxi a las personas trans en riesgo de sufrir agresiones por la noche. Entre los colectivos sociales de disidencia sexual que le interesa menciona a Migrantes Transgresores Ayllu. Durante toda la charla, se expresa en lenguaje inclusivo, diciendo por ejemplo "hijes" y "empoderades". "Mi impresión es que el activismo gay se centra muchas veces en el capitalismo rosa, el más rentable, olvidando otras luchas. Ahora me interesan las batallas cotidianas, desde cosas que se atreve a decir la gente por la calle solo porque no tienes su color de piel a cómo te afecta esa diferencia a la hora de establecer lazos psicoafectivos", afirma.
"En los años noventa, Avril Lavigne, Jesús Vázquez y Leticia Sabater ofrecían modelos de género distintos para los adolescentes que no tenían acceso a la contracultura", explica
Pop subversivo
En el libro abundan las referencias a fenómenos pop, desde Avril Lavigne hasta Spice Girls, pasando por la mítica publicación de los dosmiles Loka Magazine. “Es curioso cómo funciona el capitalismo. Lo que voy a decir puede sonar cínico, pero es difícil escapar a sus propuestas. También ocurre en Asia del Este con la subcultura lolita. Para los ojos occidentales, la reivindicación de lo hiperfemenino es un tipo de opresión. Mi amiga Zazi White defiende la cultura lolita y ‘kawai’, que alude a lo bonito y lo tierno. Hay estudiantes japonesas cuya forma de rebelarse ante sus profesores es usar una caligrafía muy redonda, infantil, que puede parecer cursi y que les prohíben utilizar por ser poco profesional”, señala.
La ambiguedad de los ídolos pop le ayudó a afrontar conflictos personales. “Avril Lavigne era una mujer empoderada. Tenía actitudes que hoy pueden calificarse como tóxicas, por ejemplo cierta tendencia a competir con otras chicas, pero sus canciones te ayudaban a encontrar tu espacio. También me sirvió ver cómo la protagonista la serie ‘Ellen’ salía del armario (además yo veía el programa con mi madre). Cuando eres adolescente, te pueden resultar útiles incluso figuras como Jesús Vázquez, que hoy encuentro demasiado homonormativo. Estos referentes pop ayudan mucho a personas que no están muy metidas en la contracultura, como era mi caso. Otro icono importante fue RuPaul, aunque ahora veo que tiene cosas tremendamente neoliberales. Hasta Leticia Sabater enseñaba otro tipo de feminidad”, recuerda. Chenta reza a Madonna para que el Partido Popular de Madrid no cierre la emisora municipal M21, donde tiene un programa sobre identidades sexuales, pero al mismo tiempo lamenta la participación de la diva en la final de Eurovisión en Tel Aviv, ya que rechaza la ocupación de Palestina por Israel. Estamos ante una artista en formación, que encuentra estímulo en sus contradicciones. Quizá sea el secreto de su enorme tirón pop.