Aquella noche tuvo el aspecto de un mal sueño. Una pesadilla que pilló a muchos por sorpresa, aunque un lejano rumor anunciara lo que nadie había querido ver. Donald Trump había derrotado a Hillary Clinton en la carrera por la Casa Blanca. El 8 de noviembre de 2016, el esperpéntico hombre de negocios se convirtió, formalmente, en el presidente de los Estados Unidos. Un año ha transcurrido desde entonces. Un año. En la sociedad norteamericana, una corriente de fondo parecía pedir no sólo un cambio, sino una revancha. El mundo de los Clinton no era el de una buena parte de aquel país. Ni aquel país parecía encajar con el mundo de los Clinton. Uno de los espejos donde se reflejó la cara torcida de lo que muchos llaman la América profunda, fue en las estampas ya anunciadas y abocetadas en la literatura. Ya estaba en los libros esa ‘América’ que estaba por manifestarse en la forma de algo más amenazante.
Uno de los espejos donde se reflejó la cara torcida de lo que muchos llaman la América profunda, fue en las estampas ya anunciadas y abocetadas en la literatura
Ya estaba en marcha una literatura de la era Trump. Incluso antes de la llegada del magnate al despacho oval. Una corriente de aquel río que lo empujó hasta ahí se asoma ya en las páginas de los relatos de Lorrie Moore en Gracias por la compañía (2015) o Pájaros de América (2005), esa reunión de desechados y marginados, un vertedero humano, en todas las formas posibles del paisaje americano. Ese espíritu de demolición de los años de la administración Bush aparecen también en la literatura y los personajes de George Saunders que pueblan los relatos de Diez de diciembre (2011), un volumen que se hizo con la vitola de “libro del año” según The New York Times y que gozó de las mayores alabanzas.
En los libros de Saunders, predominan los personajes horadados, apartados; hombres y mujeres que habitan universos tan hilarantes como precarios y que desfilan en los diez relatos de ese libro: presos sometidos a experimentos en una farmacéutica; niños atados a un árbol por madres desquiciadas; una familia miserable que se endeuda para decorar su jardín con una jaula de humanos; la retórica motivacional de los departamentos de recursos humanos como piedra de la peor calidad para aspirar en una vida de mierda; gente que desea cosas que no posee, ni llegará a poseer jamás; seres que pertenecen a una América rural y suburbana; una pandilla apartada, acaso detestable.
Los personajes de Lorrie Moore, Saunders y Jonathan Franzen reflajaban ya grietas que Roth y Ford retrataron en sus novelas
Ese mismo paisaje, pero acaso su versión más contratada: la América culta versus la rural es la que mostraba Jonathan Franzen en Libertad, una novela gestada en la era Bush y que el norteamericano escribió durante el primer año de gobierno de Obama, que la convirtió en uno de sus libro de cabecera. En Libertad (2010), Franzen narra la historia de Patty y Walter Berglund, un matrimonio no necesariamente ideal, pero sí bastante cercano a esa estampa: una casa de ensueño, una convivencia armoniosa, una carrera profesional sin obstáculos, una calidad de vida envidiable, estabilidad económica, unos hijos en apariencia brillantes. A lo largo de más de seiscientas páginas es posible ver cómo ese microcosmos se resquebraja en su núcleo y sus satélites a medida que se ejecuta el lento camino hacia la prosperidad desde “la América profunda” hasta el centro del poder en Washington D. C.
Desde que el buen y honesto Walter Berglund –personaje a ratos sin claroscuros- un activista medioambiental que trabaja por la conservación de una especie de ave llamada reinita cerúlea, hijo de una familia de clase media sin estudios ni recursos –como el propio Franzen- logra escalar posiciones desde Missouri hasta llegar ocupar una posición visible en la capital, Franzen intercala planos narrativos. A través capítulos intercalados es posible ver cómo la vida familiar y la propia Norteamérica se despedazan: una breve introducción en el tiempo para ubicar a los Berglund; luego el viaje en el tiempo hasta el ataque a las torres gemelas; la guerra de Afganistán y la invasión a Irak; la transformación de Patty de una madre ejemplar a una mujer imbuida en la depresión y la bebida, la degradación de Walter como hombre y activista...
La novela está salpicada, por supuesto, de los arrebatos de elitismo de Walter contra el White trash que tanto desprecia –porque una parte de sí proviene de ahí-; también contra las elites pudientes, como las familia judías adineradas como la de Patty, aplatanadas en sus fortunas y el status quo del Upper Manhattan; así como en una especie de amalgama entre la clase gobernante republicana mala malísima mala –otra vez sin claroscuros- que se enriquece con la guerra de Irak y tima a jóvenes como Joey, el hijo mayor de los Berglund, que juega el papel del hijo Republicano que ningún padre progresista querría tener y que sin embargo sirve de moraleja en un final absurdamente feliz.
La América que se significa en el nubarrón Trump flotaba pesada en el cielo de su democracia. Novelas como La conjura contra América(2005), de Philip Roth
Pero el asunto es muy anterior. La América que se significa en el nubarrón Trump flotaba pesada en el cielo de su democracia. Novelas como La conjura contra América(2005), de Philip Roth (Literatura Random House) y en la que a partir de una hipótesis histórica, Roth retrata una sociedad en clave autobiográfica a partir de su propia familia de clase media: de su padre, Hermann, vendedor de seguros y defensor del new deal; de su madre Bess; Sandy, su hermano y él de nuevo como narrador. Muchos consideraron esta novela como parte de su trilogía americana, formada por Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana. Ese retrato de conjunto arroja grietas que estallaron más tarde. El asunto, claro, es que estaban anunciadas, su trazo existía en los personajes que su literatura iluminó. Desde las fuerzas encontradas que recorren la biografía de Benjamin Sachs que levanta Paul Auster en Leviatán (1992) hasta la violencia y oscuridad que con la que Cormac McCarthy retrata a los Estados Unidos en Meridiano de sangre (1985).
El Estados Unidos de la posguerra –que se expresa en estos días también, sus muchas rencillas- convirtió en el combustible literario de Richard Ford. Y fue justamente en ese tejido cotidiano donde Ford se dedicó a crear héroes capaces de redimirse esa vida confortable de tipos comunes De ahí salió su mayor y más hermoso personaje, el que le ha permitido arrojar luces sobre una nación contradictoria: Frank Bascombe, protagonista de El periodista deportivo (Anagrama), Acción de gracias (Anagrama), El Día de la Independencia y Francamente Frank (Anagrama) , un personaje que Ford ha hecho envejecer (en el último libro tiene sesenta y ocho años) para demostrar su demolición y la que lo rodea. Él es un superviviente. Un héroe que se resiste a la soledad de Seven eleven en la que pueblan, fantasmagóricos, los personajes del siglo XX norteamericano posterior a la Generación Perdida.
La posguerra que alimentó el imaginario de Frank Bascombe hablaba de un sueño americano al que Salman Rusdhie dedica un requiem en su última novela
Tres libros recientes intentan iluminar más cerca en el tiempo los días circenses –pero no por ellos dramáticas- de la sociedad que emerge a borbotones en la era Donald Trump. El primero es Un libro de mártires americanos, de Joyce Carol Oates, un retrato demoledor de los Estados Unidos en el que Oates alterna –prácticamente enfrenta- los puntos de vista de dos familias. Una novela sobre el aborto y la pena de muerte, pero sobre todo, acerca de las contradicciones y conflictos morales de una sociedad que hoy se parece más a la versión más esperpéntica de sí misma.
La eterna caída y despedazamiento del sueño americano reaparece en la nueva novela de Salman Rushdie, La decadencia de Nerón Golden. Comparada por la crítica con novelas como El gran Gatsby, de Fitzgerald y La hoguera de las vanidades, de Wolf, y hasta la saga familiar de El padrino, La decadencia de Nerón está ambientada en los años que separan la llegada de Obama a la Casa Blanca y la irrupción de Donald Trump. Lo protagoniza Nerón Golden, un poderoso y excéntrico personaje cuya llegada a un exclusivo barrio de Nueva York concide con al aparición de un peligroso bufón de discurso fanático que entra en la cerrare electoral para convertirse en presidente de los Estados Unidos. Un réquiem, asegura la crítica, por el sueño americano.
Escrita en la clave contraria, la de los individuos y los espacios asfixiantes de la familia, Kent Haruf, nominado al National Book Award por Nosotros en la Noche, propone en La canción de la llanura una de las pocas lecturas optimistas para estos días de populismo y miseria. En la pequeña comunidad de Holt, Colorado, un profesor de instituto intenta lidiar con la depresión de su esposa y sacar adelante a sus dos hijos. A partir de una prosa sencilla, levanta un fresco humano afirmativo, que se enfoca en la grandeza de quienes luchan por sobrellevar la vida. Lo hace en el enclave típico de la geografía McCarthy, pero en el reverso de su apocalipsis.