La primera persona que me habló de Rita Indiana (Santo Domingo, 1977) fue Julián Rodríguez, el editor de Periférica que falleció hace poco más de un año. Estaba emocionado por la publicación de ‘Papi’ (2005), un cuento de hadas psicodélico donde se mezclan la edad de oro del narcotráfico, la energía desbordante de la infancia y la mitología pop ochentera. El estilo de la artista que nos ocupa es una mezcla de algarabía verbal, teoría ‘queer’ y fascinación por los ritos y los ritmos populares.
Triunfó en la música con el intenso El Juidero (2011), un disco de bachata posmoderna y otros experimentos eclécticos que ahora cumple una década. La repercusión en ambientes alternativos la dejó consumida. “Puse en ese disco todo mi ser, tanto que me cuesta escucharlo. Lo habré hecho solo unas diez veces en estos diez años”, revela. Su nuevo álbum, Mandinga Times, fue producido por Eduardo Cabrera 'Visitante', la mitad de los legendarios Calle 13. En este trabajo mantiene su amplitud de miras, como muestran las colaboraciones con Rubén Albarrán (Café Tacvuba), el reguetonero dominicano Kiko el Crazy, la cantante boricua Mima y el noruego Sakari Jäntti.
'El flaco de La Mancha' parece una canción dedicada a Don Quijote, sobre todo la parte donde menciona la “sagrada locura”. ¿Qué le interesa del personaje?
Es una canción sobre la creación y la enfermedad mental, donde el Flaco de La Mancha es una versión caribeña del Quijote. Mi barrio está lleno de adictos deambulantes y en cada uno de ellos veo a un humano ejercitando su creatividad para sobrevivir en condiciones extremas. La canción incluye ‘samples’ del poeta puertorriqueño Francisco Matos Paoli recitando su poema 'Canto de la locura'. Matos Paoli cogió cárcel y tortura por sus ideas independentistas en Puerto Rico -todavía colonia de Estados Unidos- y estuvo interno en el entonces llamado manicomio por su esquizofrenia.
"La música popular caribeña es música de resistencia, siempre, por nuestra historia, nuestra realidad socioeconómica y cultural", explica
“Pi, pi, llegaron los camiones/ para llevarse la mierda que tú llamas canciones”. ¿En qué tipo de artista o género musical piensa al cantar esa letra?
A mí me disgusta lo genérico, escucho de todo, pero no tolero lo que está hecho con un molde, en cualquier género, sea jazz, rock o reggaetón. Pasa con todo, alguien se inventa una nueva forma, unos cuantos hacen algo valioso con eso y atrás vienen los que lo convierten en comida chatarra.
El verano pasado, las protestas en Puerto Rico tuvieron un apoyo importante de músicos como Residente, Ricky Martin y Bad Bunny. En el fondo, aunque no lo parezca, recogen el testigo de artistas como Víctor Jara, Violeta Parra y Silvio Rodríguez…¿No cree?
La música popular caribeña es música de resistencia, siempre, por nuestra historia, nuestra realidad socioeconómica y cultural. Mi música busca ese cruce de cables, entretenimiento y resistencia. 'Pa’ Ayotzinapa' por su parte es una especie de homenaje a esa canción de protesta clásica de los sesenta y setenta.
'Toy en la calle' es una reivindicación del punto de vista callejero. Me gustaría saber qué significa para usted “estar en la calle”, que actitud y qué obligaciones conlleva.
En la letra cito a Mark Gonzales, un 'skateboarder' americano que es el Duchamp del 'skateboard'. Poeta, pintor y performancero, borró las líneas entre arte y deporte. Es una influencia en mi trabajo. La canción habla de una Rita de 13 años que andaba en las calles de Santo Domingo con ‘skaters’ todos varones buscando esos lugares preciosos para la patineta, escuchando metal y punk y sintiéndonos libres.
"El conflicto, la contradicción y el contraste son parte importante de lo que hago", destaca
En los últimos años, la música urbana cantada en castellano parece competir de tú a tú con la anglosajona.
No me afecta para nada porque no es algo nuevo, ya en 1999 había superventas como Ricky Martin vendía millones de copias en todo el mundo y también fenómenos como Buena Vista Social Club. Cada década trae algo caribeño al escenario global, desde Pérez Prado a Bob Marley pasando por el bolero.
'Claroscuro' reivindica la vida como un lugar de contrastes, algo que llama la atención por inusual, ya que la mayoría de canciones actuales son superpositivas o muy deprimentes.
El conflicto, la contradicción y el contraste son parte importante de lo que hago. Aquí trato la telenovela de la vida, los dramas con las amistades, cómo cambia la gente cuando a uno le va bien. Escribir novelas me ha ayudado a matizar ciertas verdades, a encontrar luz en los lugares más abyectos.
Por último, me gustaría saber qué artistas, escritores y activistas sigue con más atención actualmente.
De Paul B. Preciado me encanta su ‘approach’ orgánico a la filosofía, su valentía y su gracia. Hace poco descubrí la novela ‘Lithium for Medea’ de Kate Braverman, es una precursora del punk que convoca una luz que ciega. Tambie´n me interesa la nueva televisión experimental afroamericana, shows como el de Eric Andre, Atlanta y Random Acts of Flyness.