Como expuso Carmen G. de la Cueva en un artículo para Ctxt, muchas veces, cuando hablamos de Sally Rooney, no hablamos realmente de sus textos, sino de otra cosa: del fantasma sobre la gran escritora millennial que se ha quedado, en parte por culpa de la publicidad, en parte por la recepción entre sus lectores, obligando a toda autora millennial a ser comparada con ella y llevando todos sus libros a exitosas adaptaciones audiovisuales. Para hacer un poco compensación, y porque también yo fui víctima de esas expectativas, pensando rápidamente que el nuevo libro de Sally Rooney me iba a decepcionar —cuando me ha conmovido profundamente—, trataré de no hacer ninguna referencia ni a lo que se exigía del texto antes de que saliera ni a lo que exigía yo, y así hacer como si estuviera juzgando al texto sólo por el valor del texto en sí mismo. Ejercicio imposible. Empecemos por lo primero: Dónde estás, mundo bello, publicado por Literatura Random House y traducido por Inga Pellisa, es la tercera novela de Sally Rooney, escritora dublinesa.
Quizá lo más revelador para empezar a hablar de Dónde estás, mundo bello sea explorar sus diferencias con las dos novelas anteriores de Sally Rooney. Lo más importante no es la cuestión formal, ni el uso de correos electrónicos que han llevado a algunos a calificar la novela de novela epistolar —porque alterna capítulos con correos electrónicos entre Alice y Eileen y capítulos narrativos focalizados en cada una de ellas—, sino cuestiones de narrativa y fondo.
En Gente normal, al final de la relación —plagada de juegos y dinámicas de control y poder—, el posible ascenso social de uno a través de la invitación a un programa de posgrado de escritura creativa en Nueva York implica la separación de los dos protagonistas; viene, además, tras algunos de los momentos más violentos de la novela, sedimentando la noción de que Marianne desea —por experiencias anteriores— ser sometida por Connell, incluso a través del sufrimiento de la espera. En Conversaciones con amigos, el final continúa con el enredo de cuernos y el cuadrado amoroso presente en el texto.
¿Giro conservador?
Suponemos que el final de Dónde estás, mundo bello ha sido lo que ha llevado a algunos a decir que la novela abraza un giro conservador. Será consecuencia de lo siguiente: sus personajes, tras un año elíptico de pandemia y confinamiento —que no queda retratada en la novela, sólo mencionada—, son más felices y han encontrado algo de felicidad gracias a sus relaciones interpersonales plenas. El embarazo de un personaje es contemplado como un proyecto de futuro ilusionante, también por lo que transmite: la posibilidad de creer en la luz en medio de un mundo que, para Alice, parece reflejar el colapso de la Edad del Bronce, preparado para un fallo generalizado de todos sus sistemas.
Las fantasías sexuales tradicionalistas no implican quedar anulada en un rol de sumisión a la figura masculina
Esto no quiere decir que las relaciones amorosas de la nueva novela de Sally Rooney sean perfectas o no tengan conflictos. Una de las partes quizá más incómodas del libro consiste en numerosas escenas de sexo en las cuales asistimos a cómo una de las protagonistas aspira a interpretar el papel más tradicional posible de una mujer florero y servicial, haciendo todo lo posible para complacer al hombre que en la fantasía ocupa el lugar del marido y rellenando de conversación y texto el intercambio sexual… mezclado, en ocasiones, con mensajes como 'yes, daddy'. Es una fantasía tradicionalista, diríase que reaccionaria, pero en ningún caso es una fantasía inverosímil, y el reconocimiento de esa pulsión en el ámbito sexual no implica luego que el personaje quede anulado en un rol tradicional de sumisión a la figura masculina (que, para más inri, aunque sea un asesor político de izquierdas, es un católico igual de devoto a Dios que a su causa militante).
A través de la simplificación, el desarrollo de temáticas que ya estaban presentes en sus otros libros —las diferencias de clase y aspiracionales, las relaciones de poder en las conversaciones— aparecen de formas mejor exploradas y a veces más sutiles, con justas verbales sobre la necesidad de perfección, la dominación a través del dinero o la explotación laboral en un almacén frente a la aparente Arcadia del trabajo creativo (o incluso la diferencia de salario entre una trabajadora en una revista literaria y alguien que trabaja en ese mismo almacén). Algo fundamental, que se nota desde el primer epígrafe, es que Rooney se ha cansado de una cierta impostura de sí misma, y exhibe una fatiga —sobre todo al principio del libro— a través del personaje de Alice que enriquece el texto, haciendo constantemente de menos la posición del escritor y denigrando sistemáticamente el mundo de la fama, la gloria y los eventos literarios, llegando a afirmar Alice que toda persona que aspire a ser famosa debe tener algún tipo de enfermedad mental. Lo importante es que este impulso no viene de ningún tipo de pulsión nihilista, sino del reconocimiento, con los pies lo suficientemente en la tierra, de que la salvación viene a través del otro y no gracias a vanidades.
Construir algo bello y profundo
Sally Rooney desarrolla en Dónde estás, mundo bello toda una concepción de la escritura y la atención —como amor que va dirigido a algo— que merece la pena ser escuchada y desarrollada. Así, en palabras de Alice, y en un claro paralelismo con lo que luego será el embarazo, concibe el amor como un proceso “durante el cual las emociones vuelven una y otra vez al objeto de [su] afecto, siendo incapaz de desarrollar ningún tipo de profundidad en mi trabajo [creativo], que dejaba de tener lugar o importancia en mi vida”, y luego pasando a escribir dos novelas de seguido una vez la relación acabada. La concepción del amor como algo capaz de sobrepasar al resto de ocupaciones terrenales puede ser vista como conservadora —al impedir el desarrollo de otras ocupaciones o trabajos— o simplemente como bella, incluso considerando que ese impedir y que el hacer menos cosas es algo bello, bueno y revolucionario en sí mismo; yo prefiero la segunda opción.
Y encuentro también bellísima la descripción de Alice del trabajo creativo, de su producción de novelas: “era como si Dios hubiera puesto su mano en mi cabeza y me hubiese llenado del deseo más intenso que nunca había sentido, no deseo por otra persona, sino deseo de traer algo al mundo que nunca antes había existido”. Es ese el significado de la poiesis, que trasciende el ciclo natural de la vida humana, y que Diotima divide en tres tipos: la poiesis natural por procreación —con la consecuencia de traer al mundo un hijo—, la poiesis heroica en la polis, con la cual se participa en los asuntos de la ciudad y se adquiere la gloria —que bien podría estar ligada al trabajo político de Simon—, la poiesis en el alma cuando se cultivan la virtud y el conocimiento. Esta división tripartita de la poiesis, que hace eco a otras divisiones tripartitas, encontrará reflejo en la división que san Agustín hace de la libido en Civitas Dei: en orden, según las anteriores, Libido sentiendi, Libido dominandi y Libido sciendi. Para quienes han acusado de banal la novela de Sally Rooney, incluso con todas sus divagaciones entre marxistas y católicas, podríamos declarar al final que es una novela sobre el acto creativo o productivo —depende de si nos situamos de un lado u otro de la balanza— por excelencia, en sus distintas vertientes, sobre la poiesis; sobre cómo, en medio del colapso, el mundo bello puede crearse gracias a la interacción con los demás.