Salman Rushdie ha ganado. Con una dura factura, pero ha ganado. Contra todo pronóstico, ha logrado sobrevivir a la fatwa (sentencia de muerte) que lanzó el imán Jomeini en febrero de 1989 por la presunta blasfemia de su libro Los versos satánicos. La fatwa no era ninguna broma: Hitoshi Igarashi, el traductor al japonés de la obra de Rushdie, fue asesinado a puñaladas fuera de su casa en julio de 1991. Tras años de tensión, Rushdie sobrevivió al atentando de agosto de 2022 donde el joven Hadi Matar le dejó sin un ojo. También se puede saber que ha ganado por la forma en la que habla de su agresor, por ejemplo cuando explica en el momento en que el abogado de Matar le pidió el texto de Cuchillo antes de su publicación para preparar la defensa. "Le mandamos a paseo. Paga los 25 dólares cuando se publique y así me ayudas a pagar el alquiler", explicó en su última rueda de prensa en Madrid, el pasado mes de mayo.
Con todo el merecimiento del mundo, Rushdie se ha convertido en un símbolo contra el fanatismo religioso, aunque no s extrae de una persona especialmente perspicaz sobre el papel que juegan las religiones en nuestras sociedades. Lo admite él mismo cuando explica que pensaba que las religiones estaban condenadas a desaparecer o ser socialmente irrelevantes. “A finales de los años 70, con las revoluciones feministas y movimientos civiles emergentes, todo apuntaba a que el mundo iba a mejor. Es sorprendente porque entonces la religión no era un asunto del que se hablara: parecía imposible que volviera a primera línea de nuevo nos equivocamos”, admitió en esa misma rueda de prensa.
Durante una entrevista en Letras Libres, realizada por su director Daniel Gascón, Rushdie nos recuerda que Los versos satánicos nunca fue un libro blasfemo. “A causa de las cosas que han ocurrido en mi vida la gente presta más atención a esas cosas que a mi obra. Y así termino hablando de cuestiones como el ayatolá Jomeini, que murió en 1989, por dios. Los versos satánicos se publicó en 1988 y lo empecé a escribir en 1984: hace cuarenta años. Todavía tengo que hablar de él. Y también está el hecho de que haya sido tan incomprendido. Todo el mundo sabe que es un libro escandaloso sobre la religión, pero en realidad ni siquiera trata de la religión. Trata de Londres y de los inmigrantes. En todo caso, lo que me resulta tan difícil, y que he tenido que hacer mucho a lo largo de mi vida, es intentar dirigir la atención hacia mí como artista, no como alguien metido en un escándalo. Eso es lo más difícil”, comparte. Interesa más el Rushdie antirreligioso y símbolo de la libertad de expresión que el Rushdie artista. Es más sencillo usarle para confirmar nuestros sesgos que leerle para conocer su visión de los conflictos actuales.
Otra aclaración interesante: “Cuando la gente lee Los versos satánicos, me suele hacer dos preguntas. Una es: ¿dónde está la parte sucia? Porque no la encuentro. Y yo digo: bueno, porque no está. Y la otra cosa que me dicen es: ¡no sabía que era divertido! La gente que lo ha leído sabe que es divertido. Esas confusiones sobre cómo el libro debería ser un insulto y una blasfemia, en lugar de una novela cómica, son frustrantes. Dices el título de la novela a cualquiera y todos tienen una opinión”, explica. Gascón también se posiciona, defendiendo que “El asesino (Hadi Matar) no conoce su obra, Jomeini no había leído Los versos satánicos y la gente, además, suele tomarle por un escritor distinto al que realmente es”. Tiene toda la razón: aunque muchos de los defensores de Rushdie se declaran antiwoke, cayeron en uno de los mecanismos más distintivos del wokismo: atender a alguien no por sus méritos artísticos sino por su condición de víctima.
Cimas y clichés
Quienes se toman la molestia en leer sus libros coinciden en que estamos ante un escritor tan brillante como irregular, tan sofisticado como frívolo en muchas ocasiones. “Existe una incómoda desproporcionalidad entre el tiempo que Rushdie dedica a aquellos escritores (Ovidio, Lorca) a los que brevemente pone al servicio de sus pensamientos sobre el arte y la libertad, y el acontecimiento principal de su lucha por respirar, sentarse, caminar; sus cicatrices, su desfiguración. Sin duda, la gente debería leer este libro, y espero que lo hagan, especialmente aquellos que actualmente buscan coraje cultural; que han optado, en los últimos tiempos, por guardar silencio sobre tantas cosas. Pero debo advertirles que no es tan fácil de admirar como algunos dicen. La luz de Rushdie no se apaga, y aunque celebro esto de todo corazón en la vida, en Cuchillo trae consigo una cierta disonancia”, explica Rachel Cooke en The Guardian.
¿Dejarán algún día los medios de comunicación de atender más a su personaje que a sus libros?
Cooke también se atreve a señalar que Rushdie cae en los tópicos cuando intenta hablar de asuntos etéreos. “Un Rushdie fracasado en un momento se da cuenta de sí mismo (“La noción de que ‘Lo que no te mata te hace más fuerte’ es a la vez un cliché y una falsedad”, escribe ). El libro alcanza su mejor momento cuando es más visceral, cuando su autor lucha con lo terrenal, lo horriblemente tangible. Cuando pasa a un plano más elevado y filosófico: ‘El arte no es un lujo. Está en la esencia de nuestra humanidad y no exige ninguna protección especial excepto el derecho a existir’; ‘Siempre he creído que el amor es una fuerza, que en su forma más potente puede mover montañas’: corre peligro de convertirse en banal”, escribe en su valiente reseña.
En la reseña de la revista digital Vulture, Sanjena Sathian elogia abiertamente el libro sin dejar de señalar algunos aspectos que pecan de superficialidad. Por ejemplo: le fascina el intento de imaginar a A, el asesino al que apoda ‘el asno’, pero el autor se aburre demasiado pronto. “El resto de Cuchillo es menos preciso que el material sobre A. La palabra meditaciones en el título puede ser una defensa preventiva contra la acusación de que, como obra completa, Cuchillo es algo incipiente. Pero la falta de claridad en la misión de puede distraer la atención. Al principio, Rushdie dice que Cuchillo intentará darle sentido a su casi muerte: ‘Sea lo que fuese el ataque, no se trataba de Los versos satánicos… Intentaré entender de qué se trataba en este libro’. Una premisa convincente, pero en realidad no es lo que hace Cuchillo”, lamenta Sathian.
Unas líneas más de su reseña: “El material sobre A. concluye cuando Rushdie declara: ‘Ya no tengo la energía para imaginarlo, así como él nunca tuvo la capacidad de imaginarme a mí’. Se aleja de su villano: ‘El ataque con cuchillo nos dijo todo lo que necesitábamos saber sobre la vida interior de A.’. Aquí el gran escritor deja la pluma demasiado pronto. Rushdie no necesitaba haber habitado a su agresor (Hadi Matar) más profundamente, pero existe un contexto social complejo en torno al hombre y su radicalización que Cuchillo podría haber explorado más a fondo para comprender verdaderamente la muerte cercana del autor”. ¿Es posible que ocurra lo mismo con sus opiniones sobre religión? ¿Que no sea algo que le interesa demasiado y por eso se equivocó en su intución setentera de que iban a ir perdiendo influencia? ¿Dejarán algún día los medios de comunicación de atender más a su personaje que a sus libros?