Este libro que comentamos en Vozpópuli va directo a la línea de flotación del pensamiento woke/multiculturalista. ¿En qué sentido? Con la elegancia que le caracteriza, Denis Collin es capaz de escribir contra los agoreros que llevan 30 ó 40 años anunciando la “inminente” muerte del Estado–nación, es decir, contra aquellos neoliberales acérrimos, pero también contra toda la patulea izquierdista que confunde el internacionalismo con la sumisión a una plutocrática gobernanza global. Por poner un ejemplo, sostiene: “Una gran fracción de la extrema izquierda, que suele reivindicarse como marxista, defiende el globalismo en lugar del internacionalismo y expresa su descarado desprecio por las naciones (…) Pero no llamemos internacionalismo a esta propaganda a favor de la dominación mundial del capital”.
Y es que el propio Karl Marx fue meridianamente claro al reconocer que "la lucha de clases es internacional en su contenido, pero nacional en su forma". Porque, como bien arguye de nuevo Collin: “Entre el universal abstracto del cosmopolitismo y el particularismo de la tribu o el grupo étnico, la nación política, es decir, la nación organizada como Estado soberano, aparece, así como una mediación necesaria”. Quienes, por tanto, –independientemente de su pelaje ideológico– se empeñan en enterrar al Estado, lo hacen con claras intenciones… Algunos nos denominan nostálgicos a aquellos que defendemos la continuidad hoy de las conquistas del movimiento obrero en el siglo pasado.
Aún reconociendo que no se debe depositar una confianza ciega en el Estado burgués, ¿acaso no ha habido verdaderos avances sociales? La clase burguesa hoy mira de superar (Aufhebung) al Estado para deshacerse de esta ambigüedad, mira de destruir el Estado para eliminar el conflicto de clase de raíz. Como argumenta el filósofo italiano Diego Fusaro: “Hoy asistimos a un conflicto de clase gestionado sólo desde arriba. Es solo la clase dominante que hace la lucha de clases (…) tú puedes combatir si estás en el Estado y ves cara a cara a tu enemigo (…) recuperar el Estado–nación no significa ser nostálgicos del pasado”.
¿Estado o desarraigo?
En esta línea, coincide también Manolo Monereo en su artículo “El futuro de las ideologías y las ideologías con futuro” (2020) para quien: “El Estado nación es el lugar de la política y de la democracia. Es el lugar del conflicto de clase y redistributivo. Es el lugar del control del mercado, de la planificación del desarrollo y de la gestión de las políticas públicas. Es el lugar, también, de los derechos sindicales, laborales y sociales, de las pensiones (…) La vieja metódica marxista sigue siendo útil: partir de la realidad de sus contradicciones para cambiarla”.
El ciudadano del mundo, cosmopolita, aquel que no tiene un hogar fijo y deambula privado de todo vínculo, está abocado a entregarse a los brazos del consumo esquizofrénico
En definitiva, quienes deforman y distorsionan el mensaje de personas como Collin, Fusaro o Monereo, pretenden crear con ello la sospecha de que son en realidad agentes de la reacción, “guardianes del templo”, sin percatarse de que son ellos mismos quienes acaban haciéndole el juego al capital financiero transnacional con su “internacionalismo” de pandereta. La transterritorialización de los flujos sociales, la financiarización y uberización de la economía, la aparición de formas de “economía colaborativa”, el vaciamiento de las zonas rurales, el teletrabajo o el coworking, así como el cohousing, e incluso las impúdicas directrices del Foro de Davos, en definitiva, la diáspora ininterrumpida y la precarización general de la existencia humana son fenómenos que muestran una clara tendencia hacia el desarraigo.
El ciudadano del mundo, cosmopolita, aquel que no tiene un hogar fijo y deambula privado de todo vínculo, está abocado a entregarse a los brazos del consumo esquizofrénico. Quizá, como hace Collin, convenga volver a los clásicos. No por casualidad él comienza su itinerario en Aristóteles. Es en la Política donde el estagirita nos legó una de las más paradójicas verdades: que la esclavitud es aquella condición que se basa en la ausencia de vínculos y de hogar propio, por eso el esclavo puede ser abusado de cualquier modo y en cualquier lugar. Y que, a la inversa: la
libertad es aristotélicamente aquella condición basada en la relación y obligación para con los hombres (conciudadanos), la ciudad (Polis) y las costumbres del lugar donde se vive (Patrios politeia).
Denis Collin acomete en este libro la difícil y valiente tarea de bosquejar una alternativa real al globalismo sin caer en lugares comunes ni recurrir a fidelidades nostálgicas. Este opúsculo es una exhortación a “defender una concepción razonable de la soberanía nacional, permitir que cada uno ame su país, sus tradiciones, su cultura sin cultivar la hostilidad hacia los extranjeros y reconocer el deber de hospitalidad y ayuda mutua hacia los desafortunados –principios morales que también están inscritos en nuestra larga historia– es la única manera de oponerse a los explotadores de la crisis, a los llamados identitarios incultos y a otros grupos violentos que se convertirán mañana en agentes de la destrucción de la civilización”.
'Soberanía y nación y otros ensayos' (Letras Inquietas) llega mañana a las librerías de toda España.