Cultura

'Sueños y pan', o cómo la incertidumbre de una generación revivió al cine quinqui

Vozpópuli habla con el director de 'Sueños y pan', Luis Soto Muñoz, sobre la película, el cine quinqui, y cómo la incertidumbre de la generación Z ha traído de vuelta las historias del extrarradio

Pueden cambiar las marcas de tabaco de los Celtas sin boquilla al Virginia de liar. También pueden cambiar los coches, del Seat 124 al León. La rumba ha dejado paso al trap y, las melenas, a los degradados. A pesar del paso del tiempo, hay mucho que permanece: la vida en la periferia, la precariedad, las drogas como evasión de la realidad o la incertidumbre hacia el futuro. El testigo de todo ello lo recoge Sueños y pan, la ópera prima de Luis Soto Muñoz (Baena, 2000) que se ha alzado como la Mejor Película Nacional en el Atlántida Mallorca Film Fest.

Sueños y pan ha vuelto a poner sobre la mesa un concepto que en su momento trajeron Criando Ratas (Carlos Salado, 2016) o la premiada Las leyes de la frontera (Daniel Monzón, 2021): el retorno del cine quinqui. Ya sea a través de retratos crudos de la realidad o del tirón de la nostalgia, estas películas miran a ese pasado que retrataban directores como Eloy de la Iglesia y se topan, en algunos casos, con un reflejo del presente.

Los dos protagonistas del filme de Soto, Javi y Dani, roban un cuadro cuyo valor desconocen pero, con la intuición de que tiene un altísimo valor, tratan de venderlo para sacar algo de dinero. La historia la atraviesan también personajes como Sara, compañera de piso de ambos en el extrarradio de la capital y adicta a la heroína, y su hijo. Todo esto no son sino los ingredientes que han despertado a una crítica que la incluye dentro del género quinqui. Un término que el director de Sueños y pan trata con mucho cuidado. En Vozpópuli hablamos de ella con Luis Soto y tratamos de entender qué ha traído de vuelta a nuestros días algunos de los elementos de la quinqui Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981) o la neorrealista Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951) -ambas fuente de inspiración para él-.

Javier de Luis (abajo) y George Steane (arriba) como Javi y Dani en 'Sueños y pan'
Javier de Luis (abajo) y George Steane (arriba) como Javi y Dani en 'Sueños y pan'Fotograma

La promoción de Sueños y pan: guinda a un largo proceso de creación

A Luis Soto y su equipo las reacciones a la película les han "puesto las pilas" en las últimas semanas, según reconoce a Vozpópuli. No se esperaban el éxito de la cinta en el festival Atlántida, al que acompañó su tirón en la plataforma Filmin, donde estuvo disponible para todos sus suscriptores mientras duró el evento mallorquín. Esperaban dar más rodaje al filme después del verano, pero su triunfo en el festival lo ha acelerado todo. Así, sacar a la luz Sueños y pan se ha convertido en un evento frenético que pone la guinda a un larguísimo proceso de creación.

Soto tiene 23 años, pero tenía sólo 19 cuando empezó a escribirla. La andadura de Sueños y pan empezó antes de la pandemia como un filme hecho entre amigos de la universidad. "Al no tener presupuesto, pues nosotros nos lo tomamos con calma", explica. Pero a la calma, esta vez, le siguió la tormenta: la pandemia. No podían rodar y, cuando quisieron volver a activar la película, los favores que consiguieron para financiar la película se habían disipado. "Encuadrar todo, convivir con otro tipo de trabajos, tanto míos como de la otra gente... pues se nos ha hecho la película de tres años. Dos años para rodarla y un año para posproducirla, prácticamente".

El parón en el rodaje tuvo su eco en la película, que atraviesa un simbólico salto temporal ya que se divide en dos "actos" separados por un lapso de siete meses. "Los siete meses que se salta en la película se saltan a la vez cuando nosotros la estábamos rodando, que son los siete meses de pandemia". Es un salto visible también en la forma de aproximarse a la historia, en su desarrollo dejó de ser el relato contado por un grupo de jóvenes que acababan de entrar a estudiar audiovisuales y no tenían "tanto conocimiento técnico y teórico", cuenta Soto. La película evolucionaba y, con ella, todo su equipo: "En general, decimos que es la peli que nos ha enseñado a hacer pelis".

Este joven director, que tiene ya entre manos otra película que presentó en el festival de Cannes, ha dado con Sueños y pan un salto radical de la temática rural de El cuento del limonero (2021) al puro caos urbano de Madrid. En la mudanza de su Baena natal a la capital, dice, contrajo el "síndrome del fascinado". Soto cuenta cómo él y sus compañeros reconocían los escenarios de las películas que les gustaban y descubrieron, como todo recién llegado a la ciudad, que es un lugar en el que no dejan de ocurrir cosas. Todo ello les impulsó a crear su historia. Comenzaron a visitar barrios periféricos como Vallecas o San Blas y a conocer el cordón industrial de la Villa perdiendo, poco a poco, ese síndrome de la fascinación: su película sería una película escapista. "Cuanto más rodábamos más queríamos irnos de Madrid".

Fotograma de 'Sueños y Pan'
Fotograma de 'Sueños y Pan'

¿Augura Sueños y pan un retorno del cine quinqui?

Es aquí donde empiezan a entrar en juego los elementos del género que trajeron historias como Los golfos (Carlos Saura, 1960), una de sus precursoras y de las principales inspiraciones para Soto. Los protagonistas de su película recorren Madrid tratando de vender el cuadro en una 'aventura' que esconde, detrás de algunos momentos de humor ácido, la precariedad entre los jóvenes, las drogas, los trapicheos, y una profunda sensación de inmovilismo. Este cocktail hace inevitable recordar a esas películas de los 70 y 80, que tuvieron sus ecos a finales de los 90 y principios de los 2000 con historias como Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998). Esto mismo ha llevado a muchos a encasillar Sueños y pan como cine quinqui o una reinvención de este.

"Una persona purista del cine quinqui ve la película y te dice que no lo es, que tiene que estar supeditado a una época, trabajar con actores no profesionales, no hay tanto artificio como tal..."
Fotograma de 'Los golfos', de Carlos Saura, una de las precursoras del cine quinqui
Fotograma de 'Los golfos', de Carlos Saura, una de las precursoras del cine quinqui

Luis Soto, sin embargo, se aleja del término en la medida de lo posible. "Una persona purista del cine quinqui ve la película y te dice que no lo es, que tiene que estar supeditado a una época, trabajar con actores no profesionales, no hay tanto artificio como tal...", argumenta para alejar Sueños y pan de la etiqueta, sin negar eso sí los "referentes plásticos" y "conceptuales" que la impregnan en cada escena. No deja de ser claro al respecto: "Tiene ese aire, sigue oliendo a cine quinqui, pero no es una película de cine quinqui, evidentemente".

A pesar de todo sí que parece que, cada vez más, las historias sociales protagonizadas por jóvenes sin rumbo que emulan muchos de los elementos de ese cine calan en las salas españolas. A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2015) o Criando Ratas (Carlos Salado, 2016, estrenada en YouTube) ya contaban la historia de chicos que luchan para sobrevivir en el barrio. La mecha del interés por lo quinqui la prendió, definitivamente, Las leyes de la frontera (Daniel Monzón, 2021). La película, en un ejercicio de nostalgia, adaptó la novela de Javier Cercas en el momento perfecto: un boom de nostalgia joven que atraviesa la música -desde el retorno cañí de El Madrileño, de C.Tangana, a los ritmos de sintetizador en el post-punk de grupos como Depresión Sonora-, o la estética, con el retorno de estilos inspirados en los 70s y 80s o cortes de pelo como el 'mullet'.

Lo quinqui también ha llegado a la música con raperos como Jarfaiter o El Coleta, que hace un curioso cameo en Sueños y pan con un personaje "en las antípodas de lo que el representa", según Soto: un asistente "pijo" a una galería de arte. Es a través de ese género urbano como Sueños y pan se mueve al ritmo de la música tan solo en dos ocasiones: una, de la mano de Pasión Gamberra de Chirie Vegas "la cara esencial de la escena urbana madrileña", y Madrid & Dólares, de Claudio Montana, impregnada de ese "síndrome de la fascinación" del que hablaba el director.

La incertidumbre: el hilo conductor de una generación

Aunque alejada del cine quinqui, la película de Soto sí es partícipe de esa ola de incertidumbre que envuelve a la generación Z. Un grupo de jóvenes que, ante un presente en constante cambio y atravesado por la crisis económica -hoy, en España, la tasa de paro juvenil asciende al 28%- y la pandemia se vuelcan en la nostalgia. Como recogió Iago Moreno en un artículo para Vozpópuli: "Los sonidos de la nostalgia demuestran ser un bálsamo perfecto para una generación que ya no sueña con revolucionar el mundo, sino con pararlo".

"Yo siento que, al menos en mi generación hay un estado de incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro" explica Luis Soto, en esta línea. "Hay mucha gente que se encuentra muy perdida respecto a unas circunstancias que no terminan de enfocarle a una seguridad laboral o a una seguridad vital, este tipo de cosas que evidentemente hay que separar de lo que suponía en los años 80, con unas películas de índole marginal en el contexto de la heroína, no tiene nada que ver, pero sí que esa desesperanza, esa falta de rumbo".

Incluso en el relato más desesperado, siempre queda un haz de luz. Tumbados en una estructura abandonada en medio de un descampado, con Madrid en el fondo de la postal, los personajes de George Steane y Javier de Luis charlan. "Vendrán tiempos mejores", augura Steane. Al final, a pesar del paso del tiempo, en estas historias permanecen la precariedad, los intentos de evadir la realidad o la incertidumbre. Pero, también, la constante lucha de sus protagonistas por salir adelante.

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