Cuando Richard Wagner comenzó su tetralogía El anillo del Nibelungo tenía 33 años; tardó otros 26 en acabarla. El director Pablo Heras Casado frisaba la veintena cuando la escuchó en la última butaca del gallinero del Festspielhaus de Bayreuth; tuvieron que pasar, para él también, veinte años más antes de poder dirigirla. Volverá a hacerlo, esta vez en España, el próximo 17 de enero, fecha en la que se estrena El oro del Rin (Das Rheingold), el prólogo del ciclo wagneriano con el que el Teatro Real inicia la tetralogía_ inspirada en la mitología germana, que se presentará a lo largo de cuatro temporadas sucesivas bajo la batuta del granadino y la dirección de escena del canadiense Robert Carsen.
La producción, estrenada en 2010 en la Ópera de Colonia, traslada al mundo contemporáneo la alegoría wagneriana. Carsen parte de la inspiración original de Wagner que hacía coincidir a hombres y dioses en el fango de las pasiones humanas. En esta ocasión, el director canadiense se vale de ella para mostrar la degeneración moral que conduce a la devastación y extinción de la humanidad. Carsen coloca al espectador ante un mundo contaminado y arrasado. El planeta avanza hacia la desaparición que propician sus propios habitantes, gobernados por un poder vertical en el que la ambición desmesurada de los más fuertes, ricos y poderosos aplasta el equilibrio de todos.
El anillo del Nibelungo subirá al Teatro Real por segunda vez desde su reinauguración en 1997. La última versión del ciclo se representó entre 2001 y 2004
Si Wagner exploraba la conexión con la identidad -entonces el compositor estaba exilado en Suiza tras el alzamiento de Dresde-, Carsen aporta un declinación contemporánea. El origen y el final está en las aguas del Rin, que ahora desemboca en la madrileña Plaza de Oriente, pero de otra forma: ¿de qué sirve el oro bajo el agua sino para la codicia?, ¿qué son hoy los gigantes sino los constructores de los delirios inmobiliarios de los dioses?, ¿está habitado el Olimpo por burgueses especuladores?, ¿el Walhalla forma parte de la estrategia de Wotan de escenificar su poder? Esas son las preguntas que tendría que propiciar en los espectadores el montaje de Carsen.
Pablo Heras-Casado, primer director invitado del Teatro Real, dirigirá su segundo título wagneriano después del éxito de su lectura de El holandés errante, con dirección de escena de Alex Ollè (La Fura dels Baus), en 2017. Será su octava ópera al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real, en esta ocasión con 110 intérpretes en los atriles. La más reciente, justo la que antecede a la Tetralogía, fue Die Soldaten, la única ópera de Bernd Alois Zimmermann, que el granadino dirigió en mayo de 2018, más de medio siglo después del estreno de una de las obras fundamentales del repertorio contemporáneo. Esta, pues, tampoco es una cita cualquiera, ya que El anillo del Nibelungo subirá al Teatro Real por segunda vez desde su reinauguración en 1997. La última versión del ciclo se representó entre 2001 y 2004 en una coproducción del Teatro Real con la Semperoper de Dresde, con dirección de escena musical de Peter Schneider y dirección de escena de Willy Decker.
Ópera, pensamiento y literatura
La figura de Wagner tuvo una influencia manifiesta en la música de su tiempo y la que se produjo desde finales del XIX hasta hoy, pero su Tetralogía todavía más, ya que sintetizaba la aspiración del compositor de concebir la ópera como la síntesis del arte total. El influjo de musical de Wagner tuvo su expresión más notoria en Mahler y Schoenberg, pero también sobre el pensamiento y la literatura: desde filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, hasta escritores como Thomas Mann, quien dedicó al compositor un controvertido ensayo escrito en 1933, Sufrimientos y grandeza en Richard Wagner (Debate), un texto aplaudido por muchos y denostado por otros. Escritores tan disímisiíles, pero encuadernados en la modernidad, como como D' Anunzzio o Paul Verlaine quedaron eclipsados por la concepción wagneriana de lo moderno. Wagner, escribió Baudelaire, pensaba de una manera doble, poéticamente y musicalmente. También Proust abrazó su música, que aún resuena como un estruendo.
Wagner, escribió Baudelaire, pensaba de una manera doble, poéticamente y musicalmente. También Proust abrazó su música
Las pulsiones estética -e identitarias- de Wagner tocaron las sensibilidades de personajes tan siniestros como Hitler,. Wagner está en la la bisagra de muchos territorios, hasta el punto de que Madrid y Barcelona se propusieron la creación de una teatro a semejanza del de Bayreuth, el festival wagneriano por antonomasia y en el que, por cierto, la tetralogía tuvo y tiene un papel fundamental. Tal y como ha escrito Rubén Amón, "se diría que Wagner se ha arraigado en una suerte de mito telúrico, igual que ocurre con la música de Parsifal". Esa es la raigambre de su Tetralogía, una síntesis entre modernidad y tradición que aún muerde, con fuerza, la sensibilidad de quienes escuchan la música del compositor alemán, así lo apuntó Aón en su libro Sangre, poesía y pasión (Alianza), dedicado a la historia del Teatro Real.
Ciclópeo, de una naturaleza prolongada al mismo tiempo que duradera, la Tetralogía de Wagner regresa en estas siete funciones de El oro del Rin, entre el 17 de enero y 1 de febrero, con un reparto coral encabezado por Greer Grimsley(Wotan) y Samuel Youn (Alberich), secundados por Ain Anger (Fasolt), Alexander Tsymbalyuk (Fafner), Raimund Nolte (Donner), David Butt Philip(Froh), Joseph Kaiser (Loge), Mikeldi Atxalandabaso (Mime), Sarah Connolly (Fricka), Sophie Bevan (Freia), Ronnita Miller (Erda), Isabella Gaudí(Woglinde), Maria Miró (Wellgunde) y Claudia Huckle (Flosshilde).