Cultura

David Carr: “A la gente no le importa saber de dónde vienen las noticias”

Es el columnista de medios y reportero cultural de The New York Times. Protagonista del documental Page One (2011), considera que, desde que existen las redes sociales, los lectores sólo se interesan por las noticias no por su procedencia. "Eso es un problema, porque si no sabemos de dónde viene la información, estamos jodidos".

David Carr, el responsable  de medios y reportero cultural del diario The New York Times  atiende a la figura del columnista en el sentido más anglosajón de la palabra. Todos esperan de él algo. Una opinión. Una indulgencia. Un juicio clarificador. Un pestañeo de aprobación o repulsa. “El Sr. Carr es un poco temperamental”, advierte su asistente después de cerrar el trato. Diez minutos de entrevista. No más.

Ex adicto a la cocaína, Carr convirtió su desintoxicación en un potente –por lo lejos que le llevó- libro de memorias, The Night of the Gun. Él, que comenzó en periódicos modestos como Twin Cities Reader y The Washington City Paper, se plantó en el reino de The New York Times, diario del que ahora se presenta como una de sus insignias.  Por eso viaja y representa a este medio en eventos como el Times Talk, un ciclo de conversaciones  que en esta ocasión se ha celebrado en Madrid.

David Carr se pasea en una minúscula habitación rodeado de personas que desean atenderle. Luce despreocupado. Viste  una americana abrochada con un solo botón que aprieta su estomago ventrudo. Parece bastante más avejentado que en Page One: Inside The New York Times (2011), un documental de Andrew Rossi en el que Carr, junto a otros tres periodistas, hace las veces de superestrella para guiar al espectador por las entrañas del diario. Sostiene en la mano un donut de chocolate. Le da un mordisco y mastica vigorosamente. Son las dos y media de un domingo con nubes. Carr parece de buen humor  -“el señor Carr es un poco temperamental”- y el primer minuto de los próximos diez de esta entrevista ya ha comenzado a consumirse.

-Después de Page One, usted dijo que caminábamos hacia el consumo y la producción de “medios híbridos”. A eso súmele las redes sociales y la cosa se habrá complicado, y bastante, ¿entonces, en dónde estamos parados?

-El periodismo hace mucho tiempo que dejó de ser una sola cosa. No existe una sola manera y ni tampoco una forma única de hacerlo correctamente. Resulta evidente que las redes sociales juegan un papel muy importante y muy profundo. Si usted mira la importancia de los medios digitales en Estados Unidos, se puede ver que estos tienen un rol mucho más  complejo que el que tenían hace cuatro años. Por ejemplo, la mayor plataforma para las convenciones tanto del partido Republicano como el Demócrata fueron las redes sociales.

-¿Y dónde quedan ahí los medios como los que usted representa?

-Los grandes medios se han quedado muy por detrás de eso,  tratando de analizar qué es lo que se dice en las redes sociales y entrando dentro de esa gran orquesta.  Vamos a ver: las redes sociales son maravillosas para gente como usted o como yo, a quienes nos interesa difundir lo que hacemos; pero también es cierto que las redes sociales deben servirnos no sólo como un amplificador, sino también para escuchar. Y ahí está lo verdaderamente difícil: lograr escuchar en medio de esa enorme multitud.

-¿Le parece que con el auge de la redes sociales, en la mayoría de las oportunidades la gente privilegia la noticia por encima de su procedencia?

-Sí. A la mayoría de la gente no le importa saber de dónde viene la noticia, sino la noticia. Y ése es un gran problema, porque si no importa de dónde proviene la información, estamos todos bien jodidos. Tengo dos hijas, unas gemelas de 24 años. Ellas lo conocen casi todo, pero ¿ saben ellas de dónde provino ese conocimiento? Si la gente no sabe de dónde provienen las noticias, luego el proceso de ensamblarlo y colocarlo todo junto, que es el proceso más costoso y más complejo, se hace cada vez más difícil. La noticia se vuelve una especie de todo flotante  y es mucho más difícil lidiar con ella.

"Ése es un gran problema, porque si no importa de dónde proviene la información, estamos todos bien jodidos".

-El problema tiene que venir de algún sitio ….

- Una gran parte del problema proviene del hecho de que la información se duplica año tras año. Le aseguro que hace unos tres años, el medio para el que usted trabaja no existía. ¿Cierto?  Pues ahí está el punto. La información se multiplica. Los medios aumentan. El iPhone con el que usted está grabando esta conversación transformará mi voz en texto. Usted está haciendo apuntes, convertirá mis palabras en más texto. ¿Sabe de qué manera todo lo que decimos se convierte en texto?   Piense en la explosión del texto. Pues ese momento ha llegado. Proliferan bloggers, columnistas, la información crece exponencialmente… 

-Ya, pero existe o debe existir una diferencia entre texto e información, entre ruido y noticia. Lo que se publica en las páginas de The New York Times es noticia, por ejemplo.

-Pero ni usted ni yo lo decidimos. Quien decide eso es el consumidor.  Nosotros podemos señalar esto es noticia; esto es ruido, pero todo dependerá del tratamiento que le de el lector.

-¿Qué tan rápido se ha dado este proceso desde el documental de Page One hasta estos días?

-Yo creo que desde Page One hasta estos días el volumen y la cantidad de ruido ha sido provechosa, al menos para The New York Times, porque nosotros, dentro del negocio, somos una señal. Usted dice ruido y noticia. Yo suelo utilizar más bien la expresión ruido y señal.  En esas condiciones donde abunda el ruido, The New York Times es una señal muy definida. Tenemos una audiencia de 40 millones, cada 4 segundos alguien tuitea una información nuestra, es decir, que si en algún momento Twitter pudo ser una amenaza, terminó convirtiéndose en una herramienta a nuestro favor.

-Pero es que resulta paradójico: las redes sociales, a las que todo el mundo achaca un efecto alternativo, suelen tener un efecto reforzador justamente con los peces gordos como el vuestro.

-Sí. Lo que ocurre es que las cosas están cambiando muy rápido. Mi hija, que tiene 24 años trabaja para ViceMedia. A su edad yo trabajaba para un medio semanal en el centro del país. Cubría historias sobre la violencia policial. Mis reportajes podían leerlos cerca de 30.000 personas. Yo me consideraba exitoso y pensaba que mis historias tenían impacto. Hace unas semanas, mi hija hizo un reportaje sobre un microrganismo. Vamos, un reportaje sobre ciencia. Interesante. Bonito. Bien. Decidió colgarlo en YouTube. ¿Sabe cuántas visitas obtuvo? Diez millones. Ella tiene 24 años y su trabajo ha sido visto por diez millones de personas. Yo tenía su  misma edad y a mí me leían 30.000.

-Estamos hablando de cantidad, pero no necesariamente de un mejor periodismo.

-Yo creo, realmente, que se hace un mejor periodismo. En tanto yo pueda ejercer, seguiré pensando que éste en particular sigue siendo un gran momento para ser periodista. De hecho, este sigue siendo un gran momento para hacer lo que hacemos. Usted me está entrevistando. Puede creer que lo que le digo es pura mierda o no. Usted escribirá, eso se conectará en las redes sociales, se verá y se leerá en Estados Unidos, en el resto del mundo. Nada de esto ocurría antes. Nada de esto era posible.

"Los grandes medios han tenido un fuerte declive. En otros lados como China o Brasil no, al contrario, han tenido un crecimiento".

-Los últimos tres años en España ha sido una etapa  pésima para los medios de comunicación. Un ocaso acompaña a las grandes cabeceras… ¿Ha podido percibir algo?¿Está familiarizado con la situación de los medios en España?

-Le voy a ser sincero. Me he dedicado a caminar por Madrid con la boca abierta. Pero en general, lo que ha ocurrido en Estados Unidos, pasará aquí. Los grandes medios han tenido un fuerte declive. En otros lados como China o Brasil no; al contrario, han tenido un crecimiento, pero eso ni ha ocurrido en Estados Unidos ni en Europa y por supuesto no va a ocurrir aquí . Lo que nos ocurrió a nosotros, por supuesto que os ocurrirá a vosotros también.

La asistente de David Carr interrumpe la conversación. Los diez minutos han llegado a su final. El columnista de medios de The New York Times tiene otra entrevista que debe atender. Partirá esta noche de vuelta a Nueva York y antes tiene otros compromisos que atender. Antes de dar por zanjada la entrevista, Carr bebe de un largo sorbo de café y se despide con una blanquísima y cuadriculada sonrisa. No le falta razón a Carr. Él, en sí mismo, es un reclamo. Un emblema dentro de otro. El teatro Fernán Gómez ya está desierto y afuera en Madrid, una tormenta está punto de desatarse. Allá, en los medios de comunicación, hace ya mucho tiempo que una, y bien grande además, hace ya mucho tiempo que ha reventado, sin ninguna intención de amainar.

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