Hace unos días, Mamen Mendizabal y los invitados a su programa Encuentros inesperados debatían sobre cómo afecta Internet y las redes sociales a las pasiones humanas, provocando con su charla revuelos en Twitter y alguna que otra columna periodística. Todo esto, por supuesto, lo hemos olvidado ya, diez días son una eternidad para el cerebro digital de los adictos a la información y a la polémica de turno.
A pesar de que el asunto es agua pasada me gustaría recuperarlo hoy. Podría decir que lo hago como acto contrarrevolucionario y convertir esta columna en un símbolo de mi lucha contra la cultura de la inmediatez. La realidad, sin embargo, es que la polémica me pilló liada y no pude en su momento escribir algo rápido sobre el tema. Y donde digo “no pude” lean ustedes “me dio pereza”, pues tengo que reconocer que no tengo especial vocación por el periodismo, la verdad siempre por delante.
“Yo sí creo que en ciertas cosas hay clases, y que hay gente que somos moralmente superiores a otros, y yo soy moralmente superior a un tío de Bildu porque Bildu es una formación proterrorista”, afirmó Toni Cantó en determinado momento, desencadenando una oleada de indignación en Twitter. Lo que más cautivó mi atención fueron los comentarios furibundos contra la reacción de Mamen Mendizábal, qué invitó al político a cuestionarse a sí mismo con una técnica tan vieja como la filosofía: “¿tú crees?”.
Se cebaron con ella las redes, lo cual me resultó desconcertante. La esencia del programa consiste precisamente en plantear este tipo de preguntas: se invita a personas con puntos de vista distintos a dialogar entre sí, con el ánimo de intercambiar impresiones y con la esperanza de descubrir puntos de encuentro.
El papel de la presentadora consiste en espolear a los invitados para que entren en este juego, siempre de forma amable y cordial. El éxito del programa radica justamente en que Mendizabal borda su papel: consigue que haya polémica, pero de forma educada y constructiva. Tanto los invitados como el espectador acaban con buen sabor de boca, pues se ha producido un intercambio real de ideas sin que esto implique pasar por momentos agrios de los que empezamos a estar cansados muchos.
Toni Cantó y la mayeútica
Se interpretó que la pregunta de la presentadora partía de una premisa relativista, en la que tanto da que un político (Cantó) respete la legalidad y las formas democráticas o que se las pase por el arco del triunfo y apoye de forma manifiesta a una banda terrorista. Ahora bien, ¿qué sentido tendría el formato mismo del programa si se partiera de la base de que nada es verdad o mentira, todo depende del color del cristal con el que se mira? Si los invitados dialogan y expresan sus argumentos es porque creen que poseen cierta pretensión de verdad y, por tanto, creen en la capacidad del otro para entender otros puntos de vista e incluso llegar a compartirlos.
Nos hemos pasado la semana protestando porque se ha eliminado la Filosofía del bachillerato, pero parecemos haber olvidado en qué consistía la mayéutica, el método socrático: hacer preguntas a la persona que uno tiene enfrente, con la convicción de que a través de ellas irá matizando y refinando las posturas desde las que partía. Esto no implica necesariamente que la idea inicial se modifique por completo, simplemente se afila y se vuelve más útil a la hora de analizar con ella la realidad. Nuestra mirada y nuestro lenguaje se tornan mejores.
Lo primero que aprende uno cuando estudia ética -o lleva una vida religiosa- es que una cosa son los principios y otra terriblemente distinta que logremos estar a la altura de estos
De haber estado en el lugar de Mendizabal yo también habría cuestionado a Cantó, y no porque disienta de su postura sino precisamente porque la comparto, pues tiene gran carga de verdad. Al afirmar el político que él es moralmente superior a un integrante de Bildu yo le habría planteado: “¿Tú eres moralmente superior a un tío de Bildu, o son tus principios morales los que son superiores?”
El actor seguramente me observaría con un gesto con el que me vendría a decir “¿a dónde quieres llegar con esta distinción lingüística bobalicona?” de forma educada (no sería la primera vez que me clavara una mirada de este tipo, pues ya tuvo que soportar el pobre mis preguntas filosóficas en una entrevista que me concedió muy amablemente en su día y en la que dialogamos sobre la libertad). El caso es que en esas precisiones aparentemente tontas es donde se juega toda la filosofía moral y política de un pueblo, y esto tiene consecuencias directas en nuestra forma de ver la realidad y, consecuentemente, en nuestro modo de comportarnos.
Me explico. Si yo creo que soy moralmente superior a otra persona me otorgo a mí misma, de forma inconsciente, cierta áurea de perfección. Ahora bien, si afirmo que son mis principios morales -no yo- los que son superiores la cosa cambia. Primero, porque entiendo que esos principios no están necesariamente unidos a mi persona. Es más, lo primero que aprende uno cuando estudia ética -o lleva una vida religiosa- es que una cosa son los principios y otra terriblemente distinta que logremos estar a la altura de estos.
En la medida en que hacemos esta distinción podemos mantener cierta humildad que nos aleja del dogmatismo, sin que esto implique de suyo una mirada relativista. Esta postura que defiendo logra que sepamos distinguir entre los actos de una persona y la dignidad que tiene esta, por el mero hecho de ser un ser humano. La máxima cristiana “se odia el pecado, se ama al pecador” ejemplifica bien esta idea. Si, con Cantó, decimos que somos moralmente superiores a otras personas, abrimos inconscientemente una puerta al fundamentalismo de quien se cree mejor en esencia y este es un camino que mejor no recorrer.
Ahora bien, si reconocemos - con la sencillez de quien defiende una verdad evidente- que son los principios -no nosotros- los que son moralmente superiores, conservamos la dignidad esencial de todo el mundo, ya sea la del político que respeta la legalidad, como la del que no lo hace. A este último podremos meterlo en la cárcel llegado el caso, y al otro erigirle una estatua, pero no habremos caído en el peligro de clasificar al otro como alguien inferior en esencia, con todas las consecuencias que de esto se deducen y que justo van en contra de los principios morales superiores que tanto Cantó como yo misma defendemos.
Y hasta aquí mi diatriba filosófica disfrazada de columnismo cultural. El próximo día más y mejor.