Cuando Virtudes públicas se publicó en 1990, la filósofa, política y escritora Victoria Camps había procurado reflexionar sobre una ética pública, enraizada en la dimensión colectiva de la moral. Casi treinta años después, la catedrática emérita de la Universidad de Barcelona presenta una edición ampliada del ensayo, que acaba de publicar la editorial Arpa.
Frente a la actual cultura de desafección política, que lleva a las personas a vivir moralmente enclaustradas en su vida privada, Victoria Camps consigue una incoherencia entre la teoría y la práctica moral que debe reconducirse hacia una “ética pública, optimista y feminista”, alude la filósofa.
Premio Nacional de Ensayo en 2012, Camps ha hecho vida académica y política. Fue senadora por el Partido Socialista de Cataluña entre 1993 y 1996. En las elecciones municipales de 2015 cerró la lista también por el PSC y en las autonómicas de 2017 fue electa por por la provincia de Barcelona. Defiende la tesis sobre el federalismo en España, cuyas razones argumentó y defendió en un libro junto al politólogo Joan Botella y el economista Francesc Trillas.
En noviembre de este año, Camps firmó un manifiesto que pedía al Estado una negociación en Cataluña. También aportaron su firma Noam Chomsky, Josep Ramoneda, Steven Pinker, Anthony Giddens, Manuela Carmena, el rector de la UPF Jaume Casals o el jurista Javier Pérez Royo.
Entre sus publicaciones destacan La búsqueda de la felicidad (Arpa, 2019) Elogio de la duda (Arpa, 2016), La imaginación ética, El siglo de las mujeres y Breve historia de la ética. Fue presidenta del Comité de Bioética de España. Actualmente es presidenta de la Fundación Víctor Grífols i Lucas y desde 2018 fue nombrada consejera permanente de Estado.
La incoherencia entre teoría y práctica la empujaron a plantear una relectura de la filosofía moral. ¿Qué significa la ética para nuestro tiempo?
Tiene importancia, porque notamos la falta de ética en muchas ocasiones. La ética es una palabra global y tiene un significado muy amplio, pero cuando nos damos cuenta de que las cosas no se hacen bien, cuando vemos la corrupción en política o las Fakenews, percibimos que existe un problema. Ese el sentido de la ética de nuestro tiempo, tenemos que pensar qué forma sería más adecuada hoy y cómo la ética debe abordar estos temas que se repiten a lo largo de los siglos y no acaban de resolverse.
¿Así como las democracias hoy son más débiles, lo es la ética también?
Yo no comparto ese punto de vista ni para la democracia ni para la ética. La democracia ha sido débil e imperfecta siempre, pero hoy hay más demócratas que en el siglo XIX. Existe el estado de derecho. Con la ética pasa lo mismo, cojamos como síntesis de los valores fundamentales de nuestro tiempo los Derechos Humanos, esos valores se han ido extendiendo. Los derechos están más reconocidos que en el momento en que se hizo la declaración universal, están reconocidos en más lugares y se ha avanzado en el reconocimiento real de esos derechos.
¿La virtud, si no está volcada en los otros, no es virtud?
Existe la conciencia de la ética como algo que pertenece a la conciencia de cada cual y que es íntima. No es así, la ética aspira a aquellos valores que se defienden para que se universalicen y los acepte todo el mundo. Si la ética es necesaria es porque vivimos en comunidad y la ética intenta regular o establecer unos principios que orienten la vida en común, no la vida privada. Sí que puede existir un conflicto entre lo que uno considero ético y una ley de obligado cumplimiento. Hablar de virtudes es hablar de una serie de cualidades que la persona debe adquirir para vivir junto a otros.
Usted hace una distinción entre la tolerancia y el respeto. En el ejercicio de convivencia actual, ¿Faltan ambas?
Faltan ambas, pero la tolerancia es una virtud mínima, lo mínimo que se nos puede exigir para vivir juntos: que toleremos lo que nos desagrada pero no se nos pide que lo respetemos. Tolerar no es lo mismo que respetar, respetar es tener en cuenta al otro por eso digo que hay que ir más allá. Tolerar puede implicar indiferencia total o una cierta exclusión, el respeto propone incorporar al otro.
En la España actual, ¿cuál es la virtud más necesaria?
La transparencia, si en verdad se hicieran transparentes y públicas todas las decisiones no habría corrupción y la política sería mucho mejor.
Las negociaciones para formar gobierno no van mucho en esa línea.
No me refería a eso. Hay ciertas cosas en la que está bien que los políticos sean discretos y que no ventilen todos los vericuetos que tiene una negociación muy compleja, otra cosa es que una vez se llegue a negociar algo, se haga público y que sepamos qué se pacta y cómo se ha llegado a pactarlo.
¿Qué opina, por ejemplo, de los cambios de criterio del actual presidente en funciones?
Es legítimo de opinión. Si antes se había prometido algo que no se puede cumplir, hay que decirlo, reconocerlo, explicarlo y razonarlo. Es es lo fundamental, no tanto tener un comportamiento absolutamente coherente, porque hay imprevistos en realidad, pero sí hay que dar cuentas que se hace lo que se hace.
Hay cambios de opinión y cambios totales, incluso contradictorios.
No sé, tendríamos que verlo en casos concretos, en general como voluntad no me atrevería a decir que no. Muchas veces le reprochamos, no sólo a este gobierno, sino a muchos que no se cumplan lo dicho y que no se explique nada y no se razone y no se argumente es un hecho. No le puedo decir que este gobierno no tiene voluntad de cumplir lo pactado.
¿Qué opinión tiene de los movimientos sociales, por ejemplo, lo que rodea al cambio climático y al propio feminismo?
Lo importante de estos temas no es tanto que exista un movimiento reivindicativo como que los comportamientos individuales cambien de acuerdo con esas reivindicaciones. Si hay movimientos feministas pero no somos capaces de cambiar la actitud contra la violencia machista, no estamos haciendo nada. El día que comenzó la COP era el BlackFiday. No se podía entrar en la tiendas, porque estaban abarrotadas. El consumismo desaforado y luchar contra cambio climático son contradictorios.
¿Qué opina de los discursos más radicales? Por ejemplo, equiparar la masculinidad con la violación.
En parte puede ser que lo invalide, cualquier cambio que se quiera hacer tiene que tener un ingrediente de persuasión, que no se consigue que no se consiguen si los medios que se emplean dividen más que unen. Seguramente no es el lenguaje más adecuado para intentar persuadir. Se intenta atacar el machismo, pero el machismo que existe y está en la mentalidad , no se siente movido por ese discurso, sino todo lo contrario.
Se corrompen las instituciones, pero también los sentimientos y en el mundo actual como en la España actual, todo se ha hecho emocional. ¿Qué riesgo entraña esto?
Los sentimientos son necesarios, pero para que realmente los principios, las normas y los valores éticos nos muevan a actuar, tiene que haber un sentimiento que acompañe. Si no lo hay, no vale. Por ejemplo la indignación ante las injusticias es necesaria para que haya más solidaridad.
En ese proceso el discurso del agravio ha ganado terreno. Los populismos tiran de ese hilo
Esa sería la corrupción de los sentimientos, porque supone instrumentalizarlos para conseguir algo que en realidad no tiene nada que ver con el interés público.
¿Podemos dar la socialdemocracia por muerta?
En la percepción de los ciudadanos sí. Pero creo que hay que seguir defendido la socialdemocracia, si entendemos por socialismo el reconocimiento de unos derechos sociales que no se pueden perder. Lo que le falta a la socialdemocracia es imaginación y valentía para acordar cómo se pueden garantizar esos derechos y cómo se protegen cuando todo se precariza. No cómo se protegía antes, sino cómo podemos hacerlo hoy.
Usted, junto con un conjunto de intelectuales, ha formado un manifiesto en el que pide al ejecutivo español que inicie una negociación para resolver “el conflicto en Cataluña”, ¿no plantea eso una sesión ante la Ley?
La respuesta es qué es lo que se negocia y cómo se negocia, porque damos por supuesto qué se va a negociar y no lo sabemos. En el manifiesto lo que se pedía era hablar, no que se negociara el referéndum y aunque se hubiera dicho, eso no está actualmente previsto por la legislación, pero eso no quiere decir que no se pueda negociar que lo esté en el futuro. Hay que poder hablar de estas cosas.