Altavoz

'Juego de Tronos' y los trucos del funambulista

Al apabullante espectáculo de la HBO se le empiezan a ver las costuras en esta séptima temporada. Frente a la complejidad que la hizo famosa, la serie corre el riesgo de convertirse en un festival hollywoodiense de fuegos artificiales en el que la profundidad y coherencia acaben quedando en segundo plano.

Cuando, allá por los años 90, George R.R. Martin empezó a pergeñar el mundo de 'Canción de hielo y fuego', su pretensión era la de crear un mundo colosal, excesivo. Tras años ejerciendo como guionista en Hollywood, el cansancio de ceñirse a un presupuesto le había agotado. Con su saga más ambiciosa pretendía sobrepasar todos los límites: pariría un universo en el que hubiese tantas regiones, personajes y elementos fantásticos que adaptar su historia a las pantallas sería misión imposible. La vida es irónica y consiguió lo contrario: que una productora como HBO y dos showrunners como D.B. Weiss y David Benioff vieran el potencial de este relato y convirtieran una saga fantástica relativamente desconocida en un fenómeno audiovisual de masas con 'Juego de Tronos'. 

**Atención: a partir de aquí hay spoilers**

Por aquel entonces, gran parte del atractivo de la saga para miles de lectores eran sus giros inesperados. Muchos vivieron la Guerra de los Cinco Reyes y la Boda Roja antes de que miles de espectadores de todo el mundo subieran sus reacciones a YouTube. Martin ha sido siempre un buen funambulista que deja pender a sus personajes de un hilo que los separa del desastre; que sabe tirar de los trucos literarios más heterodoxos para mantener al lector en vilo. Pero además de funambulista, es un gran contador de historias y un excelente escrutador de personalidades: 'Canción de hielo y fuego' no son sólo trucos... y 'Juego de Tronos' tampoco debería sucumbir ante ese pecado.

Como todo fenómeno de masas, la saga sufre sus miserias. Ante cualquier mínima crítica, el fan más fiel se convierte en un hater redomado. Y en esto las redes sociales juegan un papel imprescindible. Tras la emisión del chocante 'Botines de guerra', el cuarto capítulo de la esperada séptima temporada, algunos se han apresurado a etiquetar el episodio como el mejor de la historia de la serie. La emoción ha podido con muchos espectadores tras años en los que lo máximo que había arrasado el fuego de los dragones de Daenerys era una ciudad exótica, lejana y a la que casi aprendimos a odiar como Mereen. O en los que los niños Stark se han visto sometidos a todo un cúmulo de desgracias, cada cual más dantesca.  Al fin y al cabo, es humano aspirar a un final feliz o incluso a la materialización de una venganza ficticia.

Martin siempre ha sido un buen funambulista que deja pender a sus personajes de un hilo que los separa del borde del desastre; que sabe tirar de los trucos literarios más heterodoxos para mantener al lector en vilo. Pero además de funambulista, es un gran contador de historias"

Resultaría presuntuoso creer que toda la audiencia ha leído -o debería leer- las más de 4.000 páginas de 'Canción de hielo y fuego', porque, entre otras cosas, la serie ha conseguido que una parte muy sustancial del espíritu de la saga llegue a millones de personas que nunca habrían abierto un libro de fantasía. Pero lo cierto es que al apabullante espectáculo de la HBO se le empiezan a ver las costuras en esta séptima temporada. La superficie está pulida: la serie creada por Benioff y Weiss sigue siendo un espectáculo de gozo interpretativo y técnico, más aún en una entrega en la que todos los actores empiezan a colisionar en una lucha anticipada desde que Ned Stark dijo aquello de "Se acerca el invierno".

'Juego de Tronos' cuenta con un presupuesto con el que sueñan multitud de largometrajes; con un equipo de producción, dirección y vestuario envidiables; y con un cast de primer nivel que nos ha descubierto a promesas como Sophie Turner, Lena Headey o Alfie Allen y que nos ha permitido disfrutar de nuevo de grandes de la interpretación como Charles Dance, Diana Rigg o Jonathan Pryce. Por eso es incomprensible -y hasta frustrante- que los guionistas hayan recurrido a giros fáciles y a inconsistencias que solo pueden ser fruto de la pereza.

Es incomprensible -y hasta frustrante- que los guionistas hayan recurrido a giros fáciles y a inconsistencias que solo pueden ser fruto de la pereza"

En 'Botines de guerra' volvieron a hacerse evidentes esos fallos que en temporadas anteriores habían estado más desperdigados. Quizá entonces perdonábamos que una leyenda como Barristan Selmy muriese de forma ridícula, que los lobos huargos desaparecieran del panorama durante largas temporadas o que personajes que habían evolucionado diesen pasos atrás innecesarios. También acabamos riéndonos de la ridiculez de las Serpientes de Arena o del romance entre Gusano Gris y Missandei, y hasta comprendimos que HBO tenía que revelar de forma clara misterios que hasta ahora sólo habían sido pasto de las teorías, como los planes maestros de Meñique o la ascendencia real de Jon Nieve.

Un espectador avezado no debería dejar pasar, sin embargo, despropósitos como los que presenciamos en el último episodio, como que a Daenerys, siempre en guardia, no se le hubiese ocurrido explorar las cuevas milenarias de la fortaleza de Rocadragón, donde Jon le muestra unos grabados en un estado de conservación que serían la envidia de Altamira y que no podrían haber aparecido en mejor momento. O que, durante la batalla de Altojardín, los caballos dejen -por arte de magia- de temer el fuego mientras el fiero Drogon achicharra a cientos de soldados, dejando viva -qué casualidad- a la línea de infantería en la que se encuentra Jaime Lannister. Ni que el propio Jaime cargue contra la madre de dragones y, en un giro nada inesperado de los acontecimientos, Bronn le salve de un empujón de una muerte segura.

Más allá de la magia y las resurrecciones, en el mundo de 'Juego de Tronos' hay reglas que no deben romperse a la torera. Ni los efectos especiales ni una dirección exquisita son suficientes para dejarlos pasar"

Son, en suma, agujeros de guion intolerables para una ficción de esta categoría. Las llamas y las traiciones pueden nublar la vista de muchos, pero no debemos olvidar que la coherencia no escapa de las obras de fantasía. Más allá de la magia y las resurrecciones, en el universo de 'Juego de Tronos' hay reglas que no deben romperse a la torera. Una de ellas nos quedó clara en la primera entrega de la saga: "O ganas o mueres". Ni los efectos especiales ni una dirección exquisita como la de Matt Shakman son suficientes para dejar pasar estas contradicciones. No habrá artificio que baste si el relato empieza a tambalearse, porque se trata del andamio de cualquier ficción, sea ésta humilde o multimillonaria.

Las armaduras no son sólo de acero

Temporadas atrás, ya quedó claro que 'Juego de Tronos' y la saga literaria de 'Canción de hielo y fuego' eran dos cosas distintas; dos productos con una base común pero que transitaban distintos caminos. La esencia, sin embargo, seguía siendo la misma, incluso a lo largo de una sexta temporada en la que el apoyo del material original apenas existía y en la que, aun así, se nos regalaron joyas como la Batalla de los Bastardos -una batalla medieval de verdad, aun contando con gigantes-. Ahora, la sensación creciente es que esta esencia se está traicionando. Y no porque la magia sea cada vez más poderosa en Poniente, sino porque lo que hace a esta fantasía tan especial son sus matices; esa complejidad que nos permite reconocernos en una joven que sobrevive a las llamas o en el mejor espadachín de una tierra imaginaria, a pesar de que en la vida real nos podamos quemar o que no hayamos cogido una espada en nuestra vida. 

Lo que hace a esta fantasía tan especial son sus matices; esa complejidad que nos permite reconocernos en una joven que sobrevive a las llamas o en el mejor espadachín de una tierra imaginaria"

Algunos argüirán que ya no hay libros en los que basarse. Y de alguna manera están en lo cierto: la tardanza de George R. R. Martin en rematar 'Vientos de invierno', la sexta novela de la saga, ha podido pasar factura a unos creadores que antes jugaban sobre seguro. No es lo mismo adaptar un universo complejísimo, parido a lo largo de varias décadas, que intentar resolver un entuerto que ni el propio escritor estadounidense ha sabido deshacer aún desde el infame 'nudo' de 'Danza de dragones'. Sin embargo, el corazón de 'Juego de Tronos' -que nadie esté a salvo de las miserias del mundo- parece estar desbaratándose a favor de la construcción de héroes hollywoodienses y de resoluciones más propias de un blockbuster de acción. En este momento, las armaduras de Jaime y Bronn no son sólo de acero: también lo son de guion. Sabemos que en el próximo episodio vivirán... y eso rompe la magia. 

'Juego de Tronos' ya ha pasado a la historia de la televisión por muchos hitos. A estas alturas, todavía le quedan muchos conflictos jugosos que resolver y que apuntan directamente al corazón del relato, como la batalla interna de la hija del Rey Loco para no perder la cabeza, la dicotomía a la que se enfrentará Tyrion al tener que elegir entre salvar su pellejo o el del único miembro de su familia que alguna vez le respetó, o la propia dinámica entre los hermanos Stark, casi irreconocibles entre ellos por todo lo que han tenido que sufrir a lo largo del camino. Benioff y Weiss tendrán que elegir entre afianzar estas tramas o dejarlas en un segundo plano mientras se echan en brazos de la simple sangre y fuego.

Los trucos del funambulista quizá puedan divertir a muchos, pero no serán suficientes para que 'Juego de Tronos' siga siendo lo que era hasta ahora: una historia compleja con personajes llenos de aristas y que, en el fondo, nos engancha no tanto por los dragones ni por las espectaculares batallas, sino por hablarnos de la condición humana. En eso, Martin, a pesar de su tardanza, sigue ganando por goleada.

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