Opinión

Franco, hombre del año (2025)

A diferencia de la italiana, obsesionada con el fascismo, a la izquierda española no le preocupa el franquismo, pero ha decidido utilizarlo en su beneficio

  • Los dictadores, Franco y Mussolini en 1941 en Bordighera -

Esta semana, el periódico conservador italiano Libero se marcaba una provocadora primera página con una imagen de Mussolini y este titular: “È lui l’uomo dell’anno”. Su director, Mario Sechi, en un artículo citado aquí por Julio Ocampo, justificaba la invectiva de este modo: “Han pasado ochenta años de la caída del fascismo, pero la izquierda italiana sigue obsesionada con él”. En España, Pedro Sánchez se dispone a convertir a Francisco Franco Bahamonde en el hombre del año 2025, pero, a diferencia de la italiana, la izquierda española no está obsesionada con el franquismo. Simplemente ha decidido utilizarlo en su beneficio. Da igual lo que se rompa.

Y es que parecen haber llegado a la conclusión de que con Vox ya no es suficiente. Había que resucitar a Franco, y en eso estamos. 2025, quién nos lo iba a decir, será su año. Un centenar de actos programados que machaconamente nos recordarán que nadie, ni aquí ni fuera de aquí, hizo lo necesario para evitar que el dictador muriera en la cama, anticipando, como ocurriera en Italia, o en la propia Alemania, la llegada de la democracia tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial.

La celebración, a lo largo de este año, de más de un centenar de actos que rememoran la muerte de Franco, puede convertirse en una fábrica de franquistas. Y a lo peor, es eso lo que se pretende

Sonaba estrambótico, pero era cierto: se había trasladado a Zarzuela la sugerencia de que los Reyes participaran en el primer acto conmemorativo (sic) de la muerte del dictador. Y no hay que descartar que a los de siempre les pasara lo de casi siempre: que cegados por sus deseos de agradar al líder supremo volvieran a precipitarse en ese tobogán de calamidades e incompetencia que va camino de convertirse en seña de identidad de la legión de asesores de Presidencia del Gobierno.

Alguno de los cerebros privilegiados que ronronean en la antesala de Su Excelencia (o quién sabe si su mismísima Excelencia) debió mirar la agenda de la Casa Real y nada advirtió. Habituados como están a ver sólo con los ojos del boss, a los del Gabinete de los hermanos Marx no se les ocurrió hacer las comprobaciones pertinentes. Con un wasap a Albares habría bastado. Chicos, ese día hay recepción al Cuerpo Diplomático. Pero no. Se imponía el sigilo. La maniobra era brillante. ¿Qué tal si invitamos al Rey a lo del día 8 en el Reina Sofía? ¿Qué tal si ponemos en dificultades a un Felipe VI demasiado crecidito?

¿Fue eso lo que pasó? No necesariamente. Lo relevante es que es verosímil. En especial esto último: colocar premeditadamente al Rey en una situación más que comprometida; empujarle fuera del espacio de neutralidad y de respeto estricto al papel que le asigna la Constitución y que nunca debe abandonar; hacerle partícipe de la estrategia de polarización que el monarca ha esquivado hasta ahora con buen juicio y altas dosis de pericia. El Rey ha sorteado el primer compromiso. No acudirá a la performance inaugural del jubileo antifranquista que han diseñado los mercenarios de la narrativa frentista, pero no tendrá fácil salir indemne de las posibles trampas que puedan esconderse en los más de cien eventos programados en este superfluo festival.

Involucrar al Rey

Ha dicho Pedro Sánchez que el objetivo es “poner en valor la gran transformación vivida en este medio siglo de democracia”. Dos preguntas: ¿Por qué poner en valor lo evidente en lugar de destinar el sinfín de recursos públicos que se van a malgastar en este carnaval a las verdaderas prioridades del país? Y, sobre todo, ¿por qué ahora?

La maniobra de querer involucrar al Rey en una puesta en escena estrictamente partidista, peor aún, en una operación destinada a convalidar institucionalmente la confrontación civil, no puede ser casual. Y si lo fuera, lo que pondría de relieve es el amateurismo de los que nos gobiernan. Porque vamos a suponer (mucho suponer) que la invitación al monarca no tuviera segundas intenciones. ¿Nadie en Presidencia del Gobierno hizo un análisis de las posibles consecuencias?

No, nada es casual. La celebración, a lo largo de este año, de más de un centenar de actos que supuestamente obtienen su justificación del 50 aniversario de la muerte del dictador, puede convertirse en una fábrica de franquistas. Y a lo peor es eso lo que se pretende. Amortizado en buena parte Vox como eficaz coco atemorizador, hay que inventarse otro “villano” al que combatir. Se trataría de utilizar la inquina que Sánchez despierta en amplios sectores de la sociedad para visualizar, semana sí, semana también, el nuevo peligro que acecha a nuestra democracia: la resurrección del franquismo.

La sola hipótesis de que haya quien ha sopesado la posibilidad de colocar al Rey en una situación de la que solo puede salir malparado, da una idea de lo que algunos, para salvar el pellejo, podrían llegar a explorar

Si Sánchez ha elegido a Franco como antagonista, algo bueno debió de hacer Franco, dirán algunos. Esa es precisamente la idea. Conseguir que el antisanchismo lo acaudille la derecha más radical. Que aquellos que aborrecen tanto al presidente del Gobierno, sin ser ultraderechistas, acaben apareciendo como tales ante la opinión pública. Una fábrica de neofranquistas. Una entrega actualizada pero recurrente de la falsaria narratología. El héroe frente a los malos. El defensor de las libertades contra los que las amenazan. El paladín de la democracia poniendo a España a resguardo del aluvión ultra que inunda Europa.

La invitación cursada a Zarzuela para que el Rey participara en el primer acto antifranquista programado por la maquinaria de propaganda de Moncloa, si bien informal, no es una desafortunada ocurrencia. Más bien se trata de un aviso, de una premeditada advertencia ligada a la tentación, nunca abandonada, de vincular a la Corona con el franquismo y abrir el debate, estéril y de momento inviable, sobre Monarquía o República al objeto de distraernos de asuntos mucho más atosigantes.

Estamos ante un episodio que solo es menor en apariencia. Porque esto no ha acabado aquí. Y la sola hipótesis de que haya quien ha sopesado la posibilidad de colocar al Rey, ahora o en un próximo futuro, en una situación de la que solo puede salir malparado, da una idea del nivel de irresponsabilidad que, para salvar el pellejo, algunos podrían llegar a explorar.

Feliz 2025. A pesar de todo.

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