Los fines de semana se convierten en el período de máximo trabajo del hígado en nuestro país. Más allá de pensar en el clásico 'lo dejo cuando quiera', la realidad es que metabolizar la ingesta masiva que se asocia a viernes, sábado y domingo es una tarea a la que no siempre le ponemos tiempo, pero que nuestro sistema hepático depura al ritmo que puede.
Sin obviar que el alcohol es un tóxico que afecta a distintos aparatos y sistemas corporales, no dejando prácticamente títere con cabeza. Corazón, cerebro, estómago, riñón, piel o pulmones presentan a corto, medio y largo plazo distintos tipos de secuelas derivadas de su ingesta, la cual no entiende de conceptos como fin de semana o entre diario. Más allá de la aprobación social de considerar menos perjudicial el consumo esporádico, la realidad es que pensar que consumir solo uno o dos días no exime de los riegos del alcoholismo.
A toda esta batalla se enfrenta el hígado en práctica soledad, puesto que las únicas vías de eliminación del alcohol de nuestro cuerpo son la evaporación, la excreción y la metabolización, competencia casi exclusiva del sistema hepático. Además, al consumirlo durante las comidas, lo cual es de frecuente aceptación, el hígado y el estómago se ven sometidos a peores digestiones por centrar sus esfuerzos en la eliminación de tóxicos, lastrando así el resto del proceso digestivo.
Topamos así con un abuso, bien sea entre semana o bien se condense en el fin de semana, que no está exento de patologías asociadas a su consumo y a la vinculación que tiene éste con el sistema hepático. Esteatosis (el denominado hígado graso), la hepatitis alcohólica, la fibrosis hepática y la cirrosis, todas ellas derivadas de una ingesta abusiva, y que dinamitan el buen ritmo hepático de nuestro cuerpo, el único 'policía' en esta tarea de la metabolización.
No en vano, hablamos del séptimo factor de riesgo de mortalidad y reducción de calidad a nivel mundial, tristemente siendo el primero en el grupo de edad que va de los 15 a los 49 años. Una cifra que da la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) y que además indica que entre un 20% y un 50% de los cánceres hepáticos que se someten a trasplante tienen que ver con el alcohol.
Es por este motivo que desde la FEAD se remarca que "no hay una cantidad buena" de consumo, y que el daño hepático que produce lastra al hígado para el resto de sus funciones. El 90% del alcohol que absorbemos se metaboliza en él, a través de los hepatocitos, donde se oxida y se transforma en acetaldehído, la sustancia responsable de de su carácter nocivo, que acaba provocando la fibrosis anteriormente mencionada y lastrando la funcionalidad hepática.
Este tiempo tarda en metabolizar el alcohol tu hígado
El recorrido es sencillo. Entra por el esófago, atraviesa el estómago y directamente va al intestino delgado. Como tiene un bajo peso molecular, no se digiere, sino que pasa en su estado original al resto del cuerpo a través del intestino delgado. Razón por la que su absorción en sangre es rápida, de tan solo cinco minutos, extendiéndose por el resto del cuerpo. Cuando se da esta voz de alarma, la sangre pasa por el hígado para depurarse, momento en el que comienza la metabolización.
Como es lógico, no se procesa igual una caña que un combinado, ni una copa de vino que un whisky, por lo que hablamos de una progresión aritmética en lo que a eliminación del alcohol se refiere. Solo 0,12g/l de alcohol en sangre a la hora, según esta tabla que facilita el Ministerio de Sanidad, lo que supone que una ingesta de sábado que incluya varias cervezas, alguna copa de vino y un destilado, puede necesitar más de medio día de metabolización.
Lógicamente, importa la cantidad ingerida y el grado, a través de una sencilla fórmula matemática que relaciona los gramos de alcohol con el volumen y la graduación.
Siguiendo ese esquema de los 0,12 gramos por hora, topamos con que un tercio de cerveza tarda en metabolizarse al menos una hora y 45 minutos en el caso de los hombres, mientras que la mujer, que tiene un metabolismo algo más lento, lo haría alrededor de las dos horas y 50 minutos. Todo esto con un sencillo tercio de cerveza.
Una copa de vino, suponiendo una medida de 10 centilitros, rondaría el metabólico de una hora y veinte para ellos y unas dos horas y 5 minutos para ellas, tiempo que se multiplica si metemos en la ecuación a destilados o combinados (generalmente con 40º), que también se consumen en cantidades de unos 5 centilitros. Razón por la que se suelen necesitar entre dos y tres horas, en función del género, para metabolizarlo hepáticamente.
Si planteamos así este sumatorio donde podamos poner, por ejemplo, un par de tercios (o tres cañas) en el aperitivo o antes de comer, dos copas de vinos durante la comida -aunque la diferencia entre tinto y blanco existe en cuanto a grados- y un par de combinados por la tarde o en la sobremesa, nos plantamos que un consumo aparentemente bajo de alcohol necesita cerca de 12 horas para desaparecer por completo de nuestro cuerpo.
Una sencilla multiplicación, traslada a cuatro copas en una noche de fiesta, supondría exigir al hígado un trabajo de entre ocho y doce horas, dependiendo de la persona, para eliminar por completo los restos de alcohol ingeridos. Si sumamos el conjunto de la comida y la noche, fácilmente necesitaríamos más de un día para deshacernos totalmente de este pernicioso producto.
Motivo por el que también existe una categorización de las bebidas alcohólicas a través del rango UBE (unidad de bebida estándar), medida en una equivalencia de 10 gramos de alcohol. De este modo, un tercio de cerveza o una copa de vino equivalen a una UBE, mientras que un vaso de vermut (unos 10 centilitros) o un combinado (cinco centilitros) equivalen a dos UBE. La cifra de consumo, si está por debajo de las dos UBE diarias, se considera en el caso de un bebedor ocasional, encontrándose el patrón de riesgo en las personas que superan las cuatro UBE diarias.