Bienestar

Los riesgos de andar descalzo en verano: de hongos a infecciones o esguinces

Caminar y andar descalzo es un placer muy de verano, pero a nuestros pies no siempre les gusta ir sin calzado. Riesgos como resbalar, perder sujeción, clavarse todo tipo de

Caminar y andar descalzo es un placer muy de verano, pero a nuestros pies no siempre les gusta ir sin calzado. Riesgos como resbalar, perder sujeción, clavarse todo tipo de cosas o incluso contraer infecciones como el papiloma plantar están a la orden del día durante nuestras vacaciones. Por todos estos motivos, liberarse de zapatillas, chanclas, sandalias o cualquier tipo de zapato no es la mejor opción si queremos mantener una buena salud podal.

Los enemigos son múltiples y muy diversos. Desde el césped de la piscina hasta las temibles duchas compartidas, pasando por la arena de la playa o un aparentemente inofensivo prado, donde picaduras, insectos y piedras también pueden estar a la orden del día.

Todo ello forma el empedrado rumbo que aterroriza a nuestros talones, a nuestra fascia plantar e incluso a los dedos de nuestros pies. Y no solo por el simple hecho de encontrar obstáculos, sino también por enfrentarnos a superficies cambiantes, de mayor o menor dureza, e impactar con nuestros pies desnudos sobre ellas.

Los principales riesgos de andar descalzo en verano

Las diferentes agresiones pueden venir de lugares muy diversos, por lo que también su procedencia cambiará. Podemos encontrar agresiones físicas directas -pensemos en tropiezos, picaduras de insectos, clavarnos diferentes objetos (cristales, conchas, piedras, palos...) o en chocar contra sillas, puertas y otros obstáculos-; infecciones y hongos (como el papiloma plantar, que es un tipo de VPH, además de la pitiriasis o el pie de atleta) o, directamente, cierto tipo de lesiones como pueden ser esguinces, talalgias, metatarsalgias o la recurrente fascitis plantar, además de las tendinitis.

Hongos e infecciones

Problemas como el pie de atleta, una infección por hongos recurrente, no son exclusivos del invierno, cuando abusamos del calzado cerrado, impidiendo su transpiración. Podríamos pensar que apostar así por prescindir del calzado en verano acabaría con el problema, pero exponer directamente a nuestros pies a diversos patógenos puede acabar generándolo. Además, el hecho de no secarnos bien los espacios interdigitales al salir de playas o piscinas pueden incrementar el riesgo. Más aún si entrásemos en duchas públicas descalzos.

Además, el verano es la época propicia para que los papilomas plantares y las subsecuentes verrugas plantares aparezcan. En este caso, hablamos de una infección vírica causada por el virus del papiloma humano o VPH, que generan estas antiestéticas verrugas, algunas cursando dolor, que no deben confundirse con callos, helomas o durezas.

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Es conveniente secarse siempre bien el agua en piscinas, ya que podemos coger ciertos hongos. ©Gtres.

En este caso, acaban apareciendo cuando el virus, presente en diferentes superficies, aprovechar una herida abierta o grieta en el pie para colarse en nuestro cuerpo. Por estas razones, extremar las precauciones y no caminar descalzo en suelos especialmente calientes, húmedos o transitados como el de piscinas, duchas, saunas, spas o zonas de jacuzzis es especialmente relevante.

Por estos motivos, para evitar las dermatomicosis podales, la solución es sencilla -aparte de no andar descalzo-. Utilizar calcetines de fibras naturales, calzados con suela de cuero y natural, lavar y secar bien los pies, desinfectar y lavar con frecuencia las toallas y evitar baños prolongados en aquellos que haya una gran exposición al agua caliente.

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Picaduras, cortes, rasguños y la presencia de cierto tipo de hongos pueden aparecer cuando caminamos descalzos sobre hierba o césped. ©Gtres.

Todo ello siendo consciente de que la piel de las plantas de los pies es generalmente muy fina y no está apenas trabajada durante el año, por lo que el contraste de pasar del zapato y el calcetín a caminar descalzo es demasiado notable.

Esguinces, torceduras y otras lesiones

Con la playa hemos topado. Sea arena blanda o sea arena compactada, la playa no es siempre una magnífica aliada de nuestra salud podal, aunque eso no significa que tengamos que ir calzados hasta el mismo agua -más aún si pretendemos hacerlo con chanclas y otros calzados ligeros, de los cuales ya te contamos sus riesgos-.

La realidad es que la arena de la playa, más allá de poder esconder pequeñas piedras, algas, conchas o algún desaprensivo cristal, no siempre nos viene bien. Es cierto que es buena para, por ejemplo, acabar de forma fácil con ciertas queratosis o callosidades no muy severas, e incluso mejora la circulación sanguínea y supone un menor impacto articular que otro tipo de terrenos como el asfalto.

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El terreno blando e inestable de la arena de playa obliga a hacer un sobreesfuerzo muscular cuando se corre o camina en ella. ©Gtres.

Pero también tiene partes malas, y debemos decirlas, porque con los pies descalzos se multiplican estos problemas. Para ello, lo conveniente es distinguir entre dos tipos de arena: la blanda, aquella que no está húmeda, y la compactada, que es la que encontramos más cerca de la orilla, como explican desde Farmalastic de Cinfa.

En ambos casos, caminar por ellas de forma ligera no será un problema podal, pero sí será hacer largas caminatas por dos causas principales: irregularidad e inclinación. La primera es habitual en la arena blanda, que es inestable y tiende a hundir nuestros pies en ella, por eso, obliga a un mayor esfuerzo muscular de pies y piernas para mantener la estabilidad, que puede desembocar en fascitis plantar o distintos tipos de sobrecargas musculares.

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Aunque caminar sobre la playa tiene ciertas ventajas, no debemos excedernos en la distancia recorrida. ©Gtres.

Por el otro, encontramos la inclinación del terreno, ya que la arena compacta suele tener cierta pendiente y hace que nuestros paseos a lo largo de la orilla impliquen cierto desequilibrio. Al trabajar nuestras articulaciones en un plano irregular, forzamos a que tobillos y piernas realicen esfuerzos distintos, los cuales pueden derivar en tendinitis, torceduras o esguinces.

Una cuestión de adherencia

Las sandalias y chanclas, en especial las de dedo, son poco estables, pero cualquier calzado cerrado o semiabierto, será una mayor garantía para que no patinemos o resbalemos al caminar sobre determinado tipo de superficies, sobre todo aquellas que estén mojadas o que ofrezcan un terreno irregular.

Podemos pensar en césped húmedo, en el suelo de una piscina, en un parque acuático o en caminos de tierra que nos ponga rumbo a la playa. La realidad es que nuestras plantas de las pies, además de sufrir más que cualquier tipo de suela de calzado, también tienen una menor tracción que una zapatilla, por ejemplo. Esto hace que resbalones o caídas sean más abundantes con los pies descalzos, siendo recomendable que el calzado esté presente durante estos trayectos por razones de higiene y de salud.

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