El infarto de miocardio es la principal causa de muerte en hombres y mujeres de todo el mundo. En España, en 2020, el 24,3 por ciento de los fallecimientos fueron como consecuencia de enfermedades cardiovasculares y de este porcentaje, cerca de 14.000 de esas muertes fueron a causa de un infarto agudo de miocardio, también llamado ataque al corazón.
El corazón es un órgano del tamaño de un puño, aproximadamente, compuesto por tejido muscular que bombea sangre a todo el cuerpo a través de las arterias y las venas. Las arterias llevan la sangre hacia fuera desde el corazón y las venas la “devuelven” al corazón para recuperarse y volver a salir. Cuando el corazón bombea sangre a todo el cuerpo lo que está haciendo es suministrar oxígeno y nutrientes a todo el organismo y, al mismo tiempo, eliminar el dióxido de carbono y los elementos residuales. El oxígeno que transporta la sangre a todo el cuerpo se va consumiendo a lo largo del viaje y, por lo tanto, esa sangre “desoxigenada” debe volver al corazón y, a través de la respiración, recibir oxígeno de los pulmones, eliminar el dióxido de carbono y volver a empezar el proceso con la sangre, de nuevo, “oxigenada”.
El 24,3% de las muertes en España durante 2020 fueron causadas por enfermedades cardiovasculares
El músculo cardiaco (miocardio) necesita constantemente abundante suministro de sangre rica en oxígeno para poder bombear. Este suministro le llega a través de las arterias coronarias. Cuando de manera repentina se obstruye una de las arterias coronarias, se interrumpe el flujo sanguíneo que lleva el oxígeno al músculo del corazón, dejando una parte del músculo sin irrigación. Entonces esa parte del corazón deja de contraerse. Si el músculo cardiaco no tiene oxígeno durante demasiado tiempo, el tejido de esa zona se muere y no se regenera. En pocas palabras: las arterias coronarias se estrechan, el oxígeno no llega al miocardio, este no puede producir energía para moverse, las células -al no recibir sangre- se mueren, el tejido se necrosa y el corazón sufre el infarto agudo.
Síntomas del infarto de miocardio
Las manifestaciones del infarto aparecen de forma súbita: dolor intenso en el pecho, una fuerte presión en la zona precordial (donde se encuentra el corazón), malestar general, mareo, nauseas y sudor. El dolor se puede extender a lo largo del brazo izquierdo, al hombro, la mandíbula, la espalda o el cuello. Cuando aparecen los síntomas, el riesgo de muerte o complicaciones graves a corto plazo es alto y la eficacia del tratamiento dependerá del tiempo que transcurra desde que empiezan los síntomas hasta que se administra. Aproximadamente, el 30% de los pacientes fallece antes de llegar al hospital. La mortalidad en el hospital es menor, pero también es elevada como consecuencia de complicaciones resultantes como arritmias malignas o insuficiencia cardiaca. Una vez superada la fase aguda del infarto, la recuperación dependerá de cuánta parte del corazón no muerto continúa sin riego sanguíneo.
Las manifestaciones del infarto aparecen de forma súbita: dolor intenso en el pecho, una fuerte presión en la zona precordial, malestar general, mareo, nauseas y sudor
Todo el mundo está expuesto a sufrir un infarto de miocardio, pero no todas las personas tienen el mismo riesgo. “La lista de factores de riesgo para el infarto agudo de miocardio se pueden clasificar en dos: modificables y no modificables. En estos últimos podemos incluir la edad, el sexo y los antecedentes familiares. A medida que aumenta la edad, el riesgo de sufrir un infarto se incrementa”, asegura el doctor José Luis Zamorano Gómez, especialista en Cardiología en el Hospital Ruber Internacional. Tabaquismo, hipertensión arterial, niveles de colesterol en sangre altos, mala alimentación, hábitos sedentarios, estrés, sobrepeso o diabetes no controlada son factores de riesgo modificables que, si no se controlan, aumentan la probabilidad de sufrir un infarto de miocardio, ya que, por ejemplo, tener los niveles de colesterol en sangre altos hace que se formen placas de grasa en las arterias, que las obstruye e impide el flujo sanguíneo, lo que provoca ateroesclerosis, que suele llevar al infarto.
Tabaquismo, hipertensión arterial, niveles de colesterol en sangre altos, mala alimentación, hábitos sedentarios, estrés, sobrepeso o diabetes son factores que aumentan la probabilidad de sufrir un infarto de miocardio
Evidentemente, cuantos más factores de riesgo tenga una persona, más posibilidades tendrá de sufrir un infarto. Pero el riesgo de padecer un infarto puede reducirse si se toman medidas para prevenir el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, es decir, haciendo una dieta baja en grasas saturadas y colesterol; reduciendo el peso si existe obesidad o sobrepeso; realizando ejercicio físico de intensidad progresiva, según las posibilidades de cada paciente y siempre bajo supervisión médica; dejar de fumar, si fuera el caso; y, sobre todo, mantener controlados los niveles de colesterol en sangre, la diabetes y la hipertensión arterial. Por eso, el doctor Zamorano hace hincapié en la importancia de controlar estos factores de riesgo, sobre todo porque “no cuidamos el corazón de forma adecuada. Es necesaria una educación sanitaria de la población e insistir en cuáles son y cómo controlar los diferentes factores de riesgo que llevan a enfermar”, puntualiza el especialista.
En el factor de género, los hombres tienen más riesgo de padecer un infarto de miocardio que las mujeres. Sin embargo, a partir de los 65 años este riesgo tiende a igualarse. “Se dijo en el pasado que el infarto era cosa de hombres. Esto no es verdad. Es cierto que las mujeres suelen enfermar más tarde, pero cuando lo hacen tienen peor pronóstico”, añade el cardiólogo de Quirónsalud.
Prevención
Para prevenir el riesgo de infarto es importante llevar a cabo una evaluación cardiovascular a partir de los 45 años, sobre todo si se tienen antecedentes familiares de primer grado con enfermedades de esta índole. La evaluación, según publica la Sociedad Europea de Cardiología, puede ser oportunista -es decir, cuando a un paciente le toman la presión arterial como parte de una consulta (sin necesidad de que sea un cardiólogo) y la tiene alta- o sistemática. Esta evaluación o cribado sistemático consiste en un programa específico para evaluar y detectar los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares. Para detectar si el riesgo que tendrá un paciente de padecer una enfermedad cardiovascular en los próximos 10 años será bajo, ligero, moderado, alto o muy alto, el programa, con la información del paciente (edad, peso, si fuma o padece alguna enfermedad como diabetes) y con el uso de tablas que tienen en cuenta los valores de colesterol y la presión arterial, clasifica a la persona y la coloca en la categoría de riesgo que corresponda.