Tras varios días de darle vueltas y más vueltas al problema que le había encargado el rey sin llegar a ninguna conclusión, era hora de darse un baño y desconectar. Y, de repente, ahí estaba, ¡eureka!, claro como el agua. Arquímedes no pudo resistir la emoción y salió a la calle, aún desnudo y gritando “¡Lo he encontrado!”.
Aunque muchos historiadores han dudado de la veracidad de esta famosa anécdota, la exclamación atribuida a Arquímedes se ha instalado en el lenguaje para ilustrar ese instante feliz en el que alguien atormentado por un problema se topa con la solución en el momento en que se da por vencido y decide dejar de pensar en ello.
“Entré en un autobús para ir de algún sitio a otro. En el momento que puse mi pie en el escalón la idea vino a mí, sin nada en mis pensamientos que pareciera haber preparado el camino para ello: que la transformación que yo había utilizado para definir las funciones fuchsianas era idéntica a las de la geometría no euclidiana”, explicaba en 1908 el matemático francés Henri Poincaré.
Esto no solo les ocurre a las grandes mentes científicas enzarzadas en desenredar marañas de complejos abstractos. Todo el mundo puede tener un momento ¡ajá! y para alcanzarlo, lo mejor es levantarse de la mesa de trabajo y evadirse.
De pronto, cuando ni siquiera se tiene consciencia de estar pensando, aparece una solución que inmediatamente se reconoce como correcta, aunque después haya que desarrollarla, como hizo Poincaré: “No proseguí el razonamiento, ni hubiese tenido ocasión de ello, pues me senté en mi asiento y continué una conversación previa, pero estaba completamente seguro. A mi regreso a Caen lo comprobé concienzudamente por pundonor”. Lo curioso es que, normalmente, el afortunado no puede explicar qué proceso mental le ha llevado a la idea feliz.
Todo el mundo puede tener un momento eureka y para alcanzarlo, lo mejor es levantarse de la mesa de trabajo y evadirse
En reposo, el cerebro hace excursiones
Pero, ¿el momento eureka existe realmente o es solo una sensación subjetiva? Según el investigador de la Universidad de Drexel (EEUU) John Kounios “sí, existe”, y aclara que hay dos mecanismos generales para la resolución de problemas: “De manera consciente y metódica, por análisis; y de forma repentina e inesperada, por inspiración”.
Gustavo Deco, jefe del grupo de Neurociencia Computacional de la Universidad Pompeu Fabra, ha estudiado a fondo qué hace el cerebro cuando no hace nada.
“Hemos visto que el cerebro en reposo está explorando todas sus posibilidades, probando toda su capacidad funcional. Se producen conexiones entre las diferentes áreas. Son lo que nosotros llamamos ‘excursiones dinámicas”, explica Deco a SINC.
Además añade que, “aunque relacionar nuestro trabajo con el efecto eureka es puramente especulativo, podría ser que en alguna de estas ‘excursiones’ se active una zona relacionada con el problema que cuando se estaba obsesionado con la solución del problema no se había encendido”.
Tómese un respiro
Desconectar y dejar vagar los pensamientos libremente puede ser considerado poco productivo y perjudicial. Además, según algunos psicólogos, es señal de infelicidad. Pero muchos científicos también lo han valorado como una fuente de inspiración.
Kounios, que ha investigado en profundidad los mecanismos neuronales del efecto Eureka, opina que “aunque dejar volar la mente dificulta ciertas actividades que requieren de atención constante, parece ser beneficioso para resolver problemas de forma creativa”.
Con la finalidad de comprobar que estos momentos de inspiración no son solo una percepción subjetiva, un grupo de investigación de la Universidad de california en Santa Barbara (EEUU) presentó un problema de creatividad a cuatro grupos de participantes.
El test consistía en encontrar tantos usos como fuera posible a un objeto dado durante un tiempo determinado.
El primer grupo descansó después de hacer la prueba por primera vez, el segundo realizó una tarea que reclamaba toda su atención. Otro equipo no tuvo descanso y al último se le entretuvo con una tarea poco exigente, que permitía a su mente distraerse con otras cosas. Cuando se les volvió a presentar el mismo tipo de test, solamente el cuarto grupo, el que había podido distraerse, mejoró su rendimiento.
Desconectar y dejar vagar los pensamientos es una fuente de inspiración
Desvelar qué es lo que ocurre en el cerebro cuando llega a estas conclusiones repentinas es otro cantar. ¿Actúa el mismo mecanismo neuronal en el proceso hacia una solución de forma metódica y consciente que cuando esta llega inesperadamente? ¿Es tan repentino como parece? ¿Dónde nacen estas ideas magníficas?
Las neuronas eureka están sobre la oreja derecha
“Nuestros estudios de neuroimagen muestran una activación del lóbulo temporal derecho, justo sobre la oreja, justo en el momento de la inspiración”, indica Kounios.
Según uno de sus estudios, publicado en la revista PLOS Biology, la idea nace en el hemisferio derecho del cerebro, sobre la oreja, en el llamado giro temporal superior (aSTG). Las neuronas de esta área forman conexiones, reconocen relaciones entre conceptos distantes y permiten entender metáforas y pillar las bromas.
A los participantes en este estudio se les presentaban tres palabras aparentemente sin relación (por ejemplo: roja, tarta y envenenada) y tenían que encontrar una con la que se pudiera formar conceptos relacionados con las tres palabras-problema (la solución en este caso sería manzana).
Se les preguntó si habían llegado a la solución por un proceso metódico y consciente o se les había ‘aparecido’. En el cerebro de aquellos que encontraban la respuesta por sorpresa se detectó una actividad repentina sobre la oreja derecha, en el aSTG.
Los científicos creen que esta área permite hacer conexiones insospechadas y rápidas entre conceptos conocidos. En el caso de Arquímedes, eso sería lo que le supuestamente le ocurrió al ver el desplazamiento del agua en la bañera y asociarlo con sus conocimientos sobre el peso y volumen de los objetos.
Aunque este estudio se hizo con problemas semánticos, Kounios asegura que “ocurre también con problemas visuales, por ejemplo, cuando una persona mira una imagen ambigua y repentinamente se da cuenta de lo que es”.
Según el científico “estos momentos eureka implican mecanismos cerebrales únicos” y asegura que a veces “conviene distraerse, dejar los problemas a un lado durante un tiempo y hacer otra cosa. Y entones, mirar al problema desde una nueva perspectiva”. Durante las vacaciones, nada de llevarse en la maleta los problemas con los que estamos obcecados.
Momentazos históricos
Verdad o leyenda, además de la historia de Arquímedes, hay varias anécdotas de cómo han nacido repentinamente algunas de las más grandes ideas de la ciencia.
Albert Einstein: El padre de la física estaba en tranvía, observando el reloj de la torre de Berna, cuando encontró la forma de reconciliar la teoría del espacio con la teoría del tiempo. El tiempo pasa a diferente velocidad dependiendo de cómo de rápido se mueva el observador. Es una de las bases de su Relatividad Especial.
Nikola Tesla: Paseando por un parque se le ocurrió la idea de corriente alterna e inmediatamente utilizó un palo para pintar la solución en el suelo. Al parecer para Nikola Tesla los momentos eureka eran el pan de cada día.
Philo Taylor Farnsworth: El inventor de las televisiones tal y como eran hasta la aparición de la pantalla LCD tuvo su gran idea mientras trabajaba en una plantación de patatas a los 14 años. Mientras araba los campos se dio cuenta de que un rayo de electrones podría escanear las imágenes línea a línea.
Kary Mullis: Conducía las tres horas que le separaban de su casa de fin de semana cuando se le ocurrió una idea que ha revolucionado el mundo de la biología. La PCR es una técnica que permite hacer millones de copias de un fragmento de ADN, la base de los análisis genéticos hoy día.
Percy Spencer: La idea del microondas para calentar comida nació cuando este ingeniero se dio cuenta de que una chocolatina que guardaba en el bolsillo se había derretido mientras trabajaba con un radar.
Arthur Fry: Este científico estaba en la iglesia lamentándose de que los marcadores en su libro siempre se caían cuando se le ocurrió la genial idea de añadir un pegamento suave que había desarrollado un colega. Había nacido el post-it.