El horario de máxima audiencia en televisión es un lugar plagado de fenómenos extraños. Esta misma semana hemos podido ver a Bertín Osborne huyendo del fantasma de Iker Jiménez y a una agresiva Mercedes Milá llamando “gordo” al científico José Miguel Mulet por negar la existencia de la “enzima prodigiosa” que ella defiende desde hace años por los platós. Este último episodio ha cobrado especial relevancia puesto que la conocida presentadora utilizó el ataque personal y las malas artes para intentar disimular la falta de argumentos. Pero más allá de su mala educación, parece que hemos olvidado el asunto de fondo: promover de forma irresponsable ideas pseudocientíficas que tienen consecuencias sobre la salud debería ser tan indecoroso como el peor de los exabruptos.
“Promover ideas pseudocientíficas sobre la salud debería ser tan indecoroso como el peor de los exabruptos”
Mercedes Milá no es la primera ni la última famosa que enarbola la bandera de una dieta milagro. Se diría que algunas personas que adquieren cierta relevancia social se sienten impelidas a compartir con otros la fórmula para estar “estupendos”. Una de las pioneras fue Rafaella Carrá con sus consejos para atiborrarse de pasta o comer de madrugada como los gremlins, pero le han seguido muchos otros como Fernando Sanchez Dragó y su delirante fórmula de la eterna juventud. A veces ni siquiera hay un lucrativo libro detrás de estos consejos, sino simple inconsciencia o exceso de confianza. Así, hemos visto a Mariló Montero insistir en la televisión pública en que oler un limón previene el cáncer o que los órganos trasplantados conservan los recuerdos del donante, a Isabel Presyler recomendar sus batidos vitamínicos en El Hormiguero y a Pilar Rubio dar consejos semanales de salud para embarazadas.
El fenómeno no es exclusivo de los personajes públicos de nuestro país. Famosos como Jim Carrey, Chuck Norris o Robert de Niro abrazan la anticiencia y lanzan frecuentes mensajes antivacunas y hasta el propio presidente de Estados Unidos no tiene reparo en expresar sus opiniones anticientíficas en cuanto tiene ocasión. Una de las celebrities más activas es la actriz Gwyneth Paltrow, quien lanza consejos como dejarse picar por abejas, someterse a una dieta de 300 calorías durante tres días o lavarse la vagina con vapor. Aún así, está lejos de superar a la estrella televisiva estadounidense Nicole Polizzi, quien aconsejó no bañarse en el mar porque la sal procede del esperma de las ballenas.
Todos estos puntos de vista no dejarían de ser eso, meras opiniones personales, si no fuera por la trascendencia que adquieren al ser pronunciadas por personalidades públicas. Cuando un científico que lleva años estudiando un tema tiene la suerte de aparecer en los medios, sus opiniones se pierden como lágrimas en la lluvia de los telediarios sin que nadie preste demasiada atención. Si un famoso pronuncia una burrada porque un amigo le ha hablado de las propiedades mágicas de una planta o ha tenido una ocurrencia sobre la influencia de las ondas electromagnéticas en los cerebros de los niños, el asunto cobra una dimensión pública inmediata y mucha gente confía en su palabra. “A mí me cuesta 5 años demostrar un resultado”, escribía hace unos meses en Twitter la cuenta de “Científico en España”. “A un tertuliano 5 segundos decir que no es verdad. La gente le da más credibilidad a él”.
A un científico le cuesta 5 años demostrar un resultado. A un tertuliano 5 segundos decir que no es verdad.
¿Cuál es la causa última de esta propensión de los famosos a abrazar las pseudociencias o las creencias más pintorescas? No hay que buscar explicaciones estrafalarias, sucede lo mismo que cuando nos preguntamos de dónde salen esos políticos sin escrúpulos que saquean las administraciones. Los famosos son representativos de la falta de cultura científica general de la sociedad y pecan de la misma incultura que vemos a diario y que arrastramos desde hace siglos. Una parte de los españoles sigue sin acercarse a la ciencia ni con un palo y el pensamiento mágico está a la orden del día. Esto sucede también entre el gremio periodístico y explica por qué se nos cuelan casos como el de Nadia sin que a nadie le salte la señal de alarma. Como denunciaba el propio J.M. Mulet durante la encerrona en Telecinco, a todos nos escandalizaría escuchar que El Quijote fue escrito por Quevedo, pero casi nadie se escandaliza cuando escucha a alguien recomendar una dieta “depurativa” o afirmar que la señal wifi puede ser cancerígena.
Por el programa de Risto había psaado antes Odile Fernández, que vende una dieta para curar el cáncer
Aprovechar una tribuna pública para difundir ideas erróneas sobre la salud es una grave irresponsabilidad y a largo plazo termina costando vidas. La desconfianza en la ciencia ha dado alas a algunos antivacunas y estamos viendo resurgir enfermedades que teníamos controladas desde hace años. Pero no solo eso. Estos días comienza el juicio contra el curandero que aconsejó al joven de 21 años Mario Rodríguez dejar la quimioterapia meses antes de morir de leucemia. Por el mismo programa de Risto Mejide en el que Milá sacó el ‘bully' que lleva dentro, había pasado semanas antes Odile Fernández, autora de un libro en el que afirma que curó del cáncer gracias a una dieta milagrosa (a pesar de que se sometió a quimioterapia). Al mismo tiempo, otros famosos como Pau Donés dan altavoz a gente como Josep Pamiès, que se dedica a vender “plantitas” para curar el cáncer, el sida y todo tipo de enfermedades mientras recomienda dejar la quimioterapia o no hacerse mamografías porque causan tumores.
A pesar de todo, los tiempos están cambiando y los españolitos ya no doblamos con cucharas con Uri Geller en prime time (aunque aún queda por ahí algún programa de hipnotizadores). Al menos ahora se produce cierta reacción en las redes sociales y los famosos que dicen tonterías infundadas se sienten incómodos por unas horas. En el caso de Mercedes Milá el detonante fue la utilización del insulto, una frontera que cuando se cruza mueve algo en nuestro interior y nos dice que quien la traspasó no tiene razón. Ojalá también se nos mueva algo dentro cuando escuchamos simplemente una burrada científica o un argumento basado en la superstición y la irracionalidad. Solo entonces nos empezaremos a curar.